Kidae y yo estábamos tumbados cara a cara en mi cama, con nuestras manos entrelazadas, cuando su madre y la mía llamaron a la puerta. Kidae en ningún momento hizo la intención de romper nuestro agarre cuando las dejé entrar, así que yo tampoco lo hice. Los ojos de mi madre volaron hasta el punto en el que nuestras manos estaban unidas y una casi imperceptible sonrisa cruzó su serio semblante. Vanesa... digamos que su rostro no se inmutó lo más mínimo, lo cual me desconcertaba más que si hubiera expresado algo. Lo que fuera.
Vanesa había anunciado que era hora de que ella y Kidae se marchasen a casa para, y cito textualmente, "dejarme descansar". Su hijo, con una mueca, se incorporó en la cama. Estaba claro que tenía toda la intención de hacer caso a su madre y, aunque mi parte racional —de la que siempre me había enorgullecido— sabía que debía dejar que lo hiciera, no quería.
Las horas que habíamos pasado juntos en mi habitación habían sido las primeras en toda la semana en la que me había vuelto a sentir yo mismo. Nada de drama, nada de enfermedad. Solo él y yo, acariciando nuestros rostros y dedicándonos sonrisas tímidas mientras hablábamos de cualquier cosa. En ese tiempo había tenido la oportunidad de saber un poco más de él, de sus gustos y aficiones. Sabía que le gustaba dibujar, le había podido ver haciéndolo alguna vez, pero no imaginé que le gustase la fotografía o que tocase el piano. Menos aún que se estuviera planteando estudiar artes gráficas en la universidad.
Me había encontrado a mi mismo, en más de una ocasión, embelesado mientras lo oía contarme anécdotas de su amiga Violet. El modo en el que su rostro se iluminaba al hablar de ella y el cariño que dejaba entrever con sus palabras y expresiones fue más que suficiente para hacerme acortar la distancia que nos separa y depositar pequeños besos en su mejilla.
—Quédate.
No quería que eso se terminase. Sé que suena de lo más egoista pero su presencia calmaba mi mente y, en ese preciso instante, temía que si me quedaba solo todo volviera con mayor fuerza. Tenía miedo. Me acojonaba que todo esto me viniera demasiado grande y me hundiera en un pozo del que no sabría cómo salir. Si estaba con él tal vez eso no ocurriera, por eso fué que apreté nuestro agarre y le pedí que no se fuera.
Kidae se volvió para mirarme. No sé qué es lo que debió ver en mi rostro. Tal vez este fuera un maldito libro abierto en el que podía leer a la perfección el pavor que me daba quedarme solo con mis pensamientos. No lo sé, la verdad, pero poco me importó cuando miró a su madre con una clara pregunta en los ojos.
—Kidae, tengo que volver a trabajar —respondió Vanesa— y puedo hacerlo desde casa como estos días, no me importa, pero debo volver así que...
—Puede quedarse aquí —me apresuré a decir alzando los ojos hacia mi madre—. ¿Verdad?
Vanesa empezó a negar con la cabeza.
—Lucas necesita descansar y estar tranquilo —señaló esta mirando a su hijo con una mirada que claramente gritaba no—. Además, los ánimos no están como para que Amanda encima tenga que estar pendiente de ti. Es mejor que nos vayamos a casa.
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Hasta que ya no esté
Teen FictionLucas es un chico corriente, con una vida corriente como la de muchos adolescentes de 17 años. Va al instituto, trabaja a medio tiempo y solo tiene ganas de que llegue el fin de semana para salir con sus amigos de fiesta. Su vida ha sido siempre muy...