—¿Estás dormido?
Sonreí en la oscuridad de mi habitación. Kidae llevaba más de hora y media dando vueltas en su cama, suspirando y refunfuñando.
—Es imposible hacerlo contigo quejándote cada cinco minutos.
Las luces estaban apagadas, pero gracias a la luna y las farolas, cuyo fulgor entraba por la ventana, pude verle a la perfección cuando me volví hacia él. Estaba tumbado boca arriba en la cama supletoria, con las manos sobre el vientre y tapado con la colcha hasta el pecho.
—Muy gracioso —respondió con un mohín de lo más adorable.
—¿Qué pasa?
Sus dedos tamborilearon sobre su abdomen en un gesto nervioso que había ido repitiendo a lo largo de la noche. No podía evitar preguntarme que debía estar rondando por su cabeza para que estuviera tan nervioso, por suerte no tardé en descubrirlo.
—¿Pue-puedo subir a tu cama?
No sé qué es lo esperaba que dijera pero, ¿eso? No, ya te aseguro yo que no. Sin tener que pensar la respuesta, me eché hacia atrás para dejarle hueco y tuve que morderme el interior de la mejilla para no sonreír como un idiota cuando lo vi trepar hasta donde yo había estado tumbado apenas un segundo antes. Kidae se cubrió con mi edredón y se tumbó de cara a mi, aunque tardó unos segundos en mirarme. No podía saberlo a ciencia cierta, estaba bastante convencido de que estaba sonrojado. Con cuidado, alcé mi mano y la acerqué a su rostro. Sonreí cuando no lo vi tensarse ni encogerse, más bien sonrió timidamente cuando mis yemas rozaron su caliente mejilla.
—¿Por qué me gusta tanto hacerte sonrojar? —pensé en voz alta.
Los ojos rasgados de Kidae buscaron los míos y lo mío me costó no acortar la distancia que nos separaba y besarlo cuando vi ese brillo especial en ellos.
—No sé, pero lo haces con demasiada facilidad —suspiró con una tímida sonrisa—. Tal vez debería ponertelo más difícil.
—Eso sería cruel —aseguré antes de ponerme serio—. No tienes que preguntar cuando quieras estar aquí, ¿vale? Iba a decir que mi cama siempre estará abierta para ti pero sonaba demasiado raro.
Una dulce y hermosa risa escapó de los sonrosados labios de Kidae y yo me quedé completamente embobado mientras sentía su pecho vibrar contra mi antebrazo. No sabía si alguna vez iba a acostumbrarme oírle reír o verle sonreír, pero no quería que ese momento llegase. No quería dejar de apreciar cada uno de estos regalos que me daba. Amaba verlo así, con el rostro relajado y sin una sola preocupación.
—Viniendo de ti, seguro —se burló aún riendo.
—¿Acabas de meterte conmigo? —pregunté uniéndome a él—. ¿Que se supone que significa eso?
—He oído las conversaciones que tienes con Diego —respondió tratando de calmarse— y eso sería lo más suave que habríais dicho.
No iba a negarlo. Diego y yo nos sentíamos plenamente libres para hablar de todos los temas habidos y por haber y el sexo sin lugar a dudas no era un tabú para nosotros. Lo que no lograba descubrir es cuando nos había oído hablar de algo así, pues no recordaba haberlo hecho frente a él. Por eso mismo es que le pregunté.
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Hasta que ya no esté
Teen FictionLucas es un chico corriente, con una vida corriente como la de muchos adolescentes de 17 años. Va al instituto, trabaja a medio tiempo y solo tiene ganas de que llegue el fin de semana para salir con sus amigos de fiesta. Su vida ha sido siempre muy...