Elisabeth

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Elisabeth y yo siempre fuimos amigas, nos conocimos desde pequeñas, era todo lo que una niña deseaba ser, buena, lista y sobre todo guapa, su piel era preciosa, sus ojos marrones hacían que su mirada fuese penetrante, su pelo negro caía arremolinado por su espalda y su perfume era...no, no era el perfume, era su piel la que desprendía un aroma sublime.

A diferencia de lo que se pueda pensar en mi descripción anterior, odiaba ser su amiga pero me encantaba estar a su lado, era todo lo que deseaba, deseaba a Elisabeth, pero no en la forma de la que puedas estar pensado en este momento, sé muy bien lo que me gusta, así que tampoco pensaba en ella de una forma romántica. Sentía como si Eli hubiese elegido el mejor coche de todo el concesionario. ¡No! Como si se lo hubiesen regalado...

Pasaron los años y seguimos siendo...amigas, aunque sigo odiándola con toda mi alma, mi madre no dejaba que nadie se comparara, pero desde que dejemos la niñez todas las similitudes eran con ella, desde su forma de ser, la de comportarse, su pelo, su olor, todo. Eso no me hace odiarla, al menos no más de lo que ya la odio, creo que lo hago lo suficiente como para que nada ya sea capaz de incrementarlo.

Mi mente me hacía pensar que la vida y los años le darían horribles granos, la piel reseca, los kilos, todo lo horrible de la edad pero no, era como si hubiese hecho un pacto con el mismísimo Lucifer para que su belleza no se marchitara nunca, hasta que todo comenzó, primero fue el tacto, cuando estaba a su lado buscaba cualquier excusa para tocarla, eso se volvió una extraña necesidad, tanto que a veces la seguía para poder encontrar de "casualidad" y darle dos besos o agarrarla por el brazo, que su mano rozase la mía, con ese mínimo contacto me conformaba.

Soñaba con su piel, su tacto era como tocar porcelana, pero con una calidez que cualquiera la desearía, empecé poco después a pintar, siempre fue mi vocación frustrada, incluso me metí en una escuela de arte para poder especializarme y ver si de ese modo, sacaba la piel de Elisabeth de mi cabeza. Nada funcionó pues solo podía dibujar su piel, algo que hizo que ni siquiera pudiera dormir, me obsesioné lo admito, pero era algo animal que salía de mi misma y una gran parte de mi interior, no permitía bajo ninguna circunstancia, que desapareciera. Me tiraba todo el día con la mirada clavada en las miles de fotos que le había hecho para clavar su textura, incluso por la noche cuando lograba conciliar el sueño dejando a un lado el pincel pero una idea para mejor el trazo venía a mi mente, me levantaba para comenzar un cuadro nuevo, pero un día llegó a mi mente una idea, que no pude dejar pasar.

Tomé un lienzo en blanco, lo subí al caballete y me puse a crear un boceto, la piel estaba sensacional, cada palmo reflejaba con exactitud, la aterciopelada piel de mi amiga, pero cambié un detalle mínimo, sin importancia diría yo, un detalle de esos que apenas notas cuando miras un cuadro, pero que lo hacía ser perfecto, lo único que cambié fue su...su cabeza, aquel era el fallo, cambié su cabeza por la mía, fue amor a primera vista, desde ese momento nada fue lo mismo, me volví una nada, solo existía para que cada uno de mis sentidos se dedicaran a conseguir su tersa piel, pedí prestamos al banco, robé a mis padres para operarme, incluso vendí mis propias posesiones, pero nada funcionaba, daba igual cuan cara fuese la operación, no conseguía esa piel, fue en ese momento donde apareció la depresión, odiaba mi piel, la desgarraba con mis propias unas hasta que no quedaba dermis en mis manos, mis padres me llevaron a los médicos, pero todo ya me daba igual, apenas me dolía, solo deseaba que como un traje de cuerpo entero, mi piel se despegara de mi cuerpo.

Ahora llega el momento de contar porque estoy aquí, llegué a una conclusión infalible, todo encajaba a la perfección, como cuando un puzle de miles de piezas termina por montarse y el sonido de la ultima pieza al encajar suena como una celestial melodía ¡Necesitaba su piel. Su piel era mía! Sentía que me había sido robada y ahora iba a recuperarla.

Por eso tras varios meses preparando todo lo llevé acabo, supe donde iba a estar y nuevamente me presenté de casualidad, le sorprendió verme, como ese ladrón que sabe que ha sido descubierto y ahora cuanto más la veía, más claro tenía que Elisabeth me había robado la piel, por eso siempre me había llamado, era un llamado de auxilio para volver a su verdadero cuerpo.

Insistí para que viniera a casa, era genial, así nadie sabía que estaría conmigo. Ella aceptó así que al llegar le ofrecí un té mientras me hablaba de su perfecta vida con mi piel, era mía al igual que mío debía ser todo lo que con ella consiguió.

Apenas notó el somnífero intenso que le puse a la taza, literalmente mente la había bañado en pastillas para dormir haciendo con estas un fino polvo y en pocos segundos, hizo su efecto. ¡Por fin iba a ser mía, iba a tenerla entre mis brazos! Lo tenía todo preparado en el sótano, lo mío me costó insonorizarlo, pero le dije a mis padres que aprendería a tocar la guitarra y sin mediar palabra así lo hicieron, cerré con llave, me acerqué al cuerpo y no pude evitar acariciarle ahora de forma posesiva, tomé unas tijeras y muy despacio deshacerme de su ropa. No tenía perforaciones, tatuajes, ni siquiera marca de herida alguna, aquella era mi piel y volvería a mi cuerpo de nuevo.

Compré también un bisturí bien afilado, me tomé mi tiempo para poco a poco pasar la hoja lentamente con cuidado para no dañar la piel y comencé a retirarla como si fuese un vestido de la más fina tela, la de la cara costó un poco más pero terminé por sacarla siendo paciente ¡Necesitaba que saliera entera para poder ponerla sobre mi cuerpo! Tenía que esmerarme más, Elisabeth entonces hizo un amago de moverse, así que esta vez por vena volví a suministrarle la misma cantidad que antes en la bebida.

Cuatro horas y media exactas tardé en tener toda la piel, la miré sin ella pero aún no me sentía satisfecha, quería sus uñas, su pelo, los cuales se pueden apreciar en la foto que me ha mostrado que es mucho mejor que esté en mi cabeza.

Cuando me hice con todo, fui a ver a un tipo para el que tuve que pedir otro préstamo y que hiciera la operación de pasar todo lo que pertenecía a mi cuerpo a este mismo, colocar mi verdadera piel en su lugar correspondiente. No quise anestesia, quería sentir cada punzada, era como la mejor de las caricias a mi misma, como si el mismo Dios tocara mi cuerpo y me diera de nuevo la bienvenida a la vida.

Era perfecta, era yo, ahora era quién siempre debí ser, pero cuando llegué a casa aquel ser había salido del sótano, tuve que matarla, con ella hice la cena para todo el barrio, sí esa noche se comieron a Elisabeth ¿Y sabe lo peor? que hubo gente que tuvo la valentía de preguntar, si podía repetir. Hasta que...hasta que tuvo que salir el maldito anillo, el maldito anillo de prometida que hizo que todo se destapara y ahora sí, pasé por la cárcel pero un juez, dictó que no estaba en mis plenas facultades mentales y me encerraron aquí.

Ahora toca preguntar si mereció la pena ¿No doctor? Si mereció la pena todo el trabajo, todo el riesgo, todo esto por lo que logré...Déjeme decirle que mereció la pena cada maldito instante, incluso pasar el resto de mi vida entre estas cuatro paredes. Si pudiera dar marcha atrás en el tiempo sabiendo cual sería mi final, lo haría sin dudarlo una y otra vez si con ello consigo de nuevo, sentir el tacto de mi adorada piel.

Lo Que Solo Contamos En La OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora