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–Sssssh... Lug... tranquilo, hey... pequeño... tranquilo...

No lo entiendo, no había vuelto a llorar desde el día que le recogí, y de eso ya hace dos semanas. Sé que cuando me mira fijamente y empieza a hacer pucheritos, solo tengo que cargarlo y jugar con él, y se calma. Si se lleva las manos a la boca, es que tiene hambre, y si tengo que cambiarle de ropa, simplemente me avisarán las ardillas.

Aunque la primera vez que tuve que cambiarle no sabía qué hacer, al final he decidido usar ropa hecha con hojas, ya que no tengo más recambios que la ropa con la que lo encontré, la cual limpio cada poco. El problema es que empieza a quedarle pequeña, ¡crece muy rápido!

Pero eso había sido hasta ahora. No sé qué es lo que le pasa. Es de madrugada, no tiene frío, ha comido antes de dormir, y está limpio. ¿Qué le ocurre?

–Lug... hey... estás despertando a los animales, pequeño...

Me levanto con él en brazos y camino, intentando calmarle, logrando que tras un rato deje de llorar tan fuerte. Aún así, sigue pasándole algo, me mira con ojos llorosos, y está hipando.

Acaricio su cabecita, y me doy cuenta de que no deja de morderse algún dedo. Ladeo la cabeza, y aparto su mano con cuidado de su boca.

–No puedes morderte, Lug. Aún no tienes todos los dientes, pero puedes hacerte...–Diciendo eso, me doy cuenta de algo, y me siento con las piernas cruzadas, mirándole.–¿Puede ser por eso? Los lobos muerden cosas cuando les crecen los dientes, aunque ellos no lloran por ello...

Con cuidado, meto un dedo en su boca cuando la abre, y noto una muela asomando. Así que es por eso. Me mira confundido, intentando morderme, y río.

–Mmm... tienes que morder algo, pero tus dientes son como los míos, no como los de los animales... mmm... lo siento Lug...

Me mira ladeando la cabeza y abre la boca bostezando. Sonrío.

–Sí, tienes razón, supongo que deberíamos volver a dormir, ¿verdad? Venga, peque...

Lo mezo en mi regazo hasta que se duerme. El problema es que se ha agarrado a mi mano, no puedo dejarlo en el nido. Algunos conejos nos miran y les indico que guarden silencio, mientras me tumbo y dejo a Lug sobre mi pecho, sosteniéndolo con cuidado con mis manos y aumentando mi temperatura corporal para que no tenga frío.

Me gusta verle tan tranquilo.

Aunque en los días siguientes, se repite ese llanto de forma ocasional, y entiendo que no hay nada que hacer. Lo bueno es que tras una semana, parece que las dos muelas han terminado de salir.

Sin embargo, esto me ha enseñado que aún hay muchas cosas que no sé de los bebés, y que tengo que estar atento. Al parecer, los bebés humanos son mucho más dependientes que los cachorros o crías de los animales del bosque.

Y según pasa el tiempo, voy averiguando cosas nuevas. Por ejemplo, si tiene frío, se acerca a mí, porque ya se ha acostumbrado al calor que le doy cuando subo mi temperatura corporal.

Cuando lo llevo a la madriguera de la loba, ya no solo quiere comer, a veces resulta que lo primero que hace es jugar con los lobeznos, aunque tengo que vigilarlos con atención, porque a estos les gusta morder en sus juegos, aunque han entendido que pueden hacerle mucho daño e intentan jugar sin hacerlo.

También me he dado cuenta de que con el paso de los días, ha aprendido a gatear mucho más rápido, y es que los conejos y las ardillas, junto a los lobeznos y algún cervatillo, quieren jugar con él. Pero es mucho más lento en comparación.

Lug.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora