6

23 3 0
                                    

Despierto agitado y con el corazón latiendo fuertemente, incorporándome alterado. Echo un vistazo a mi alrededor y puedo comprobar que todavía es de noche. Miro a Lug, que duerme tranquilamente a mi lado sobre un pequeño montón de hojas que he juntado para que esté cómodo, y suspiro recostándome de nuevo y relajando mi respiración.

En el cielo se ven todavía algunas estrellas, pero hacia el este empieza a intuirse el amanecer, ya que el cielo empieza a clarear.

Me ladeo y observo a Lug en silencio. Está tumbado en posición fetal, girado hacia mí. Llevo una mano a su cabecita, acariciando sus cabellos y logrando calmarme. Su pelo es suave y brillante, le ha crecido bastante y ya le tapa casi por completo las orejas, aunque sigue tan desordenado como siempre.

Tiene 2 años y 6 meses, y está viviendo su segunda primavera conmigo. Ha crecido, vaya que si ha crecido. Si lo veo día a día apenas noto el cambio, pero cuando me paro a observarlo me doy cuenta de ello.

Dejo una mano junto a las suyas, consiguiendo que la sujete en sueños balbuceando algo. Sonrío.

Cierro los ojos intentando analizar lo que me ha despertado: el eco de lo que ocurre en las montañas cercanas. Algo horrible se acerca.

La guerra.

Me muerdo la lengua intentando convencerme de que todo irá bien, pero no soy capaz. Sí sé que tardará en llegar, los humanos no avanzan muy rápido, por lo que calculo que no llegarán antes del invierno. Pero tengo miedo de lo que pueda ocurrir. Si bien es cierto que he protegido al bosque en más ocasiones, nunca he estado tranquilo o seguro de poder hacerlo.

-"Y ahora tengo que proteger también a Lug."

Ante ese pensamiento, abro los ojos de nuevo para verle. ¿En verdad debo protegerlo de su propia especie?

Recuerdo los horrores que he visto entre humanos, y obtengo la respuesta: sí.

Parpadeo, intentando dejar de pensar en ello. No puedo hacer nada mientras el peligro esté tan lejos, por lo que preocuparme ahora no me sirve de nada.

Me elevo un poco en el aire para flotar sobre los árboles, dejando que mi cuerpo sea acariciado por los rayos de sol, y escucho, en total silencio, la voz del bosque. Está bien, no tengo nada de lo que preocuparme por el momento.

Una vez ha terminado de amanecer y los cantos de las aves ya se pueden escuchar por todo el bosque, vuelvo lentamente al suelo y me acerco a Lug, que ya ha abierto los ojos. Se ha acostumbrado hace tiempo a despertar con los trinos de los petirrojos.

-Hola pequeño, buenos días.-Le digo sonriendo, y él se sienta mirándome y bostezando.-¿Has dormido bien?

Asiente frotándose los ojitos, y mira alrededor con curiosidad, mientras termina de despertar. Después de meses durmiendo en la cueva, es una novedad despertar en el exterior. Tiene el pelo muy despeinado, y sus ojos verdes brillan con la luz de la mañana.

-¡Día!-Exclama con una gran sonrisa, y por un momento me siento deslumbrado por su expresión de felicidad como si se tratara del mismísimo sol.-¡Bueno día!

Me agacho frente a él para cargarle en brazos, y le beso la mejilla pegándole a mí, mientras él sonríe y me abraza. Cuando me separo, le miro y beso su frente tras frotar mi nariz con la suya, haciéndole reír, y le vuelvo a dejar en el suelo, colocándole el pelo un poco de forma que no le moleste.

Voy apartando el rocío a su paso, para que no se moje y se constipe, y le sigo a una corta distancia. De vez en cuando se para a comprobar que estoy detrás de él, y sonríe al verme, para volver a mirar al frente y continuar caminando.

Así, llegamos a una de las plantas que tengo siempre preparadas para que produzcan fruta. Me agacho a su lado cuando me llama y veo cómo sujeta dos fresas.

-¡Fesa!-Exclama feliz, antes de darme una y darle un bocado a la suya con los ojos cerrados. En un par de bocados más, se acaba la fresa y tiene los labios y mofletes manchados con el jugo de la fruta. Me como la mía y le limpio la cara.

-Tienes que comer más despacio, Lug. No puedes mancharte todo el rato-Le digo, y asiente.

Sin embargo, hace lo mismo con la siguiente fresa y me resigno. Todavía es muy pequeño para que aprenda a comer sin mancharse.

Dentro de poco tendremos que alimentarnos con las frutas que se produzcan de forma natural, no debo forzar a la naturaleza más de lo necesario.

Realmente, yo no necesito comer. Es cierto que me gustan las frutas, y que siempre he las he comido, pero no son necesarias para mí. Solamente como porque me gusta.

No conozco la sensación de hambre.

Lug corretea por el prado en el que nos encontramos, junto a algunos conejos y liebres de las nuevas camadas y un par de oseznos que tienen apenas una semana.

-¡Oso!-exclama abrazando al más pequeño, y este le lame divertido, haciendo que Lug proteste y se coloque sobre él, agarrándose al animal y riendo.-¡Mira Nillwy!

La madre de los osos los mira y bosteza, mirándome. Sonrío y bajo la cabeza, indicándole que puede descansar un rato.

Por la tarde, el tiempo empeora. Se levanta viento y las nubes cubren el sol, algo que a Lug siempre le inquieta.

Se aleja de las margaritas que estaba mirando para acercarse a mí con miedo. Ya sabe cuándo va a haber tormentas, y el ver a todos los animales ir a esconderse a sus madrigueras le inquieta. Se agarra a mi ropa y me mira.

-Nillwy... ¡mmh!-hace ese ruidito levantando los brazos hacia mí, y yo le cojo en brazos, pegándolo a mi pecho. Me abraza escondiendo la cara contra mí, y entiendo que quiere ir a la cueva.

-¿Quieres que vayamos a la cueva?-pregunto, de todos modos.

Él tan solo asiente, y me dirijo a ella.

Aún así, el primero trueno suena a medio camino, y Lug se estremece abrazándome y empezando a llorar. Yo le sostengo con fuerza y le beso la cabecita, susurrándole que esté tranquilo mientras avanzo hacia la cueva, pero no deja de temblar entre mis brazos.

-Eh, pequeño... sssh... no pasa nada, estoy aquí, las tormentas no te van a hacer nada.

Alza la vista mirándome, y yo le regalo mi mejor sobrisa, pero en ese momento cae un rayo que ilumina todo y que logra hacer que Lug se estremezca y ponga una expresión de auténtico terror. Se me parte el corazón cada vez que lo veo así, y solo pasa con las tormentas.

Me doy más prisa, pegándole más a mi cuerpo cuando suena el trueno, y tratando de detener su llanto. Aún así, no es hasta que llegamos a la cueva que soy capaz de lograr que deje de llorar a pleno pulmón.

Me mira con lágrimas rodando por sus mejillas e hipando, y no quiere soltarme o separarse.

-Lug, ya pasó, estamos en la cueva-Le susurro con tono tranquilizador.

Poco a poco deja de llorar, pero sigue sin soltarme, y me mira todo el rato. Al final, nos quedamos en silencio mirándonos, y parece que así se siente tranquilo. Me fijo en cóml sus ojos brillan por las lágrimas derramadas, pero me observan con atención. Yo le sonrío todo el tiempo que permanecemos así, acariciando su pelo, y en algún momento empiezo a cantar una melodía lenta y tranquila, que le logra sacar una sonrisa, y que hace que se duerma en mis brazos.

-Duerme bien Lug-Murmuro besando su frente y tumbándome, acomodándolo a mi lado. La tormenta se va alejando, pero a pesar del miedo que le tiene, me alegra saber que mientras esté conmigo logrará calmarse y volver a sonreir como solo él puede hacerlo.

Brillando como el sol.

Lug.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora