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Abro los ojos. Está amaneciendo, y puedo escuchar el viento mecer las ramas de los árboles con algo de fuerza. Hace ya un par de días que el viento ha comenzado a soplar con más intensidad, y hoy empezarán las lluvias.

Dirijo la mirada a mi pecho, viendo a Lug tumbado boca abajo sobre mí y durmiendo plácidamente, con sus manitas agarrando mi ropa. Permanezco así unos instantes, hasta que mueve un poco la cabeza y va abriendo los ojos.

Me encanta observar cada pequeño detalle de él: primero parpadea, varias veces, bostezando y casi sin moverse, sin despertar del todo. A continuación mueve su cabecita y la levanta un poco, buscándome, hasta que encuentra mi mirada, y entonces me mira unos instantes antes de sonreír y soltarme, para abrazarme.

–¡Bue Día!–Exclama, mirándome.

–Buenos días, pequeño.–Le respondo con una sonrisa, revolviéndole el pelo e incorporándome con él en brazos.–¿Has dormido bien?

Él asiente y mira hacia arriba cuando una ventolera sacude unas grandes ramas, provocando un ruido fuerte. Ladea la cabeza con expresión confundida, y me mira, antes de señalar hacia arriba mirando en la misma dirección.

–Es el viento, no hay nada que temer.–Explico, y me mira con curiosidad.–Viento.–Repito más despacio, para que entienda bien la palabra.

–¿Vieto?

–Casi, viento.

Arruga los labios, y se lleva una mano a la boca, antes de volver a mirar arriba con otra ventolera.

–¡Vieeeeto!–Exclama con fuerza, levantando las dos manos hacia el cielo. Me mira con una gran sonrisa, como preguntándome si está bien, y río, acariciándole una mejilla.

–Muy bien, Lug.

Parece satisfecho, y mira al suelo, moviendo los brazos y las piernas para que le deje en la hierba. Lo hago, y enseguida se pone a gatear, balbuceando, hasta que llega junto a un árbol y se sienta.

–¡Onejo!–Alza los brazos mientras llama a los conejos, y no puedo evitar reír por lo graciosa y adorable que suena su voz. Me apoyo en un tronco y miro con calma cómo las liebres y conejos salen de sus madrigueras, algunos saltando sobre Lug, y otros colocándose a su alrededor y dando saltitos. Él abraza a uno de color negro, al que también le gusta estar entre los brazos del niño, y saluda a algunos dándoles palmaditas con cuidado, y balbuceando cosas que no llegan a ser palabras.

Llamo a unos gorriones para que me avisen si Lug me necesita, y me voy silenciosamente hacia el río. El bosque ha cambiado muchos de sus sonidos, hasta hace unas semanas, se escuchaban los trinos de los pájaros continuamente, pero muchas aves han migrado, y ahora tan solo se escucha el viento.

Bueno, y el agua del río.

Me muevo rápidamente, siguiendo el curso en sentido inverso, hasta llegar al límite del bosque. Y ya puedo sentirlo, percibirlo. La niebla ha sido espesa hasta hace poco, y ahora se levanta por el fuerte viento. Veo a lo lejos nubes densas y oscuras, y cierro los ojos, para ver más allá.

La guerra entre los humanos continúa.

Veo algún rayo a lo lejos, y poco después escucho el trueno que le sigue, resonando entre las montañas.

–"Con este viento llegará pronto"–Pienso.

Oigo el trino de los pájaros, y vuelvo al bosque. En unos instantes ya estoy llegando al pequeño claro en el que dejé a Lug, pero ya antes de llegar lo oigo llorar. Me apresuro y cuando me ve, se calma. Me acerco, y él entonces se pone de pie, estirando sus brazos hacia mí, pero cayéndose al poco rato, sin dejar de mirarme.

Vuelve a intentar levantarse, y lo consigue. Lo cargo antes de que se vuelva a caer, y le seco las lágrimas, abrazándolo.

–Lo siento pequeño, ¿te asustaste? Pero eh, te has puesto de pie, ¡eso está genial!

Me mira con lo ojos llorosos, y se abraza a mi cuello, poniendo morritos.

–Sí, lo siento. Sssh... ya estoy aquí.

Vamos a la madriguera de la loba, y por primera vez, Lug no come.

–Lug, tienes que comer, ¿qué te pasa?

Me mira con los dedos en la boca, y gatea hacia mí, mirándome. Entonces señala a la loba mirándola.

–¿Loba?

Sonrío y asiento, orgulloso. Desde que dijo su primera palabra hace casi tres semanas, no ha dejado de aprender nuevas palabras, pero esta es la primera vez que pregunta de esta forma.

–¡Loba!–Repite abriendo mucho la boca al decirlo.

–Así es, ¡muy bien!

Se me queda mirando y abre la boca, como queriendo decir algo, pero solo la cierra y ladea la cabeza hacia el otro lado, como si no supiera cómo decirlo. Sonrío y le revuelvo el pelo, tras lo cual se va a comer.

Durante las siguientes semanas, aprende palabras nuevas, y todas las descubre con la misma ilusión. Sin embargo, con cada palabra, se repite la acción de mirarme confundido. Es algo que no logro entender, pero esperaré a que pueda decirme lo que quiere.

También he empezado a darle de comer fruta. Es cierto que en esta época las plantas apenas producen frutas, pero yo me encargo de conseguir que crezcan unas pocas para él, ya que no es suficiente ya con la leche de la loba. Y a decir verdad, le encantan las peras y las fresas. Cuando le di a probar por primera vez esa pequeña fruta roja, parecieron iluminársele los ojos en un instante.

También desde las primeras lluvias, descubrí otras cosas nuevas de Lug.

Los truenos le dan miedo. Cuando escuchó el primero estaba en mis brazos, y se estremeció entero, abriendo mucho los ojos asustado y empezando a llorar casi al instante. Por mucho que intenté calmarlo, no dejaba de llorar y aferrarse a mí asustado, encogido. Tardé bastante en encontrar la solución a ello, pero al final me decidí por usar de refugio una cueva que hay junto a la zona en la que empieza la montaña, dentro de la cual los truenos apenas se escuchan.

Le encanta la lluvia. Estaba sosteniéndole de las manos con cuidado, mientras intentaba caminar, y empezó a llover poco a poco. Entonces, miró hacia arriba, confundido, y sonreí cuando una gota de agua cayó sobre su nariz, confundiéndole más. Me miró extrañado, y le dije que eso era lluvia. Repitió la palabra con curiosidad y siguió mirando hacia arriba, justo antes de sonreír y abrir las manos. Decidí cargarlo, y con sus manos libres, alzó los brazos y sonrió, repitiendo la nueva palabra y mirándome feliz.

Esas son las dos cosas que más me llamaron la atención, pero también descubrí que no puedo dejar que se moje, puesto que puede enfermarse. Por ello, tampoco puedo dejarle gatear fuera de la cueva, así que he llenado esta de luces flotantes y he hecho crecer hierba en el suelo, para que no se sienta triste por no salir tanto.

Después de todo, desde que llegó al bosque ha estado viviendo al aire libre.

Cuando ya tiene 13 meses y medio, cae enfermo por primera vez.

Al principio no entiendo qué es lo que le pasa. Cuando despierto de mañana, él sigue durmiendo, pero su respiración es algo diferente. Pero cuando lo toco, su frente caliente me asusta. ¿¡Qué le ocurre?!

Le despierto, y me mira en silencio, empezando a sollozar.

–Lug, Lug... Ssssh... no pasa nada... tranquilo...

Pero no sé qué debo hacer, se me parte el corazón de verlo tan débil.

–Lug... sssh... estoy aquí, contigo... te vas a poner bien...

¿Por qué tiene tanta fiebre?

Lug.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora