3| Aiden

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AIDEN

Trabajaba en el bar de mi padre, había días que hacía la jornada de mañana hasta el mediodía y otras que iba por la tarde hasta el cierre, dependiendo de cuando mi padre me lo pedía. No me importaba compaginar las visitas al señor Brook con el trabajo en la cafetería, necesitábamos el dinero y ayudar a mi padre lo máximo que pudiese era lo mínimo que podía hacer después de todo.

Desde que nos mudamos a ese pueblo mi vida cambió por completo. Comprender que solo nos teníamos el uno al otro me hizo crecer de golpe. Es triste ver como tu vida se desmorona y no puedes hacer nada para remediarlo. Lo fácil en esos casos es huir, pero hay veces que por más que quieras huir hacia otro lado, olvidar todo lo malo que te está pasando y hacer como si nada de eso ocurriese, no puedes, porque hay veces que no tienes a dónde huir.

Ese día trabajaba solamente en el turno de noche y aunque no tenía nada por terminar en casa de los Brook, me pasé por allí para ver cómo estaba. Tenerlo tan cerca de casa me facilitaba mucho más todo. Al llegar me pareció extraño que el señor Connor no me estuviese esperando en el porche de su casa. Se pasaba allí la mayoría del tiempo, nunca he visto a nadie tan aferrado a una silla hasta que lo conocí. Pero entonces recuerdo porque no esta ahí cuando escucho la voz de su nieta que proviene del interior de la casa. Siempre dejaba la puerta entornada, durante el día no solía echar la llave y eso me facilitó poder entrar sin picar a la puerta.

Su nieta, en persona era totalmente diferente a la adolescente que me había imaginado cuando el señor Brook me hablaba de ella. Estaba claro que distaba mucho de aquella niña que me había descrito cómo si se tratase de la que aparecía en más de un cuadro de fotos de la casa. Seguía siendo rubia, tal vez no tanto como cuando era pequeña, tenía el pelo largo, bastante largo, concretamente hasta la cintura, sus ojos almendrados eran de color caramelo con unas tupidas pestañas que agrandaban su intensa mirada y era bastante bajita, la verdad.

Connor Brook estaba tan pendiente de lo que le contaba Lea que ni siquiera desvío la mirada de esos curiosos ojos que le narraban con tanto entusiasmo todas esas vivencias que se había perdido. En el fondo lo entendía, yo tampoco podría dejar de mirarla. Lea tenía algo atrayente, era una persona magnética. Pero dejando de lado su presencia, era bonito verlos juntos al fin. Sin saber porque, esa estampa familiar me reconfortaba.

 —Otra vez aquí...—susurra con mala cara la "simpática" nieta de Connor.

¿Qué era lo que tanto le molestaba de mí? Que cuidara el jardín de su abuelo, que me pasara por su casa de vez en cuando porque me preocupaba por él o que ella ya no fuera el único foco de atención para Connor.

—Buenas tardes, señor Brook, ¿cómo ha pasado el día?

—Estupendamente muchacho—dice con una amplia sonrisa-siéntate con nosotros un rato, a Lea no le importará traerte un café.

Se le veía feliz de compartir tiempo con su nieta, es probablemente una de las únicas veces en las que sus ojos brillaban por encima de esa tristeza que conservaba. Desde la primera vez que lo vi, sentí que algo dentro de él no estaba yendo bien, como si algo en él estuviera roto. A veces, siento que empatizo tanto con la gente que llego a percibir sus sentimientos prácticamente del mismo modo en el que lo hacen ellos mismos. En definitiva, lo que estaba claro era que Connor Brook guardaba un dolor muy profundo.

Lea se levanta molesta a por el café que su abuelo le ha pedido que me traiga. No entendía que manía me había cogido aquella chica si me acababa de conocer. Quizás lo que tenía de guapa lo tenía de repelente.

—Aquí tienes—dice con retintín mientras deja la taza enfrente de dónde me había sentado.

—Gracias.

Mientras le pega un sorbo al café no puedo evitar fijarme en las botas que lleva puestas, menos mal que no estábamos en pleno agosto si no esos pies iban a criar sanguijuelas, llevaba los cordones desatados como si se las acabase de poner y eso le daba un aire bastante despreocupado, supongo que allí se sentía como en casa.

—Me gustaría que Lea fuese al lago un día de estos, me encantaría acompañarla, pero supongo que ya estoy un poco mayor para esas excursiones, podrías llevarla tú Aiden, ¿no te parece?

Mi mirada se desvía al café que tengo entre mis manos y me aclaro la garganta.

—Ya sabes que ando un poco ocupado con el trabajo de la cafetería y apenas tengo tiempo libre.

—No hace falta que nadie me acompañe abuelo, puedo ir sola—dice al instante mientras me mira con cierto desdén.

—Venga Lea, no seas cabezota, el recorrido ha cambiado y algunos caminos están cortados por propiedad privada, Aiden se conoce el camino como la palma de su mano y estoy seguro de que no le importará acompañarte—dice mirándome con insistencia— ¿verdad hijo?

—Por supuesto señor, llevaré a su nieta un día de estos al lago.

La mirada de Lea se desvía a sus pies, esta claro que a ninguno de los dos nos apasionaba la idea de ir solos hasta el lago, pero a veces aceptamos cosas con tal de complacer a otras personas y ella y yo teníamos algo en común, queríamos complacer al señor Connor.

Me quedo un rato más hasta terminar el café que me habían servido, como cada tarde me despido de él recordándole que tiene mi número apuntado en su agenda de contactos y que cualquier cosa que necesite solo tiene que marcarlo.

Lo único que hizo que aquella tarde fuese diferente a todo el resto de las tardes que yo pasaba con Brook, fue que no solo me tuve que despedir de él, sino que también de Lea.

Me acerco para darle dos besos y cuando estoy a punto de oler su fragancia, que probablemente sea dulce o afrutada, alarga el brazo y me tiende la mano como signo de despedida. Evitando así cualquier acercamiento entre los dos. Su gesto me pilla desprevenido, pero hago porque en mi rostro no se refleje la sorpresa así que le cojo la mano tal y como ella acaba de decidir.

—Encantado de conocerte, Lea.

El lago de los corazones vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora