10| Zoe y Enzo

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LEA

Esa mañana decido que antes de que llegue Aiden iré yo misma a recoger los tulipanes, esos que mi abuelo pide cada vez que los anteriores se ponen mustios.

Voy caminando ya que como el pueblo no es muy grande cuento con la ventaja de que todo esté cerca. Entro en el local y aparentemente no hay nadie detrás del mostrador. Me entretengo mirando todos los tipos de flores que llenan la sala y que hacen que esa tienda huela de maravilla.

De pronto, una chica joven sale de la cortina que separa el mostrador del almacén mientras se trenza el pelo. Se aparta el flequillo detrás de la oreja y alza su mirada hacia donde yo estoy.

—Buenos días—me saluda animada.

Su voz me obliga a girarme y centrar toda mi atención en ella.

Su pelo anaranjado se ilumina gracias al sol que entra de los ventanales, en los cuales están las flores expuestas. Me recuerda a alguien que yo ya conozco de hace mucho tiempo.

— ¿Zoe?

— ¿Lea eres tú? —pregunta dubitativa.

Su mirada se ilumina sin creer lo que está viendo.

—Sí—respondo con una amplia sonrisa sin creerme lo que mis ojos están presenciando.

Zoe viene rápidamente hacia donde yo estoy para fundirse en un sincero abrazo. Uno que no nos dábamos desde hacía 5 años. La última vez que la vi distaba mucho de cómo estaba ahora. El verano de hace cinco años era tan solo una adolescente, ahora era, completamente, una mujer.

— ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclama separándose unos centímetros de mi— ¿Por qué has tardado tanto en volver?

Su sonrisa se refleja en mi rostro y no evito sentirme querida.

—Ni yo lo sé...

En realidad, si lo sabía. Sabía que el culpable de que yo no hubiera vuelto a pisar aquel pueblo era mi padre y no la razón que él había intentado que me creyera durante todo ese tiempo.

— ¡Dios mío, no me creo que estés aquí! —hace una pausa mientras me mira para comprobar si es real que soy yo a la que está abrazando— ¡Cuándo se lo cuente a mi hermano va a flipar!

Sus palabras me transportan inevitablemente al último verano que pasé allí. El que pensé que se iba a convertir en el mejor verano de mi vida y terminó siendo completamente lo contrario.

Zoe y yo nos conocíamos desde pequeñas. Una tarde, cuando paseaba con mi abuela por la plaza del pueblo en busca de ese helado con el que me premiaba cada día después de la siesta. Me encontré con una niña pelirroja, de la mano de su madre, que miraba indecisa el cartel en el que salían todos los tipos de helado que había.

—Cógete el de chocolate con virutas de chocolate. ¡Está riquísimo! —exclamé mientras me relamía pensando en llevarme uno de esos conos de helado a la boca.

—No me gusta el chocolate—dijo la niña del pelo naranja.

¿A que niña de diez años no le gustaba el chocolate? Por sus malos gustos y su color de pelo estaba segura de que aquella niña era, probablemente, un extraterrestre que había venido de vacaciones desde un planeta que aún no se había descubierto.

— ¿No te gusta el chocolate? —exclamé sorprendida—No sabes lo que te pierdes. El chocolate es lo mejor que hay en el mundo.

—Un helado de limón—dijo finalmente mientras miraba al dependiente.

Su madre y mi abuela se miraron sonrientes a causa de nuestras intervenciones.

— ¡De limón! Ecs...—dije con mala cara—¡Qué asco!

El lago de los corazones vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora