50| En la boca del lobo

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El camino se vuelve cada vez más complicado. Siento que todas las plantas que tengo delante de mí no me dejan ver con claridad por donde pasar. Los árboles se acumulan, los espacios entre la vegetación son cada vez más estrechos y por momentos acabo tomando senderos que me resultan más fáciles sin saber, a ciencia cierta, si estoy yendo por el camino acertado.

Parece una metáfora de la vida, justo me recuerda a lo que Enzo y yo habíamos hablado antes de besarnos la última vez en aquella fiesta. Hay que perderse para encontrarse. Sus palabras solo me hacían recordar sus besos, y eso me removía el estómago de manera desmesurada. Era una sensación ambigua difícil de explicar.

De pronto, una corriente de aire pasa por mi lado. Es tanta a la velocidad a la que lo hace, que incluso el pelo me vuela y no puedo evitar sobresaltarme llevandome la mano al pecho. Mis ojos buscan desesperadamente lo que acaba de pasar a solo unos centímetros de mi rostro y lo veo. Colgado del árbol, con los ojos bien abiertos y emitiendo un sonido que inunda todo el espacio en el que me encuentro ahora mismo.

El búho me mira como si fuera una intrusa. Realmente lo era, ese no era mi lugar y él lo sabía. Continúo el camino respirando lentamente para intentar bajar las pulsaciones de mi corazón. Tengo sed y ni siquiera puedo imaginar cuanto tiempo me falta para llegar al otro extremo y sin tan si quiera ellos tendrán algo de agua con lo que poder hidratarme.

Pienso en Aiden y me pregunto si él habrá sido capaz de llegar ya. He perdido la noción del tiempo, pero diría que llevo más de unos quince minutos caminando. Seguro que él ya está con Zoe comiendo esas patatas con sabor a tomate. Sin embargo, aquí sigo yo, caminando sin ningún rumbo para acabar como muy bien me había dicho él, metiéndome en la boca del lobo.

En cuanto daba un paso, sonaba un crujido bajo la suela de mis zapatos. El suelo estaba lleno de pequeñas ramas que delataban por donde estaba yendo. Yo no escuchaba nada más que no fuera el sonido de mis pasos mezclado con el ruido que estaban emitiendo las chicharras y grillos de la zona.

De golpe, mi amigo búho vuelve a ulular, en cambio, está vez no lo veo por ninguna parte. Además, siento como que el sonido que emite es mucho más agudo y fuerte que anteriormente. Entonces, me imagino que puede tratarse de una lechuza sobrevolando la copa de los pinos en busca de una nueva presa con la que alimentarse.

Mis ojos repasan taciturnos cada uno de los huecos que hay entre los distintos tipos de plantas intentando estar prevenida ante cualquier amenaza. Noto una leve corriente de aire a mi alrededor. Y de forma repentina, unos brazos me rodean por la espalda.

—¡Joder! —grito asustada, con el corazón a tres mil por hora a la par que me giro para ver quién hay detrás de mí.

Su risa inunda mis oídos y me apacigua casi de manera instantánea.

—Te dije que fueras con cuidado—dice Aiden aún con una leve carcajada.

—¡Estás loco! —exclamo aún con el pecho subiendo y bajando a toda velocidad—¡Podría haberme dado un infarto!

Su sonrisa permanece intacta y de inmediato se refleja en mis labios.

—¿Has visto lo bien que imito el sonido de los búhos?

—Así que eras tú...—digo casi para mis adentros—¡Eres imbécil!, creía que era un animal de verdad—suelto mientras le doy un empujón.

Nuestros ojos se alinean.

–Pensaba que ya habrías llegado.

—Imposible, ¿tú sabes la de zarzas que he tenido que apartar? —me cuenta a la vez que me enseña sus brazos llenos de arañazos.

El lago de los corazones vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora