47| Amores enmudecidos

34 3 0
                                    

LEA

Estoy con los ojos cerrados y un golpe repetitivo se cuela en mi habitación. No es ninguna canción proveniente de uno de los vinilos de mi abuelo, tampoco son pájaros, es más como el sonido que hace una rama molesta cuando choca con algo.

Entre gruñidos perezosos me muevo en la cama. Remoloneo mientras pienso si es una buena opción averiguar de donde procede ese ruido molesto o, por el contrario, si taparme las orejas con la almohada y seguir durmiendo es la opción más adecuada.

PUM, PUM, PUM.

—¡Joder! —mascullo en voz alta, aún con la voz entrecortada por el sueño, a la par que me incorporo.

Mis parpados pegados como lapas entre sí y llenos de legañas, no me dejan ver con claridad. Me restriego con los dedos ambos ojos haciendo que se abran poco a poco. La luz me ciega por completo e inmediatamente me siento un vampiro tapándome la cara a causa de los primeros rayos del sol.

Salgo de la cama con el pantalón corto de pijama con el que se me ve medio culo y una camiseta tres tallas más pequeña que la que debo utilizar. En la ventana aparece un objeto volador durante un segundo que se estampa contra el cristal de la ventana. ¿Quién coño se está dedicando a tirar cosas hacia aquí arriba?

Abro la ventana y por milagro divino ninguna cosa más llega hasta el marco de la ventana donde yo estoy apoyada.

—Buenos días dormilona—me saluda Aiden desde abajo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Se puede saber ¿qué bicho te ha picado? —exclamo enfadada rascándome la cabeza y enredándome aún más el pelo.

—¡Corre, baja!

—No pienso bajar—contesto de malas maneras cruzándome de brazos—¿A ti no te han enseñado a picar al timbre?

Creo que no lo he dicho hasta ahora, pero tengo muy mal despertar. Y mucho más si un chiflado ha interrumpido mi plácido sueño tirándome ramas secas y piedrecitas del jardín contra la ventana.

—¿Y a ti a no quejarte tanto?

—Ggrr...—gruño—Te odio Aiden Wood—suelto cerrando la ventana.

Abro los cajones de la cómoda y alcanzo unas mayas ciclistas negras y una camiseta de manga corta que pone Manhattan. Ni siquiera sé porque tengo una camiseta en la que pone Manhattan si no he ido nunca a Nueva York.

Hago un gurruño con la camiseta y la tiro de nuevo dentro del cajón a la par que suspiro. Miro las mayas y pongo los ojos en blanco volviéndolas a dejar justo donde las he cogido. Escoger que ponerme dormida claramente no es lo mío. Finalmente, y tras un par de minutos mirando la ropa sin moverme del sitio, me decanto por unos pantalones cargo cortos de color beige y un top de manga corta blanco.

Me ato las converse y bajo las escaleras intentando no despertar a mi abuelo, si es que aún eso sigue siendo posible después de qué Aiden y yo hayamos estado chillándonos por la ventana.

—Pensaba que te había comido el armario.

—Y yo pensaba que lo de despertar a alguien tirándole cosas a su ventana solo pasaba en las películas de adolescentes.

Aiden se ríe y abre la puerta de su camioneta para que me suba. Una vez dentro, me fijo en la carretera que toma y de inmediato, sé a dónde nos dirigimos. Podríamos haber ido perfectamente caminando, pero supongo que la idea de ir un trozo en coche no me desagrada ya que me acabo de levantar y ponerme caminar no me hace mucha gracia.

Deja la camioneta estacionada en uno de los costados del camino para que podamos seguir el resto del sendero a pie. Cuando estoy caminando hacia el lago suponiendo que ese es el sitio al que quiere ir, Aiden suelta:

El lago de los corazones vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora