61| Reminiscencia

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AIDEN

Observo como Lea se mete en el cuarto de baño y contengo las ganas de ir tras ella. No puedo evitar que me parezca igual de sexy hasta con esa camiseta ancha que utiliza como pijama.

Suspiro y me incorporo de la cama para sacarme las legañas de los ojos. Los rayos del sol iluminan toda la estancia y parece como si no hubiera llovido en toda la noche.

La imagen de la noche anterior, del cristal de la ventana lleno de pequeñas gotas que se resbalan por el vidrio entelado me recuerda al rostro de Lea.

Aún tengo clavado en mi memoria sus mejillas llenas de gotas saladas.

No sabía que una persona podía dormir y llorar al mismo tiempo. Al parecer, ella sí.

Supongo que no sabe que me pasé el resto de la noche despierto. En cuanto se despertó sobresaltada, no pude volverme a dormir. Me preocupaba demasiado la idea de que algo pudiera hacer que se despertara de nuevo.

Me despego de las sábanas y me dispongo a ponerme algo de ropa con la que taparme. Lea me ha dicho que no quiere que el señor Brook me vea así, pero la verdad es que no puedo estar más de acuerdo con ella. Que Connor me vea en calzoncillos rondando por su casa haría que dudara del respeto que le tengo. Además, dormir con su nieta en ropa interior no creo que sea a lo que se refería cuando me dijo que cuidara de ella.

Cuando estoy delante de la silla dónde ayer dejé la ropa, me doy cuenta de que con lo único con lo que puedo taparme es con una camisa blanca y unos pantalones de traje. Así que decido finalmente optar por la opción de vestirme con los pantalones de traje negros para sentirme menos desnudo que sin nada encima.

Mientras bajo las escaleras la hebilla desabrochada del cinturón suena al compás de mis pasos. Nada más poner un pie descalzo en la cocina, noto el frío que proviene del suelo. Seguidamente, abro la nevera para coger la leche y hacerme un café.

—Mierda—maldigo entre dientes.

El señor Connor se ha vuelto a olvidar de hacer la compra y no hay prácticamente nada en su frigorífico. Me apunto mentalmente lo que considero que necesita para después ir a comprarlo.

Finalmente, como no hay ningún bric de leche, decido hacerme un café solo.

Caliento el café en los fogones y ese característico olor comienza a impregnar toda la cocina, incluso parte del comedor.

Tarareo animado una de esas canciones que no se van de mi cabeza a la par que vierto el contenido caliente que acabo de preparar en una taza.

—Perdona, y ¿tú eres?

La voz del desconocido hace que me gire de inmediato sosteniendo la taza de café humeante entre mis manos. Mis ojos se abren avergonzados y de manera automática, bajo la mirada a los pantalones. Están caídos y dejan ver un poco del elástico de la ropa interior que llevo puesta. Acto seguido, vuelvo a mirar al hombre que está asomado en el marco de la puerta.

—¿Quién eres? y ¿qué demonios haces en casa de mi padre? —sus ojos me dan un repaso de arriba abajo y no parece tener una expresión muy alegre al verme allí.

Supongo que a nadie le emociona la idea de encontrarse a un supuesto intruso, semidesnudo, en su propia casa.

—Disculpa—camino hacia él y le alargo la mano, aunque él no está del todo receptivo que digamos—Soy Aiden, el jardinero.

Nada más pronunciar esas palabras me siento ridículo. ¿Qué jardinero en su sano juicio va vestido con unos pantalones de traje y se toma la confianza de desayunar solo mientras el resto de las personas que habitan la casa aún siguen durmiendo?

El lago de los corazones vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora