Derain

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  • Dedicado a Mailen Nieva Gusukuma
                                    

Cuando Derain levantó la vista el cielo amenazaba con diluirse sobre el vuelo de los pájaros en una mezcla de naranja y rojo, las nubes daban la impresión de deshacerse como un algodón de azúcar y el sol declinaba con pereza, mientras todo se volvía noche... por un momento pensó que aquella era una vista preciosa, pero había tenido tantas de esas vistas, en tantos lugares, que ya no le parecía nada novedoso, ni impresionante, ni siquiera digno de admirar.

Se desperezó levantando los brazos, sin ganas de moverse. Derain era un vago la mayor parte del tiempo y se distraía con cualquier cosa siempre, así que no le sorprendía comprobar que llevaba dos horas allí sin hacer absolutamente nada.

Estaba en un parque de Inglaterra y ya ni siquiera recordaba el motivo, rebuscó en los bolsillos de su saco un papel donde Tess había escrito algunas instrucciones, sin embargo no encontró nada. Bueno, Derain también solía perder cosas muy a menudo, por lo que no le dio importancia.

Sus ojos, de un color indefinido entre el verde y azul, parecían más vividos que nunca bajo la delicada luz crepuscular, mientras entre los labios sostenía lánguidamente un cigarrillo a medio fumar y, a un lado de la cara, se le dibujaban mosaicos con las sombras de los árboles. En esa posición relajada daba la impresión de estar posando para una fotografía, siempre lucía de aquel modo, con el pelo claro desordenado, la sonrisa socarrona y la mirada hueca. Derain tenía una de esas bellezas inexplicables, de las que te hace pensar que nada podría hacerlo ver mal, que incluso sus huesos al desnudo podrían ser atractivos, aun cuando en realidad no tenía nada demasiado llamativo en él, y he ahí el misterio... Amanda no sabía por qué, pero no podía dejar de verlo y de repetirse que "atractivo" era una palabra decimonónica para describirle.

Las farolas del parque se fueron encendiendo y ella se quedó allí, observándole con la sensación de absurdo y soledad, a pesar de que sabía que él estaba consciente de su presencia. Últimamente las horas parecían correr a otro ritmo, las mañanas y noches tendían a fundirse con demasiada facilidad y el pasto húmedo de aquel lugar era la superficie más reconfortante sobre la que había estado en un tiempo.

— ¿Sabes cuantas personas hay en Londres en este momento? Probablemente unas ocho millones y medio... y por alguna razón estoy aquí, contigo.

— Es una casualidad bastante decepcionante ¿no crees? —preguntó Derain sin volverse, sin prestarle ningún tipo de interés, porque en verdad no le interesaba nada que tuviera que ver con ella, ni con nadie.

Derain era un ángel, los ángeles no sienten, así lo había dispuesto Dios, y le gustaba, de hecho le parecía cómoda la facilidad de mirar a alguien y no tener emoción alguna, así todo es más fácil, así solo dependía de él, a pesar de que sonaba triste y vacío, al menos así nunca tendría que sentirse decepcionado o solo. Al menos no tendría que pensar nunca en las sonrisas tristes que te pinchan cuando miras con cuidado, ni tendría que sentirse mal al contemplar unos ojos llenos de angustia, porque así lo estaba mirando Amanda, con los ojos más tristes y angustiados que había visto nunca.

— ¿Por qué Dios no nos acepta? —preguntó Amanda, las uñas se enterraron en el suelo y un mechón de pelo negro se le resbaló por la frente—, ¿por qué somos un error?

Los Ángeles habían pecado al enamorarse de humanos, y también eran un pecado y una aberración sus hijos, los nefilims. O al menos eso decían Abaddon y sus seguidores, quienes llevaban miles de años  persiguiéndolos y matándolos, aunque Dios no había dicho una palabra al respecto.

Derain se encogió de hombros. Ni siquiera quería pensar en ello, el mundo era lo que era y basta, hacía mucho que las cosas estaban así, ya iban dos mil años desde que Dios desapareció por completo, y mientras Abaddon se hizo del poder algunos ángeles habían decidido huir a la tierra para experimentar placeres humanos, dando origen a la guerra en la que estaban inmersos. Él era un inquisidor, simplemente ocurría aquello, era lo que era y punto, estaba fuera de su alcance y su comprensión dar explicaciones. 

— No lo sé, solo sucede... como la calvicie hereditaria—sonrió con sorna y por primera vez inclinó la cabeza para verla.

Amanda era un nefilim, o solía serlo al menos, porque ahora solo parecía una humana sumamente enferma, y Derain no podía si quiera concebir esa posibilidad. La miró, queriendo ver por primera vez a alguien, estudiarla y comprenderla, aunque por más que se esforzaba solo le parecía una criatura, pequeña, débil y triste.

— ¿Quién y cómo lo hizo?

— Un nigromante—las comisuras agrietadas se le curvaron levemente al responder, la piel macilenta bajo los ojos acentuaba su mirada cansada—. Ya no tengo poderes ¿sigo siendo tu enemiga?

Derain no respondió, quizás porque era la primera vez que en verdad no sabía qué decir, Amanda le sostuvo la vista. Había algo en él que le gustaba, algo sin sentido, como la forma en que sus huesos sostenían su cuerpo, o cómo parecía no ser parte del mundo, cómo causaba la sensación de que tenía el poder de hacer cualquier cosa, hasta desmantelar al sol, o tal vez era la forma en que, de algún modo, con un solo gesto te echaba la noche entera encima, o cómo al moverse emitía música con notas desgarbadas, el modo en que se empañaban en sus pupilas escarchadas los misterios de los ángeles y de la historia del mundo.

— Supongo que fue una pregunta difícil para alguien sin principios ni ideales —murmuró abrazándose las rodillas.

— ¡Yo tengo ideales! Unos cuantos...

Derain se tendió sobre el suelo, tenía la ropa un poco sucia y el pasto le hacía picar el rostro, estaba en Londres y tenía una nefilim que ya no era nefilim a metro y medio de distancia. No sabía su nombre, tampoco le importaba, porque después de todo no era nada ni nadie, al menos nadie que fuera a recordar en el futuro, solo se la había topado con ella más veces de las pensadas y ahora nada... ahora el deber. Ñ

— Solo quería saberlo... antes de morir. Estás en el mundo mucho antes que yo, siglos antes, has sido testigo de todo, lo sabes, lo conoces todo, mientras yo no he vivido un solo día en el que tú no hayas existido, no conozco un mundo en el que tú no estés, si no tienes las respuestas a mis preguntas ¿Quién las tiene? Tú debes saberlo todo.

— Yo no sé nada...

La brisa ligera ondeó a su alrededor y Amanda contrajo los dedos dentro de sus zapatos, la voz ronca y falta de emociones de Derain era como un heraldo de la muerte de lo que le quedaba de esperanza, de lo que todavía guardaba de ilusión, porque a pesar de todo una parte de ella seguía creyendo que quizás había algo salvable, que podía haber algo que la mantuviera a flote sobre el abismo de pecado, voracidad y odio, pero no era así, y ya no podía seguir aferrándose a esa partícula, a ese átomo indivisible de sueños, porque algo no estaba bien. El mundo le parecía algo inconexo, Derain lo era.

— ¿Y vas a matarme igualmente?

Derain era un ángel, los ángeles no sienten, y le gustaba que así fuera.

Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora