Jaqueline II

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Era junio, próximo al solsticio y una intensa lluvia caía en la ciudad. Jaqueline se aferraba al paraguas..., por el piloto y las botas le salpicaba el agua de los autos corriendo por las calles. La catedral de San Pablo, vista desde allí, parecía un cuadro barroco, era sobrecogedor mirarla cuando las nubes bajaban a besar su cúpula y las campanas anunciaban misa.

Jaqueline estaba temblando de tanta belleza y tanta poesía que le nacía, mientras Noah tenía los ojos oscurecidos y puro pesar en los labios.

<<Nos saquearon, nos mataron, nos persiguieron y vienen por más>>

La inquisición siempre viene por más.

Jaqueline no lograba sonsacarle demasiado, Noah era de pocas palabras y de poco abrir el corazón y la mente, estaba convencido de que tenerlo a su lado solo le traería peligros y desgracias, y ni las mil veces que ella lo abrazaba por la espalda le bastaban para confiar en que no pensaba dejarlo.

El peligro siempre termina por encontrarte, a la vuelta de la esquina o en una iglesia, y a Jaqueline le gustaba pensar que asumir esa simple verdad era suficiente, aceptar lo malo y convertirlo en algo más. El único miedo que, según ella, debían tener, era el de no verse más, pero los miedos engendran miedos, como bien se sabe, así que Jaqueline sobre todo tenía voluntad de amor y voluntad de esperanza, y contra toda evidencia estaba segura de que Noah era su lugar más seguro. No importaba si él le hablaba de nefilims, de ángeles, de brujas adoradoras de la diosa Diana, o de misiones secretas.

Nada sobre nefilims o ángeles le parecía importante cuando se miraba en los ojos de Noah y le parecía ver el mundo recién nacido, cuando estaban juntos le parecía que de ellos dos nacían mundos nuevos, que de sus cuerpos brotaban vapores, volcanes y también mares y galaxias enteras.

— No creo que hoy aparezca —se atrevió a decirle. Noah lo sabía, llevaba una semana esperando su llegada, pero ella no acudió nunca. La sacerdotisa con la que había contactado desapareció sin decir nada.

— La inquisición la tiene.

Jaqueline sabía que hablaba con alguien llamado Blake, sabía que instrucciones nuevas le llegarían, sabía también que se iría.

Le hubiera gustado decirle que el tiempo era ahora y que eran ellos dos, que en ese momento eran posibles, que allí, bajo la lluvia y el cántico del Támesis podían ir donde quisieran, que ese aire, esos charcos y el cielo plomizo eran ellos, que estaban en todas partes, en los pájaros, en los arces del bosque, y los diluvios de verano, quería decirle que estaba deshecha de la alegría de haberle encontrado con tanto mundo en medio. Que no era cierto que su libertad estaba hecha de los muertos que iba dejando atrás, que su vida no era un regalo robado, ni su tiempo un recordatorio del destino, que era mentira el destino. Que en el espacio de sus brazos cabía todo el universo y más.

Quería decirle que se le ocurría solo morir de risa, o de sueño, después de noches enteras de amarse y tocarse y contarse historias como si la vida empezara en ellos, como si la vida terminara en ellos... 

Caminado por Londres, Jaqueline le tomó la mano y Noah quiso llevársela lejos, a donde ninguna guerra los alcanzara, pero no podía, y quiso quedarse allí, donde ella llenaba el aire de chispas...,y no podía. 

Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora