Tess II

32 2 6
                                    

La lluvia llegó repentinamente, se filtraba por el techo deshecho y caía por los mosaicos de la catedral. Una bruja yacía a sus pies, pero la batalla estaba lejos de acabar, Tess miró a su al rededor, a sus espaldas le pareció escuchar el gemido del lobo y a Caleb, rodeado de nefilims. 

Su corazón permanecía confuso y con hastío, aquella ruinosa catedral se había convertido en una isla de terror y sangre, el fuego consumía los restos de estructura y afuera, bajo la copiosa lluvia, reposaban muertos y vivos, esperando su destino, el terrible destino que Caleb les reservó. Mucho tiempo atrás la catedral se irguió sobre un campo de cadáveres y el ángel estaba seguro de que podría hacerlo nuevamente. No importaba el costo, solo ganar una vez más. 

Tess ni siquiera necesitó hablar con Derain, lo miró y supo que estaría de acuerdo con ella. Sus manos estaban ennegrecidas por el humo y el polvo, al igual que su chaqueta y el resto de su ropa, aún así él lograba de alguna manera conservar su atractivo. 

Estaban allí, mirándose uno al otro cuando un resplandor cegador lo cubrió todo y estuvieron ciegos en medio de tan indescriptible luz, y estuvieron sordos entre las miles de voces que venían de las criptas y mudos ante las sombras que se levantaban del suelo, clamando venganza. Una magia poderosa y antigua había despertado de su letargo, una de las brujas había conseguido el tesoro. 

Esto fue una pérdida de tiempo —le dijo su amigo, una vez que pudo llegar donde ella, para cubrirle la espalda. Las fuerzas enemigas que comenzaban a flaquear de pronto se recuperaban. Los brujos pertenecían a la especie más problemática de los nefilims, eran inmortales, por lo que a pesar de que el aquelarre no era tan numeroso, no demoraban mucho en recobrarse de los mortales ataques por parte de Caleb, y los pocos inquisidores que lo siguieron a la misión. Tess sabía que debido a esa condición muchos pagarían con sus vidas, la magia angelical que recubría la catedral era una trampa, nadie sabía como matar una bruja, aun así la madera de fresno servía para anular sus poderes y la magia enoquiana serían sus cadenas hasta que sus cuerpos se pudrieran bajo tierra y no quedara nada de ellas. Tess no podía imaginar algo más terrible y sin embargo fue así como siglos atrás las sacerdotisas del templo perecieron. 

— Debemos salvar a los humanos sobrevivientes. 

— Lo que debemos hacer es largarnos de ésta mierda. Que Caleb limpie lo que quede.

Tess supo que si se marchaba la visión de los muertos la atormentaría para siempre. Había presenciado matanzas en su larga vida, había sido parte de ella, había asesinado y también había ignorado las crueldades que se hacían en nombre de Dios, porque todo en el mundo venía de sangre y lágrimas. Siempre era por el bien mayor, por el orden natural que exigía la supremacía, siempre era por el deber y por su esencia divina que demandaba obediencia. Ella no era más que una acumulación de átomos, no era más que luz contenida en un cuerpo, hecha para servir, aquel era su único propósito ¿Entonces por qué no podía olvidarse de Jaqueline, con los huesos rotos y la boca torcida de terror? Si el terror era cosa de nefilims, al menos eso se decía siempre. 

— Tienen el orbe —insistió Derain.

— Y Caleb tiene su trampa.

— No importa lo que ocurra, acabará en desastre, no queremos ser parte de ello. 

No, no querían. No era su sede, ni estaban en una misión oficial. 

Tess no sabía lo hermosa que estaba en ese momento, con la lluvia abrazándola, los ojos un poco ávidos, la ropa manchada y las dudas que le mordisqueaban como los peces de un estanque. Saltando sobre las ruinas apareció una bruja, luego otra, las huestes atacantes los asediaban, expectantes y salvajes. Varias de ellas se lanzaron en su contra, con bramidos de guerra, lanzando hechizos, conjurando maldiciones... Derain fue el primero en reaccionar, se abalanzó en una marejada violenta, grácil y orgulloso, la magia surcaba el aire y lo último que Tess vio, antes  levantar su guarda y enfrascarse en la lucha, fue un cuerpo femenino caer, lánguido, con el cuello fracturado.

La magia que salía de su cuerpo era como un relámpago, sus movimientos eran más bien una danza, un ritual que describía figuras en el aire, la luz que irradiaba era capaz de encandilar a quien mirara, y toda ella era un conjunto de partículas luminosas. Tess era subyugante, desde sus ojos intensamente azules, hasta su origen de humo y luz.

Un hechizo aturdió a Derain al punto de hacerlo flaquear, Tess lo vio por el rabillo del ojo mientras evadía los enormes escombros que salían volando en su dirección, de pronto sintió un latigazo de dolor cuando una ventisca ondeó a su al rededor y la cortó como si de una navaja se tratara. La herida del rostro demoró unos segundos en sangrar, pero finalmente el líquido espeso y rojo se derramó por la mejilla y cayó por su mentón. La magia que salió de sus manos fue un escudo contra la llamarada que se levantó del suelo un momento después.

Derain apareció a su lado cuando el fuego que la rodeaba se convirtió en un denso gas que envenenó el aire. También fue aquel el instante en que la magia de Caleb llegó a su apogeo y el piso tembló, mientras una extraña electricidad surcaba el aire y una inexplicable fuerza obligaba a las hechiceras a hincarse, como si el centro mismo de la tierra las quisiera absorber. Los poderes del inquisidor eran cadenas que surgían de la tierra y las arrastraba hasta los cimientos, a pesar de la resistencia y los encantamientos de protección. 

— Debemos sacar a los humanos —insistió ella a su amigo.

— Eres demasiado testaruda —le respondió él, rindiéndose a su voluntad. 

Afuera del edificio se podía ver el velo blanquecino, como una bruma que cubría la catedral y dominaba sobre quien se encontrara dentro del perímetro,  se trataba de la ratonera que Caleb le puso a las brujas, sacrificando a los fieles a cambio. Tess barrió con la mirada el exterior, una mujer se arrastraba entre los cadáveres y un hombre tosió tratando de incorporarse, empapado por la lluvia, mientras algunos pocos más permanecían inconscientes con heridas. 

Derain comenzó su labor con cierto desprecio, pero con apremio. Caleb era tan poderoso que la exposición a sus poderes los mataría pronto. Tess se pasó un brazo por el hombro y miró unos segundos al enorme lobo amarillo que arrastraba fuera del recinto a una chica herida, para luego volver por otro afectado y rescatarlo también, notó que la herida del lomo dejaba a la vista los huesos y sin decir nada volvió a su tarea. 

Adentro los gritos de las brujas se alzaban con maldiciones y una bandada de cuervos sobrevolaba el cielo, atravesando la tormenta. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora