Alik

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La misa de las ocho estaba próxima a empezar, las campanadas la anunciaban y algunos fieles y turistas recorrían la ilustre catedral de san Pablo, a pesar de las tempranas horas. El obispo estaba en la galería dorada, observando la majestuosidad del templo. Oksana, a sus espaldas, usaba una fina gabardina y una boina ocultaba parte de su cabello rojo... desde ese lugar y con aquella luz su piel resplandecía con un brillo semejante al de las imágenes de ángeles y Santos. El obispo secretamente pensó que ella era una perpetuación de la arquitectura, que era un tributo a la historia, y el milagro que las personas llegaban buscando.

¿Vas a oficiar la misa?—preguntó ella, en tono burlón.

—¿A que tendría gracia? —respondió Alik. El rostro del obispo era regordete y rosáceo, en sus ojos marrones Oksana casi podía ver la mirada maquiavélica del cambiapieles.

¿Tienes las llaves?

El obispo buscó en los bolsillos ocultos de su túnica, una mueca inquietante bailaba en sus finos labios, era la sonrisa de Alik, la que hacía sospechar de intenciones secretas y siempre salía a la luz, sin importar las caras que adoptara. El verdadero obispo yacía muerto con los ojos abiertos y una navaja en el cuello en su oscuro confesionario, sin que nadie sospechara.

Alik estaba bastante orgulloso de su actuación ante los clérigos que se cruzó en el camino y mucho más de haber encontrado tan facilmente las llaves que conducían a las criptas, que aquel día permanecían cerradas al público.

No te tardes— le advirtió. El hechizo que ocultaba su esencia nefilim no duraría mucho.

Oksana entornó los ojos en cuanto una mano fofa le apretó un pecho y respiró sobre su cuello al pasar a su lado, aquello le parecía especialmente desagradable y Alik rió bajo su aliento, viéndola desaparecer por las largas escaleras dejando una estela de olores silvestres.

Ahora solo faltaba esperar, pensó. Sus sentidos permanecían alertas, mientras vigilaba que todo saliera como lo planearon. Incontables cirios brillaban en el altar y la dorada estructura parecía flotar sostenida por los mismísimos ángeles. Alik se sentía turbado por la visión y el fragor de los cánticos y los ecos que subían hasta lo más alto de su cúpula.

Pensó en Oksana, él siempre pensaba en Oksana y las locuras que hacía conducido por los deseos de ella, pensó en su piel blanca y perfecta, pensó en su magia y la abolición de imperios, pensó en sus fantasmas, en sus enojos, en sus fuegos. Pensó también en él y en su devoción, en él y la inexorable necesidad de seguirla donde quiera que fuera. La imaginó bajando las criptas y pensó que ella era su templo, que era su fe y sus ansias, que era su hambre y su delirio. Pensó en ella excitado por su determinación, convencido por las chispas que salían de ella convertidas en luciérnagas, cuando cerraba los ojos y el fuego la envolvía como un sobretodo.

Para cuando las campanas repiquetearon una vez más, Alik paseaba por una capilla y Oksana había completado el maleficio. En la profundidad de las criptas ahora descansaba una maldición contenida en una oscura tumba. Alik, ahora en otra piel, pensó en la wicca y en el espíritu vengativo de la diosa Diana. Oksana caminó como si no lo conociera, con el rostro iluminado por las velas, y Alik la siguió en una silenciosa procesión, pensando que ella era Diana y todas las diosas vengativas del universo.

Una hora después cada eclesiástico de la catedral murió, murieron dando misa, en las capillas y en las galerías. Todos, excepto uno.

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Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora