Seán II

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La magia de Aradia era poderosa y antigua. Sostenerla entre sus manos se sentía como sostener una estrella, se sentía como un sol palpitante,  y se sentía como si de adentro empujaran manos, emanaran aullidos y se asomara el aliento de un dragón..., se sentía como si un universo entero estuviera contenido en el pequeño orbe hecho de los secretos de la bruja. Seán lo miró de cerca, la esfera de cristal brillaba con los colores irisados de los arcaicos hechizos que contenía, y por un segundo esperó que unos labios invisibles le revelaran al oído los enigmas por los que había ido hasta la catedral, pero nada pasó. 

Fue decepcionante cuando la esfera se deshizo entre sus dedos, convertida en miles de destellos que desaparecieron en el aire, sin que nada más ocurriera, sin que el mundo se quebrara en dos, sin que la tierra se cubriera de bruma ni los cielos de relámpagos.

Los hechizos solo se revelarán ante un elegido digno. 

Oksana se encontraba recargada en Alik, con el costado sangrando y apenas consciente, aun así sus ojos brillaban altivos, mientras sombras con forma de cuervos brotaban de su al rededor. Seán no respondió a su provocación y en cambio se dirigió a Angus, quien permanecía herido, empuñando su espada. Los espíritus que lo acompañaban se agitaron con la presencia del monje. 

Angus se había pasado la vida luchando con monstruos, y al final se había convertido en uno,  eso pasaba con las guerras, no se podía decir si eran los monstruos los que las provocaban o si, al contrario, eran las guerras las que provocaban monstruos. No importaba, pues el nigromante jamás expresaría aquel pensamiento, pero no pudo evitar mirar en el interior de Angus y llegar a lo más profundo de su mente, incluso  a esos lugares que él había olvidado, para que solo quedara el odio. El odio, pensó, era una fuerza terrible, un elemento como el aire que respiraba, o como el fuego que cubría a Oksana. 

Las quiméricas criaturas que se abrazaban a Seán también se alimentaban de odio, también eran hijos de la guerra, también ignoraban su condición de monstruo y disfrazaban su ansía de venganza con justicia. 

En aquel instante Seán las dejó libres, la espada de Angus no podía cortar lo que ya estaba muerto, los espíritus que había condenado a la oscuridad estaban ahora presionando su garganta y arañando su cara. La magia enoquiana era un escudo débil, las cuentas de fresno brillaban y el acero se blandía sin resultados, pero Angus se alzó una vez más, encolerizado, sin percatarse de la herida que le había atravesado los músculos, ni la bala que Alik había alojado en el hígado, ni las quemaduras que había convertido su piel en una masa chamuscada. Y las estocadas cayeron sobre Seán, remitió contra él una y otra vez, asestando golpes con todas sus fuerzas, aunque para Seán no fue dificil doblegarlo, un golpe en la espalda baja lo hizo temblar y se fue de bruces, con el rostro hacia la tierra llena de escombros y polvo. 

Angus era solo escombros y polvo. Los espectros se posaron sobre él, mientras recordaba a una chica con el cabello como un río de obsidiana, en su cabello se contenía la noche entera, recordó, y una fría nebulosa lo envolvió cuando la hoja de la espada se hundió en su carne, la hoja de la espada que daba a sus víctimas un destino peor que la muerte, la hoja de la espada que llevaba años afilando en las madrugadas de insomnio, la misma que ahora empuñaba Seán. En los ojos del nigromante había un abismo que lo miraba y más allá solo oscuridad y silencio, pero Angus creyó ver una silueta delgada y un rostro lleno de sombras que lo esperaba.  

En ese momento la magia de Caleb comenzó a actuar, aunque el monje ya no podía saberlo, el hechizo angelical llegaba tarde para él. 

La energía del ángel sobrecogía, eran grilletes que los encogía y los sometía, de pronto moverse era una tarea difícil y aturdidora. 

Debemos irnos —Alik arrastró a Oksana por las criptas, el techo comenzaba a derrumbarse precipitadamente y del aire salían chispazos que recorrían sus terminaciones nerviosas. Alik no tenía idea de por qué no podía mover su brazo, ni sabía qué era la fuerza invisible que amenazaba con aplastarle los huesos, pero sabía que era hora de escapar. 

El orbe—insistió Oksana.

Olvídalo

La espesa cabellera rojiza se pegaba a su rostro sudado, mientras luchaba por mantener la consciencia. Sus miradas se encontraron en la penumbra, Seán tenía la certeza de que arremetería contra él, si acaso tuviera la energía y el tiempo para hacerlo, pues a pesar de que eran dos extraños, ambos podían estar seguros que la enemistad era inevitable.  

Finalmente una columna cedió y Seán solo pudo ver la figura de los jóvenes nefilim alejarse forzosamente, abriéndose camino entre la polvareda, mientras su propio cuerpo se volvía neblina y desaparecía, dejando el cadáver de Angus sepultado por mármol y ladrillos.   

   

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Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora