Noah II

26 4 7
                                    

Jaqueline tenía lunares  y eran como constelaciones que algún Dios dejó caer en su piel, la osa mayor le cruzaba por los hombros, Orión le trepaba la clavícula, casiopea iba por los pechos  y Andrómeda seguía por su vientre hasta la Cruz del Sur.
Noah se sentía un navío flotando en alta mar, a veces quieto, a veces embravecido, cuando ella lo miraba envuelta por la vía Láctea, con el pelo hecho de polvo de estrellas y en los ojos galaxias lejanas, Noah sentía que toda ella quemaba, elevaba, impulsaba...

Noah se sentía un navío naufragando. Noah tenía las ideas girando con todos los sentimientos que no sabía que tenía, orbitando al rededor.

La noche en que se fue ella dormía, las sábanas eran como una  estela luminosa que la volvía etérea y mágica. La miró, solo un segundo fugaz, y luego salió a la noche de Londres.

Jaqueline dormía y él fumaba, envuelto en la negrura, aquella noche todas las estrellas se habían quedado en su cuerpo y Noah se preguntó si valía la pena tanta despedida, si lo echaría de menos, si lloraría... Se preguntó si volvería, y sabía... sabía que nunca, o quizás  algún día, que quizás siempre... sabía que en su mente volvería  siempre a su puerta con la mirada ardiendo de miedo, que no llamaría al timbre, que la miraría de lejos, que le llegaría su olor, que estaría bebiendo latte, que estaría en todos lados, en los otoños y en la lluvia..., sabía que vendrían otros hombres, otros amores, y esa certeza le atravesó los pensamientos como el filo de una espada. Se sintió dolido de ante mano e idiota... irse era un deber, y también un favor, o al menos eso quería pensar.

Irse, no volver, guardaría su recuerdo en el fondo de la memoria, donde acostumbraba a dejar a las personas importantes, ella estaría ahí, eterna, lejana, tranquila, fulgurante y perfecta... inalcanzable, sobre todo inalcanzable. Y también a salvo.

Irse, no mirar atrás...

Una gota de lluvia le cayó en la cabeza, el viento venido del  norte le removió  pedacitos de su interior como si estuviera hecho de hojas secas y le acarició el pelo y las entrañas, mientras Jaqueline soñaba con un lobo de fuego, corriendo por un puente de estrellas, corriendo lejos, muy lejos, y Noah quiso volver, quedarse allí, en la ribera que era su cama, en su rostro donde cabía toda la libertad y más, quiso volver, meterse al lago calmo de su cama, abrazarle la cintura, permitir que le acariciara la espalda... quiso,  de verdad quiso.

Las brujas de AradiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora