2. 𝐄𝐥 𝐞𝐧𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐫𝐨

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Aemma se encontraba de pie en un rincón del gran salón, su corazón latiendo con fuerza en su pecho mientras observaba a los invitados disfrutar de la celebración. Su mirada inquieta se deslizaba por la multitud, buscando ansiosamente a su prometido, el príncipe Viserys. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, sus preocupaciones empezaban a nublar su mente.

Sus manos temblorosas se aferraban a los pliegues de su vestido, y de vez en cuando se peñiscaba las piernas en un intento por aliviar la ansiedad que la consumía. Sentía el cosquilleo nervioso recorrer su cuerpo, sus dedos apretando con fuerza la tela entre sus manos, como si de alguna manera eso pudiera calmar su inquietud.

El sonido de las risas y las conversaciones animadas llenaba el salón, mientras los invitados disfrutaban de la música y las bebidas. Sin embargo, Aemma apenas prestaba atención a las festividades a su alrededor. Su mente estaba abrumada por la incertidumbre de no ver a Viserys entre la multitud.

Cada minuto que pasaba sin su presencia aumentaba la inquietud de Aemma. Se imaginaba escenarios sombríos en su mente, preguntándose si algo le había sucedido a su prometido, si acaso había cambiado de opinión o si algo más grave había ocurrido. El miedo y la angustia se entrelazaban en su pecho, apretando como un nudo doloroso.

Aemma intentaba mantener la compostura, pero la preocupación la consumía por dentro. Deseaba desesperadamente que Viserys apareciera y disipara todas sus dudas y temores. Su prometido era la pieza clave de su futuro, el lazo que uniría sus casas y sellaría su destino. Sin él, todo parecía incierto y vacío.

Con cada segundo que transcurría, Aemma se peñiscaba las piernas con más fuerza, tratando de distraerse del torbellino de emociones que la asediaban. Las marcas rojizas en su piel se convertían en testigos silenciosos de su ansiedad y su anhelo.

De repente, los murmullos de dos damas cercanas llegaron a los oídos de Aemma, causando un pinchazo de dolor en su corazón. No pudo evitar escuchar cómo se burlaban de ella y de su supuesta falta de valía para ser una princesa, comparándola desfavorablemente con su madre.

Las palabras hirientes resonaron en su mente, alimentando sus propias inseguridades. Una sensación de vergüenza y desamparo se apoderó de ella, mientras las lágrimas amenazaban con aflorar a sus ojos. Sentía como si su esfuerzo por ser una buena esposa y una gran dama hubiera sido en vano, como si nunca pudiera llenar los zapatos de su madre, que había dejado una huella imborrable en la historia de su casa.

―No preste atención a esas mujeres. El vino y la insatisfacción de sus maridos las han dejado resentidas. Tan amargas como las raíces que crecen afuera del valle―Señaló la muchacha que estaba sentada a su lado izquierdo, tan peinada y preparada como ella.

Aemma observó de reojo a su única y querida amiga, Elysande Baelish, cuya sonrisa iluminaba su rostro. Elysande, un par de años mayor que Aemma, irradiaba elegancia y confianza en cada gesto. Era notorio cómo los hombres la cortejaban y le solicitaban el honor de un baile adicional. Aquello ocurría cada vez que se realizaba alguna celebración en el gran salón.

Elysande observaba con gracia a los invitados, cautivando a todos con su encanto natural. Su cabello oscuro caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y su vestido exquisitamente confeccionado realzaba su figura esbelta. La seguridad que emanaba de ella era palpable, y su magnetismo atraía las miradas de aquellos que la rodeaban.

―Tengo un sentimiento extraño, es como si los Dioses estuvieran señalándome que no soy digna para enfrentar esta batalla. Miro a mi padre una y otra vez y parece mucho más atormentado que yo. Eso no indica nada bueno―Exclamó la rubia. Elysande negó con su cabeza mientras soltaba una mano sobre la de ella. Deteniendo su acto frenético de autolesionarse.

Duty |  𝐀𝐞𝐦𝐦𝐚 𝐀𝐫𝐫𝐲𝐧 𝐲 𝐃𝐚𝐞𝐦𝐨𝐧 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora