11. 𝐕𝐢𝐬𝐞𝐫𝐲𝐬

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En el majestuoso comedor del Valle de Arryn, las altas paredes de piedra parecían susurrar antiguas historias mientras la luz matutina se filtraba a través de las altas ventanas. La mesa, adornada con fina vajilla y plateado, era testigo del festín mañanero, con manjares que desprendían aromas tentadores.

Aemma, vestida con un delicado atuendo que reflejaba la elegancia de su linaje, yacía en una silla tallada con detalles intrincados. Su mirada perdida en el vacío, llevaba consigo el peso de los recuerdos recientes. Aunque los sirvientes se movían con discreción, el aire estaba impregnado de una tensión palpable, como si el esplendor del comedor fuera incapaz de disipar la sombra de los eventos pasados.

El príncipe Viserys, su prometido, se sentaba a su lado, absorto en el deleite de las delicias matutinas. El sol delineaba las líneas de su figura real, destacando el contraste entre la tranquila compostura de Viserys y la tormenta emocional que se reflejaba en los ojos de Aemma.

En este escenario de opulencia y contrastes, cada movimiento parecía resonar, revelando la brecha entre las apariencias y las realidades ocultas. Los sirvientes, en sus atuendos impecables, flotaban silenciosos, creando una coreografía de servicio que contrastaba con la turbulencia que yacía debajo de la superficie.

Aemma, atrapada en un torbellino de pensamientos, apenas tocaba la exquisita comida ante ella. Su vestido, una obra maestra de la costura del Valle, se movía con gracia mientras ella luchaba por encontrar solidez en un mundo que de repente parecía tambalearse.

En la quietud del majestuoso comedor, Aemma dejó que una lágrima solitaria trazara un sendero silencioso por su delicada mejilla, como una perla resbalando por un pétalo de rosa. Con gracia, se apresuró a secarla con la manga de su vestido, aunque no pudo ocultar el rastro de vulnerabilidad que se asomaba en sus ojos cerrados.

El joven a su lado, atento a la melodía emocional que se desplegaba, rompió la barrera del silencio con una pregunta cuidadosa.

—¿No desea comer?—inquirió con una ternura tímida, sus ojos explorando el rostro de Aemma como si fueran los primeros rayos de sol de la mañana.

Aemma esbozó una sonrisa lánguida, revelando una mezcla de gracia y tristeza.

—Estoy bien. Me encuentro satisfecha—respondió, poniéndose de pie con la elegancia propia de su linaje. Pero antes de que pudiera hacer una reverencia, la mano del príncipe Viserys la detuvo con delicadeza.

—Quizás podamos ir a caminar al jardín.

—Estaría encantada, pero debo consultar con mi padre, y a esta hora de la mañana debe estar muy ocupado—expresó Aemma, tomando su vestido con un gesto grácil mientras avanzaba hacia la puerta. Sin embargo, el príncipe Viserys volvió a retenerla, esta vez con una noticia que cambió la dinámica.

—Lo he consultado, y me ha otorgado su permiso—anunció Viserys con una sonrisa cálida que iluminaba la estancia. Aemma, como si quisiera desvanecerse ante la noticia, cerró los ojos con fuerza, mordiendo su labio inferior antes de volverse hacia el príncipe.

—Entonces, estaré encantada de ir a ver las rosas blancas con usted—pronunció con una reverencia que mezclaba cortesía y resignación. El rostro de Viserys se iluminó con satisfacción, y así, los dos se dirigieron hacia el prometedor paisaje del jardín, envueltos en una atmósfera de expectación y secretos que flotaba en el aire como la más delicada fragancia.

Entre las alamedas del jardín del Valle de Arryn, Aemma caminaba con gracia, su vestido ondeando como pétalos en la brisa matutina. A su lado, el príncipe Viserys la acompañaba, sosteniendo su brazo con una delicadeza que reflejaba un compromiso aún naciente.

Duty |  𝐀𝐞𝐦𝐦𝐚 𝐀𝐫𝐫𝐲𝐧 𝐲 𝐃𝐚𝐞𝐦𝐨𝐧 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora