𝟏𝟐. 𝐋𝐚 𝐦𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫𝐚

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Aemma se encontraba en su tocador, sumida en una introspección que iba más allá de la simple observación de su reflejo en el espejo. La fatiga se reflejaba en su rostro, pero era la sensación que oprimía su pecho lo que la consumía. Una imagen se repetía incansablemente en su mente, como un eco persistente que la atormentaba: Daemon y Elysande, juntos.

La escena, repetida en su cabeza, se adhería a sus pupilas como un recuerdo no deseado. En su mente, los encontraba coqueteando, riendo como si compartieran una complicidad que la excluía. Esa imagen, como un espectro, se interponía en sus pensamientos, molestándola, enfadándola.

Frente al espejo, su mirada buscaba respuestas o quizás consuelo en su propio reflejo. Se preguntaba por qué aquella escena la afectaba tanto, por qué sentía esa punzada de celos y molestia. La relación entre Daemon y Elysande, aunque aparentemente inocente, era como un enigma que ella no lograba descifrar.

En el silencioso rincón de su habitación, la joven Lady Arryn se sumergía en una lucha interna, tratando de entender y superar aquellas emociones que la atormentaban. Las cuales fueron interrumpidas por su dama de compañía quien entraba  con una sonrisa en sus labios. 

Las primeras luces de la mañana acariciaban las altas torres del Valle de Arryn cuando Elysande, con el rostro sonrojado, interrumpió la quietud en la habitación de Aemma.

—Buenos días, mi lady —susurró la muchacha, su voz apenas audible en la atmósfera matutina—. Su padre la está esperando para partir. ¿Aún no está lista?

Aemma se levantó con gracia, envuelta en un camisón de blanco puro que parecía reflejar la luz de la mañana. Al detenerse para mirar a los ojos a Elysande, la atmósfera se cargó de una tensión sutil.

—Quizás estaría lista si mi sirvienta estuviera a mi servicio —pronunció con una sonrisa falsa, una mueca que intentaba ocultar la furia que bullía en su interior.

Elysande, con un tono lastimero que resonó como una melodía disonante, respondió:

—Lo siento, solo estaba terminando de empacar sus cosas para la caza.

—Sabes, no necesitaré tus servicios esta mañana. Yo me vestiré. Puedes irte.

Asintiendo con respeto, Elysande realizó una pequeña reverencia y se retiró de la habitación. Aemma quedó allí, sumida en un incómodo silencio. A pesar de su enojo, no pudo evitar sentirse mal por el trato que había dispensado a su dama de compañía. En el fondo, sabía que su frustración no debía dirigirse hacia Elysande, pero el nudo de emociones seguía apretándose en su pecho. Después de todo, ¿cómo podría Elysande comprender la complejidad de sus sentimientos cuando incluso Aemma luchaba por entenderlos completamente?

La gran tienda, un despliegue de opulencia, resonaba con la música de las risas y las charlas después de la cena. Lord Arryn, imponente en el centro, presidía la mesa con una copa de vino en la mano. Las lámparas de aceite proyectaban su luz dorada sobre las telas lujosas, creando destellos que parecían danzar en armonía con la celebración.

Aemma, a pesar de estar en medio de la festividad, se sentía distante. Observaba el bullicio con una mezcla de melancolía y desencanto. Su padre, sumido en animadas conversaciones con otros nobles, apenas notaba su presencia. La atención de Aemma se desvió hacia Daemon, quien, con una copa en la mano, compartía risas y palabras con Elysande. Sin embargo, algo en la expresión de la joven criada desencadenó un sentimiento de incomodidad en Aemma, como si intentara emularla de alguna manera.

De repente, el gesto íntimo entre Elysande y Daemon, un beso en la comisura de los labios, encendió una chispa de celos en el corazón de Aemma. Sin pensar, se levantó de la mesa y abandonó la tienda, escapando hacia la oscuridad del bosque circundante.

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⏰ Última actualización: Jan 23 ⏰

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Duty |  𝐀𝐞𝐦𝐦𝐚 𝐀𝐫𝐫𝐲𝐧 𝐲 𝐃𝐚𝐞𝐦𝐨𝐧 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora