8. 𝐄𝐥 𝐝𝐞𝐛𝐞𝐫

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Aemma se detuvo frente al espejo, su reflejo devolviéndole la mirada con una luminosidad que rara vez veía en sí misma. Una sonrisa alegre floreció en sus labios mientras sus ojos recorrían cada detalle de su figura. El vestido de color esmeralda que había elegido para la ocasión parecía abrazar su cuerpo con una gracia serena.

La tela fluida y delicada caía en pliegues suaves alrededor de ella, siguiendo las curvas de su silueta con una elegancia que la hacía sentir como si estuviera envuelta en una historia de niños. Los destellos de luz que se filtraban por la ventana acariciaban el verde profundo del vestido, haciendo que pareciera que estaba iluminado desde dentro.

Aemma pasó la mano por el borde de la falda, sintiendo la suavidad de la tela bajo sus dedos. Cada vez que se movía, el vestido cobraba vida, danzando con ella como si estuviera tejido en armonía con su alegría. Un sentimiento de confianza y satisfacción llenó su pecho mientras admiraba el resultado de su elección.

Sus ojos se encontraron con los propios en el espejo, y en ese instante, Aemma se permitió apreciarse en toda su belleza. No solo la belleza externa que el vestido realzaba, sino la luz en sus ojos, la curva de sus labios cuando sonreía, y la gracia con la que se movía. Era una imagen que reflejaba no solo su apariencia, sino también la felicidad que sentía en ese momento.

Elysande emergió con gracia detrás de Aemma, colocando sus manos con suavidad sobre los hombros de su amiga mientras la observaba con una mirada traviesa.

―Hoy irradias alegría y belleza. Si no te conociera tan bien, juraría que tu felicidad tiene algo que ver con algún hombre.

Aemma esbozó una sonrisa y negó con la cabeza.

―Te equivocas, Elysande. Anoche simplemente tuve una buena velada, eso es todo.

Las dos se encaminaron hacia la puerta, Aemma en primer lugar y Elysande siguiéndola.

―Bueno, al menos esa es la fachada que asumo cuando la atención masculina se posa sobre mí.

Aemma rió suavemente y se giró hacia su amiga.

―En este momento, solo espero recibir la atención de mi padre. Debo saludarlo antes de que comience su día.

A medida que Aemma ingresaba a los aposentos de su padre, lo encontró sentado en una mesa, disfrutando de su desayuno. Realizó una reverencia respetuosa y besó el anillo que su padre le ofrecía.

―Buenos días, padre.

El Lord Arryn le sonrió y tomó su mano extendida, permitiendo que Aemma besara su anillo.

―Veo que hoy te encuentras sin la compañía del príncipe Daemon.

―Así es, ha decidido saltarse la comida para visitar a su dragón.

―Está bien, si me lo permites, padre, iré a saludarlo también.

Pero su padre la detuvo con un gesto.

―Aún no te vayas. El príncipe Daemon puede esperar. Tengo un asunto importante que discutir contigo.

Los nervios y la curiosidad se entremezclaron en la voz de Aemma.

―¿Qué ocurre, padre?

Lord Arryn se puso de pie, dejando su servilleta de tela sobre el plato a medio terminar. Su semblante parecía todavía saborear el último bocado de su desayuno.

―No te apresures, el príncipe Viserys ha superado su fiebre. Está ansioso por conocerte, por lo que he decidido que hoy celebremos un banquete en honor a vuestro compromiso.

―¿Tan pronto? ―preguntó Aemma, ligeramente sorprendida―. Me alegra saber que su majestad está recuperado, pero todo parece moverse con demasiada rapidez.

Duty |  𝐀𝐞𝐦𝐦𝐚 𝐀𝐫𝐫𝐲𝐧 𝐲 𝐃𝐚𝐞𝐦𝐨𝐧 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora