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Nayeon y Jennie se encontraban dentro de la biblioteca por decisión de la menor

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Nayeon y Jennie se encontraban dentro de la biblioteca por decisión de la menor. Y es que el profesor de Economía no había asistido aquel día y Jennie no pensaba estar ni un minuto más en el salón donde todos los omegas se le insinuaban a cada rato. ¿Cuándo fue la última vez que se sintió en paz? Ya ni lo recordaba.

Era realmente molesto y ya no podía aguantar aquellas chillonas voces y esos aromas demasiado dulces que la empalagaban.

—Estoy aburrida —se quejó la castaña.

—Pues lee algo —se cruzó de brazos, intentando descansar al menos un poco.

—¡Ah, eso es más aburrido! —gritó, indignada.

—Cállate —le reprochó en voz baja—. ¿Quieres que nos boten del único lugar en el que puedo estar tranquila?

Nayeon hizo un pequeño puchero, cruzándose de brazos para reposarlos en la mesa.

—Eres tan gruñona.

—Y tú demasiado rara.

—Hey, yo- —sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido de la campana—. ¡Empezó el receso, vamos! —sonrió mientras se levantaba.

—No, Im. El receso es donde peor me persiguen. Ni loca salgo de aquí, al menos no por hoy.

—Pero... —bajó la voz.

—Tranquila, no te preocupes. Puedes ir si deseas, pero promete que me traerás mi fruta favorita —sonrió levemente, viendo como su mejor amiga se animaba otra vez.

—¡Te traeré la manzana más rica de todo el lugar!

La otra soltó una pequeña risotada.

—Bueno, ve antes de que termine el receso.

—Hasta luego —agitó su mano, corriendo después hacia la salida.

Jennie negó con la cabeza. A veces se preguntaba cómo es que Nayeon era su mejor amiga, siendo ambas tan diferentes.

—Leeré algo, supongo —se encogió de hombros para luego levantarse. Aprovechando que no había nadie aparte de la bibliotecaria, una anciana beta muy pacífica.

Resopló con fastidio, moría por comer algo. Pero recordó también que si salía, era muy probable que cualquier omega se le pegaría.

Jennie no lo entendía. ¿Qué de bueno tenía ella? ¿Su rostro? ¿Su voz?

Las dudas siempre aparecían en su cabeza y a veces permanecían mucho más de lo que realmente quisiera.

Deslizó su mano por toda su cabellera y fue a mirar hacia uno de los estantes. ¿Qué podría leer?

Estuvo tan metida leyendo los títulos que estaban escritos en las columnas de cada libro, hasta que a su nariz llegó un aroma.

"Manzana y caramelo".

Un aroma suavemente dulce y exquisito. Ni tan potente ni tan débil, la medida perfecta para no desagradable. Haciendo que otra vez su loba se removiera inquieta como aquel día.

Kim ladeó su cabeza, intentado mirar hacia ambos lados con desesperación. Chasqueó la lengua al no ver a nadie más. Posó su mano derecha nuevamente por sobre uno de los libros e inconscientemente llevó su mirada hacia la abertura que había entre aquel mismo librero, logrando que así pudiera ver hacia al frente.

Hizo un mohín en molestia, solo pudo percibir una cabellera rubia, una muy sedosa y brillante.

Sus manos empezaron a picar y pensó con rapidez, decidiendo correr y rodear el gran librero para poder ver a aquella persona perteneciente de tan especial aroma. Cuando dio por ganada la situación, se decepcionó totalmente al notar que ahí ya no había nadie.

Maldijo internamente. ¿A dónde se había ido?

Su pie derecho empezó a golpear el piso con ansiedad, estuvo a punto de volver a correr. Hasta que cayó en cuenta de sus actos.

"Estúpido loba". Maldijo al saber que actuó en contra de su lado prudente y racional.

Se agradeció mentalmente después, sino ¿qué estupidez hubiera hecho? Jennie estaba aliviada por haberse controlado en su debido momento.

"¿Por qué siquiera reaccioné así con ese aroma?"

Negó con la cabeza.

Solo fue un malentendido. Ahora le quedaba ignorar la persistencia de su loba para que fuera a buscar a la persona de tan dulce y cálido aroma.

 Ahora le quedaba ignorar la persistencia de su loba para que fuera a buscar a la persona de tan dulce y cálido aroma

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La princesa y la plebeya | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora