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—¿Y cómo es eso de que te fastidian? —comentó nuevamente la alfa, no estando contenta con dejarlo pasar

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—¿Y cómo es eso de que te fastidian? —comentó nuevamente la alfa, no estando contenta con dejarlo pasar.

—Jennie —le advirtió con lentitud.

Ambas seguían caminando con tranquilidad hacia la dirección que Lisa había impuesto. La tarde era cálida y podía disfrutarse del silencio en la que las calles estaban envueltas.

—No, Jennie, nada —le contestó, soltando un sonoro suspiro después—. No tenemos porqué olvidar eso, deben aprender a respetarte.

"Tenemos", aquella palabra en plural resonó en la mente de la pelinegra. Se sentía tan bien escucharla.

—Uh, siempre fue así.

—¿Y has hecho algo al respecto?

—Yo, bueno, yo creo que mejor es ignorarlos, ¿no? —la miró buscando algún atisbo de aprobación.

—Por supuesto que no. Tú debes dejarles en claro que no pueden meterse contigo ni para la más mínima broma.

—¿Como tú?

La pelinaranja arrugó el entrecejo, pero luego terminó por asentir.

—Creo que sí. A mí siempre están hostigándome con sus aromas empalagosos y sus voces todas agudas y chillonas. Ah, lo odio —se quejó—. Es por eso que soy fría y sin tacto, no pienso darles confianza o pasarlo por alto, ellos seguirían aún peor.

—Entiendo —asintió, ahora sabía con más exactitud el porqué de las acciones de Jennie.

—Así que deberías hacer lo mismo —detuvo su paso, haciendo que Lisa hiciera lo mismo—. No tengas miedo, no hay nada diferente entre ellos y tú.

—Quizás-

—Promételo —le interrumpió con suavidad—. No quiero que te hieran siendo tú una omega tan preciosa —sus palabras salieron sin ningún tipo de filtro, mordiéndose el labor inferior luego de ser consciente de cómo se escuchó aquello.

Lisa bajó la mirada levemente avergonzada. ¿Cuántas veces más la alfa la haría ruborizarse?

—Quiero que simplemente sonrías y que nadie intervenga en tu bienestar —su loba fue quien tomó cierto control, siendo sincera en todo momento—. Por favor. ¿Lo prometes?

—Lo prometo —afirmó suavemente, con una pequeña y adorable sonrisa dibujando su rostro.

La alfa asintió satisfecha y retomó el paso.

—Y si aún cuando te defiendes y esos estúpidos no logren entender, solo llámame. Cuéntame quiénes son y yo me encargaré de que no se vuelvan a acercar a ti.

—Gracias —murmuró. No podía creer que la alfa estaba dispuesta a ayudarla.

—No es nada, solo quiero que estés bien —el silencio volvió a ser presente, pero no era para nada incómodo.

La princesa y la plebeya | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora