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Habían pasado dos días desde el último percance que Jennie y Rosé habían tenido

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Habían pasado dos días desde el último percance que Jennie y Rosé habían tenido. La pelinaranja sabía que tenían que llegar a un acuerdo o, al menos deseaba que la otra alfa no llegara a tenerle alguna especie de rencor por sus acciones impulsivas y toscas.

Así que, después de que había dejado a Lisa en su respectivo salón, decidió ir al suyo que era justamente el que compartía con la australiana por las clases de Economía Política.

Para su suerte, llegó temprano, mucho antes de que el profesor Gwon llegara. Rápidamente buscó con la mirada a Rosé y al encontrarla, se encaminó para sentarse en la carpeta de al lado.

—Hey, Park —intentó captar su atención, ya que esta se mantenía sumida en la lectura de un pequeño libro—. Park —insistió—. ¡Roseanne Park! —alzó la voz a la vez que tocaba su hombro.

La mencionada rápidamente dio un respingo y volteó a verla.

—Kim, casi me matas de un susto. ¿Era necesario gritar?

La mayor rodó los ojos y soltó un resoplido, pidiendo bastante paciencia para no arruinar las cosas otra vez.

"Tranquila, todo es por Lisa. Todo es por ella", se repitió mentalmente como si aquello fuera un mantra.

—Ah, bueno, yo quería hablarte sobre algo. Pensan- —sus palabras fueron interrumpidas por el fuerte sonido de la campana.

Ahora Jennie maldecía que el profesor fuera tan estrictamente puntual, pues había interrumpido su pequeña charla de disculpas que había preparado para Park. Y es que la coreana era tan arisca y orgullosa que se le estaba siendo complicado hacerlo, más no podía arrepentirse.

Tenía que enmendar su error.

—¿Qué ibas a decir? —le susurró, tratando de no ser descubierta por el maestro Gwon.

—Olvídalo, te lo diré al final de esta clase.

La rubia simplemente se encogió de hombros y asintió, acomodándose nuevamente en su asiento y tomando atención a la clase que ya estaba siendo expuesta.

Los minutos fueron pasando, el método de aprendizaje era el mismo que el profesor siempre empleaba para los alumnos, así que la mañana fue ligera y no tan cargada de trabajos dificultosos como lo era en otros cursos.

—Muy bien, jóvenes, eso fue todo por hoy —anunció aquel señor, para luego darle el paso al timbre de la campana.

Todos se levantaron e hicieron una leve venia en señal de respeto para luego alistarse y salir hacia sus siguientes clases.

—Ya está. ¿Qué es lo que querías decirme? —habló Rosé, tomando entre sus manos todas las cosas que usó.

—Bueno, quería pedirte disculpas —respondió Jennie, levantándose, pero sin dirigirle la mirada.

La otra alfa arqueó una ceja y la miró con duda.

—¿Lo dices en serio o es algún tipo de broma?

Esta vez Jennie sí la miró, pero con suma indignación.

—¿Qué tratas de decir?

—Nah, lo siento por eso, pero es que es muy extraño que tú me estés hablando y más aún para pedirme disculpas —ambas se encaminaron hacia la puerta—. Eso no es algo que se vea todos los días.

—Voy a ignorar eso —bufó—. Pero no estoy jugando cuando te digo que, sinceramente te debo unas grandes disculpas por mi actitud algo... ¿impulsiva? —dudó sintiéndose rara—. Sí, algo brusca e impulsiva. Y es que ciertamente mi loba ejerce un control un poco más fuerte que a veces no puedo dominar y tienes razón, debo aprender a hacerlo. Y más aún cuando se trata de la mejor amiga de mi omega.

—¡Espera, espera! ¿Tu omega? —la menor se escandalizó y Jennie mordió su labio inferior dándose por vencida.

—Ah, sí, bueno. No es mi omega oficialmente pero ella es, Lisa es... —Kim no lo entendía.

Hasta mencionar a la preciosa omega le causaba pena. Una especie de timidez que por primera vez experimentaba.

—Es tu predestinada —completó con firmeza.

—¿Cómo...?

—No fue tan difícil, Jennie —le sonrió—. Todos saben la leyenda de estas parejas o, al menos mi madre siempre me la contó. Recuerdo varias cosas que coincidieron con lo que Lisa me dijo acerca de lo que sentía ella y su loba. Ah, y también sobre tu aroma, con eso acerté creo yo.

—¿Qué?

—¿No lo sabes?

—Bueno, nunca le presté atención a esas cosas.

—Mi madre me llegó a decir que todos poseemos dos aromas distintos y que solo nuestra pareja predestinada puede percibir ambas, para que de esa manera puedan reconocerse con mayor facilidad. Es decir, yo solo siento el aroma a manzanas de Lisa, pero tú notas otro, ¿verdad?

—Uh, sí, ella tiene olor a manzanas y caramelo. Pero, un momento... si tú lo sabes, entonces, ¿ya se lo dijiste?

—No, no pensaba hacerlo porque creí que ella podía darse cuenta. Las cosas fueron claras, pero creo que ella está medio distraída como tú. Así que no te preocupes, no se lo diré —bromeó, riéndose de sí misma—. ¿Y tú cómo sabes que es tu predestinada si no escuchaste nada relacionado?

—Fue gracias a mi papá. Pero entonces, volviendo al tema, ¿aceptas mis disculpas?

—¡Oh, cierto! Lo había olvidado —volvió soltar leves risitas—. Claro que las acepto, Jennie. La única condición es que no me tomes como enemiga porque le tengo un gran amor a Lisa como mi mejor amiga, es solo eso —alzó ambas manos en rendición.

—Claro que no ya te veo así —sonrió—. Trataré de mejorar, te lo aseguro.

—De acuerdo, confío en ti. Es mi cuello el que está en juego —ambas sonrieron para luego la australiana extender la mano en dirección a la otra alfa—. ¿Amigas por Lisa?

—Amigas —correspondió el gesto.

El ambiente fue ameno, hasta que ambas recordaron que tenían más clases y aún no se habían ido ni siquiera a sus respectivos casilleros a tomar otros materiales. Se despidieron con prisa y cada uno corrió con desesperación.

Al menos había valido la pena, Jennie ya se sentía mejor luego de la charla con Rosé.

Al menos había valido la pena, Jennie ya se sentía mejor luego de la charla con Rosé

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La princesa y la plebeya | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora