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—Jennie —intentó llamar su atención—

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—Jennie —intentó llamar su atención—. Hey, Je-nnie —balbuceó bajito, sorprendida al sentir un cálido beso en su cuello—. B-basta —tiró el lápiz a la mesa e intentó dar media vuelta aún sentada, intentando ver a la alfa—, se supone que estamos aquí para que estudiemos las prácticas de Química.

La mayor sonrió ladina, halándola para que se levantara y la abrazó por la cintura.

—Lo siento, pero es que —soltó un hondo suspiro cuando su nariz acarició la poca piel expuesta que yacía debido a la gran polera de la omega—, hueles delicioso, muy dulce.

Lisa abrió sus ojitos con desmesura, poniendo sus manos en el pecho de la mayor mientras los besos recorrían su cuello.

—Jennie —repitió, su respiración empezó a entrecortarse, el calor en sus mejillas se expandía y le daban un efusivo color a su pálido rostro—. Tu papá está abajo.

Y bueno, como si fuera por arte de magia, la alfa reprimió un gruñido frustrado y se alejó perezosamente del cuerpo ajeno. Lisa sonrió al ser consciente de los lamentos silenciosos de Jennie, tal cual cachorra queriendo hacer berrinche.

Habían pasado casi dos meses y medio desde que la omega le había hecho aquella propuesta y, a decir verdad, lo estaban llevando demasiado bien.

Claro que a veces la pelinaranja era extremadamente melosa y demostrativa con Lisa, siempre intentaba llenarla de muchos mimos y ciertos obsequios pequeños, ocasionando una gran sonrisa en Lisa. Era algo que conformaba parte de la alfa y ella estaba gustosa de recibir todo su afecto.

—Si vas a interrumpirme, entonces lo mejor será que bajemos a ayudar en algo.

—P-Pero...

—Ningún pero valdrá, vamos —le aclaró, abriendo la puerta y dejando que saliera primero de la habitación.

—No es justo, tú quieres pasar más tiempo con mi padre que conmigo —se cruzó de brazos mientras iban caminando por el pasillo. La omega soltó un jadeo entre sorprendida e indignada.

—No puedo creer que seas tan dramática, eso no es verdad.

—¿Me estás diciendo mentirosa?

—¿En serio estás celosa? —replicó, poniéndose delante de Jennie y sonriendo de lado.

—No, por supuesto que no lo estoy —habló rápidamente, esquivando la mirada de la bonita chica.

—Entonces sí, eres una mentirosa —alzó una de sus delineadas cejas—. Te estás rascando la nuca, siempre haces eso cuando estás mintiendo.

La alfa detuvo el movimiento de su mano, bajándola al instante y entre jugando con sus propios dedos. Una vez más, Lisa la dejaba sin ningún argumento válido.

—A veces eres tan infantil —sonrió, dejándose abrazar.

—¿Pero así me quieres?

El corazón de la omega podía derretirse ante la actitud tan dulce.

La princesa y la plebeya | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora