Primera grieta: Entre la vida y la paz II

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A veces (muchas, muchas, muchas) me pregunto cómo hubiese sido yo si mi vida no hubiese sido mi vida.

Si mi vida hubiese sido mía y no la de los demás.

Si mi vida hubiese querido estar conmigo y no escaparse de entre mis manos.

A veces (siempre) tengo el pensamiento intrusivo de que nunca podré conocerme así. Así sin tanta culpa, sin tantos traumas, sin tan pocas ganas, así sin tantas grietas.

Y ojalá

Ojalá haberlo conocido.

Ojalá mis padres me hubiesen atendido
tanto como ustedes me atienden ahora mismo.
Atentos, expectantes, pacientes.

Ojalá mis profesores hubiesen mirado así a mis compañeros de clase,
aquellos que, en sus mesas y a susurros camuflados,
me iban poco a poco enterrando.
Ojalá hubiesen prestado tanta atención a sus insultos
como a mi descenso de atención en clase.

Ojalá mis "amigos" hubiesen intentado seguir lo que les digo
tanto como ustedes ahora mismo.
Que el plan no iba de estar de risa en risa, era estar... sin más.

Ojalá mi familia hubiese querido escuchar lo que les decían sus niñas,
lo que mis tías tenían que cargar día a día
y terminaban transmitiendo a sus hijas.

Ojalá nunca haber cruzado esa esquina,
que viera bien por dónde iba,
pero mucho mejor,
que ellos nunca hubiesen querido hacerlo.
Que simplemente, no hubiera un ellos.

Ojalá yo haberme visto como ustedes miran estas páginas ahora.
Ojalá haberme entendido como ustedes ahora intentan hacerlo.
Ojalá yo pudiera viajar en el tiempo y decirme "te creo".

Ojalá vuestros padres, vuestros profesores, vuestros amigos,
vuestro todo a su alrededor os mirasen bien y os creyesen.
Ojalá nunca queráis crear una máquina del tiempo
ni mucho menos querer esperar un hubiera.

Ojalá yo poder arropar a todos vuestros "ojalás"
para que nunca se sientan solos
por nunca poder llegar a saber
qué es lo que se siente vivirte.

Y ya sé que suena "a que mierda mi vida",
pero y qué si sí.
Y qué si así lo considero,
y qué si digo que me ha dolido, partido y qué jodido.

Créeme que entiendo que mi dolor no es nada
en comparación con otras personas,
pero cuándo quién siente más dolor
se volvió una maldita competencia.

¿En qué momento hemos cruzado cables para decir que nuestros golpes nos hicieron más fuertes cuando en el momento en el que nos lo dieron nos dejaron tirados en el maldito suelo?

Que sí, que yo no sería lo que soy sin todo lo que cargo detrás,
pero joder, que putada,
tomar como aprendizaje algo
que no debería haber sido aprendido por la fuerza
y qué huevos,
decir que tengo que agradecerlo,
que me deje de victimizar por ello,
que es lo que me ha tocado.

Lo que me ha tocado.

Lo que me ha tocado, mamá.
Que es lo que me ha tocado, tía.
Que tengo que sacar pecho, alzar cabeza y caminar recto.

Ven y dime, sin la sonrisa hueca y ese positivismo de etiqueta,
que tus heridas nunca existieron,
que saliste ileso y que agradeciste por ello en el momento.

Mírenme y díganme,
atentos, expectantes y pacientes,
que no puedo guardar luto y desear,
por tan solo una vez,
que ojalá
conocer a la persona
que pude haber sido.

Y lo siento si esto no era lo querías leer, si es muy triste o exagerado. La realidad suele ser así.

Lo siento si querías que te lo contara todo maquillado o por no poder contarlo de otra forma, pero ¿sabes qué? No lo siento en absoluto.

Porque ya no siento.

¡Gracias por leerme!

Y ya sabéis, comentad, dar a esa estrellita y que llegue a más peñita.

Tened un buen día.

El niño que miro a la muerte y le dio un abrazo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora