Primera grieta: Entre la vida y la paz III

1.3K 203 22
                                    

En fin, yo me tengo que presentar porque estoy seguro que no tenéis ni puñetera idea de quién soy yo, pero no os preocupéis, yo tampoco tengo ni idea. No sé a dónde quiero llegar, qué quiero hacer, cómo voy a seguir ni sé la persona que soy ni en la que me quiero convertir.

No sé más que soy Nadie, pero que también soy una  niña que juega a ser un varón, una persona horrible, insuficiente, un maricón, un loco, un puto inmigrante, un exagerado, un violado, un depresivo, un enfermo mental.

Que soy yo, pero también muchos más.

Pero no os confundáis, no me molesta que me digáis maricón, lo soy. No me molesta que me digáis inmigrante, lo soy. No me molesta que me digáis depresivo, lo estoy.

No me molesta que me llaméis, me molesta que os atreváis a insultarme con eso o a decirme "un" cuando no soy "un", soy yo.

Yo. Yo que me llamo Nadie y soy un hombre trans y eso no me quita valor, me gustan los hombres, soy maricón, inmigrante porque inmigre, violado porque me violaron y no fue mi culpa (no lo fue no lo fue no lo fue), exagerado por no callarme y estoy loco, pero cuándo fue que esa palabra y el respeto se soltaron de la mano.

No soy "un", soy yo.

Reapropiarme de vuestras palabras hace que cada que pronuncie mi nombre, resuene más y más fuerte.

No soy "un", soy yo.

Porque ese es mi primer porqué.

No soy "un", soy yo.

No soy un loco, maricón, travelo, insuficiente, horriblenmigrantevioladoputaexageradodepresivoenfermo...

¡BASTA!

Y en ese primer grito, empecé a creer.

—¿Cómo estas?

¿Yo? Yo estoy bien.

Y que gran mentira tenía esa respuesta.

Me volví un experto en convencer a las personas de que eso era verdad. Lo hice tan, tan bien que el engañado terminé siendo yo.

Como al ir creciendo nos damos cuenta que contar hasta tres se va haciendo pesado. Que no solo acarreas un número con cada año, también acarreas momentos de una vida que ya no sabes cómo llevar y que no sirve de nada gritar "basta", que ella no para, que ella sigue aunque tú ya no quieras.

Cuando cumplí trece años me hice una promesa.

La vida no va a acabar conmigo, antes acabo yo con la mía.

No vamos a vivir más de los veinticinco. No puedo y no quiero.

Lo sé.

¿Me lo prometes?

Te lo prometo.

El niño sonrió, una sonrisa que albergaba una esperanza tan cruel como la verdad que había en esa promesa.

Recuerdo que cuando me lo prometí fue el día que escribí por primera vez una carta, una carta de despedida. El primer día que escribí mi primera carta suicida.

Llega hasta ser poético, ¿no? Empezar tu historia cuando la quieres acabar, pero no, yo no quiero contar esta historia como si fuera un puto martir, porque no lo soy.

—Si voy a contarte esta historia no lo haré yo, desconocidos —dije en voz alta mientras tecleaba las palabras en el ordenador.

—¡Lo haré yo! —dijo el niño con una sonrisa y sentándose más cerca de mí.

El niño que miro a la muerte y le dio un abrazo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora