La leyenda del rey Arturo

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I

Llegaron al campo de batalla más preparados que nunca. Merlín iba en cabeza, pero, por desgracia, no iba más que a ejercer de apoyo moral. Merlín no podía luchar a su lado. Su victoria, según la profecía, no dependía de él. De hecho, si usaba su magia ahora, no tendría el suficiente poder para unificar la daga con la espada y terminar para siempre con la oscuridad. Los héroes se encontraron cara a cara con sus dos enemigos.

Arturo llevaba una armadura pesada, pero que cubría gran parte de su cuerpo. Zelena, por su parte, luciendo un vestido verde ajustado y un sombrero de punta, sonreía maliciosamente mientras movía sus dedos ágilmente. Estaba lista para empezar a lanzar hechizos y acabar con aquello cuanto antes. Es más, ella jugaba con total ventaja. Robin y Hook habían sido elegidos para encontrar una forma de detener a Zelena, pero... ¿cómo hacer eso siendo que la mujer llevaba al hijo del ladrón? Robin no quería herirla, porque de esa forma lastimaba a su futuro hijo también. La situación era complicada, no podían atacar a Zelena, pero tampoco podían limitarse a defenderse de sus atentados hasta quedar agotados y sin fuerzas.

"Arturo" habló Merlín con convicción. "Es un placer conocerte al fin"

"Me gustaría poder decir lo mismo" respondió el hombre, Excalibur en mano. "Ya sabes lo que dicen, nunca conozcas a tus ídolos"

"Yo confié en tí" añadió el mago.

"¡¿Tú en mí?!" exclamó el rey completamente furioso. "¡Llevo toda mi vida siguiendo tus órdenes! ¡¿Cómo te atreves a decepcionarte tú de mí?!"

"Esperaba más de ti" escupió el moreno. "Del supuesto digno regente de Camelot"

"Pues yo esperaba más de el gran Hechicero Supremo" respondió con el mismo tono de hiriente desdén. "Por lo menos alguien capaz de cumplir su palabra"

"Suficiente charla" interrumpió Emma. "Entréganos la espada y todo será más sencillo para ambos"

"¿Y si mejor nos entregáis vosotros la daga?" esta vez fue Zelena la que intervino.

"Ni lo sueñes, hermanita"

Los ojos de la pelirroja se dirigieron rápidamente a su hermana pequeña y se llenaron de rabia. Aquella mujer le había arruinado la vida. Había crecido con su madre, en vez de ser abandonada, había tenido todos los lujos que una princesa podía desear y había sido reina en su lugar. Asimismo, fue elegida por Rumplestiltskin, entrenada hasta lanzar su maldición que, aparte, le concedió una ciudad que gobernar ella sola. Había adoptado un hijo y ahora era madre de este mientras a ella se le negaba su maternidad sobre el bebé que llevaba en el vientre. Tenía que destruirla.

"Arturo, ¿qué te hace pensar que es buena idea enfrentarte a nosotros solo?" añadió Emma abriendo sus brazos, en señal de que su equipo tenía muchos más miembros que el suyo. "¿Acaso no sabes contar?"

La sonrisa que aquel rey esbozó heló por completo a Emma. No era una sonrisa tímida o nerviosa. En absoluto. Era una sonrisa de autosuficiencia. Él sabía algo que ellos no y eso le había generado un escalofrío que había recorrido todo su cuerpo, comenzando por la punta de sus dedos y llegando a su columna vertebral.

"¿Quién ha dicho que esté solo?"

Súbitamente, de detrás de los árboles apareció un ejército. No parecían expertos, ni vestían con armaduras o llevaban armas potentes. Todo lo contrario, vestían como granjeros y llevaban lanzas caseras. Algunas palas, rastrillos, incluso antorchas. En ese instante, Emma lo comprendió. Eran personas del pueblo.

"¿De verdad creías que la gente no iba a estar de mi lado?" la pregunta de Arturo fue dirigida a Merlín. "Les has traicionado a ellos casi tanto como a mí. Llevábamos años esperándote, para cumplir la profecía y unificar la espada. Arreglar con ella el reino roto que nos dejaste, pero nos has abandonado y ahora, juntos, nos cobraremos nuestra venganza. ¡Por Camelot!"

Luz y oscuridad [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora