Desayuno para dos

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I

Aquella noche Emma deambulaba por los pasillos de la corte cuál fantasma de medianoche. No estaba cansada. No iba a poder conciliar el sueño así, por lo que se dispuso a caminar por los pasillos al aire libre del palacio. La brisa nocturna contra su piel, la luz de la luna en sus ojos, el silencio de la noche en sus oídos, la calma que eso le transmitía en todo su cuerpo. Cerró los párpados unos segundos para disfrutar mejor de aquella sensación y fue entonces, solo entonces, cuando un pequeño bostezo apareció entre sus labios.

La rubia se encaminó despacio hacia su dormitorio. Iba descalza para no hacer ruido. Su familia y amigos dormían ya y no quería despertar a nadie. Entró en la recámara que compartía con Regina sin pensar mucho lo que hacía. A fin de cuentas, Arturo y Zelena habían dejado dos habitaciones libres en el castillo, pero Emma no quería ocupar ninguna. No. Ella quería dormir con Regina, como había hecho cada noche desde que llegaron a Camelot.

Al ingresar al interior de la estancia, se encontró con una imagen que hacía algunos días que no veía. Regina Mills tumbada sobre el colchón. A pesar de ir borracha como una Cuba, había tenido la dignidad de cambiarse de ropa. Una reina siempre sería una reina, por lo que en vez de dejarse caer sobre la cama con la ropa que llevaba puesta y el maquillaje esparcido por el rostro, Regina se había puesto la camiseta amarilla que Emma le consiguió la primera noche en aquel palacio.

La morena se encontraba boca abajo, su rostro descansando apaciblemente sobre la almohada, abrazando un cojín como si fuera una persona. Sus piernas estaban encogidas y su pecho subía y bajaba lentamente, al ritmo de una apacible respiración que parecía suave, serena y tranquila. Emma no se vio con el corazón de tumbarse a su lado. La alcaldesa se había dejado caer justo en medio del colchón, por lo que tanto el lado derecho como el izquierdo eran demasiado estrechos como para que Emma se acostara en ellos. La sheriff sonrió inconscientemente ante la imagen de una Regina tan afable y se acercó a ella. Con cuidado y dulzura, la Salvadora cubrió el pequeño cuerpo de la morena con la sábana. Acto seguido, se sentó en una butaca que había en la esquina de la habitación y cerró los ojos a la espera de que el sueño se apoderara de ella pronto.


II


Aquella mañana, Zelena Mills estaba más nerviosa de lo habitual. Había pasado la noche en una cabaña de lo menos lujosa en medio del bosque, acompañada de un hombre tan o más histérico que ella. Lo único bueno que había salido de aquella noche fue el sexo que hacía tanto tiempo que no practicaba, aunque, en realidad, no pudo disfrutar al 100% de la experiencia sabiendo que aquel hombre ya tenía una esposa. Zelena comenzaba a albergar verdaderos sentimientos por Arturo. Al final, él había sido el único que había visto más allá de su faceta de bruja fría, la había conocido en profundidad y le había gustado lo que había visto. Le había gustado la verdadera Zelena Mills.

"Querida, ¿qué haces ahí fuera?" preguntó el rey desde el interior de la cabaña. La pelirroja se giró hacia la voz e ingresó al lugar.

"Solo necesitaba un poco de aire" caminó hasta donde estaba el hombre y le regaló un rápido beso en los labios. "¿Va todo bien?" preguntó la bruja.

"Solo estoy preocupado" murmuró el tipo.

"¿Por... Guinevere?"

Arturo miró a los azulados ojos de Zelena unos segundos y, acto seguido, posó sus dos manos sobre sus mejillas.

"En absoluto" le sonrió. "Estoy preocupado porque esos intrusos siguen teniendo la daga, pero Guinevere... por favor" rio Arturo. "Esa mujer no se ha preocupado por mí ni la mitad que tú. No merece la pena dedicarle ni un minuto de mi tiempo"

Luz y oscuridad [SwanQueen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora