Nocturnal-J.H

𝟬𝟭𝟮.-𝗖𝗥𝗘𝗣𝗨́𝗦𝗖𝗨𝗟𝝝

Aquella mañana no fue distinta al resto de las que Gia había pasado desde su mudanza a Forks. Salvo por la hora a la que amaneció, completamente intrigada por el libro que le había obsequiado el día anterior la misteriosa mujer quileute. Comenzó leerlo, o mas bien a devorarlo, en un principio no le resultaron mas que supersticiones y leyendas quileutes que le sonaban brevemente, sin embargo fue cuando llegó a un par de capítulos en concreto que una parte de ella se sintió verdaderamente intrigada.

El primero de ellos trataba sobre unas criaturas, denominadas "los fríos", las cuales contaban con las características suficientes para ser considerados vampiros, el prototipo perfecto de esta especie de hecho. Narraba especialmente sus hábitos, su alimentación, sus características y sobre todo hablaba de como eran prácticamente indestructibles y especialmente peligrosos tanto para los rostros pálidos como para los propios quileutes, fue aquí cuando leyó que sus principales enemigos eran aquellos que habían sido bendecidos por los ancestros permitiéndoles defenderse al convertirles en metamorfos de lobo.

Sobra decir que todo aquello le parecía una absoluta estupidez, hasta que recordó un libro que recordaba haber visto entre cajas de cosas viejas en el rancho de Texas, hablaba sobre los "strigoi", vampiros rusos de gran velocidad, fuerza y sobre todo gran peligro, con una forma inhumana y bestial. Así como el resto de sus homónimos en distintos países, bajo distintos nombres, salvo que con características similares. Recordó también la cara de su padre cuando la vio con el viejo libro en la mano, y como se lo quitó, alegando que eran estupideces que a su madre le gustaba leer para entretenerse. Aquello le resultó raro en el momento, pero por algún motivo algo le decía, mientras sostenía el libro de leyendas, que todo encajaba perfectamente y que quizás no fuese tan disparatado como pensaba.

Que quizá todas esas leyendas pudiesen ser algo mas que simples cuentos y vanas supersticiones, algo dentro de ella ansiaba desesperadamente creer todo aquello con la esperanza de desenredar el nudo mental que la atormentaba y que sentaba una neblina poderosa, que si bien no la hacía ciega, la hacía reacia a dejarse caer entre aquellas disparatadas suposiciones.

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En una parte concreta del capítulo en el que me encontraba sobre la dieta de "los fríos", mencionaban como el color de sus ojos variaba dependiendo de su hambre, volviéndose completamente negros en caso de encontrarse en un frenesí absoluto por la sed, o siendo de un penetrante color rojo rubí en caso de consumir sangre humana. También habían unas anotaciones, que a pie de página mencionaban sobre un dieta paralela que aclaraba el rojo de sus ojos, aunque no decía en que estaba fundamentada esa misma dieta.

Algo hizo clic en mi mente, saqué uno de mis blocs de dibujo de la cómoda donde los guardaba, este siendo especialmente dedicado a la realización de retratos usando carboncillo, algo muy importante en esta técnica es la utilización del claroscuro en zonas esenciales, así como la reserva de blancos para proporcionar luz y dimensión. Particularmente me gusta centrarme en los ojos, ya que son la zona que mejor habla de una persona cuando plasmas su rostro. Fui pasando pagina por pagina, fijándome en los recientes retratos que había hecho de cierta familia peculiar.

En el primer retrato de Alice que hice, los ojos eran completamente negros.

En el siguiente, también de Alice, los ojos mantenían la reserva de blanco, tratando de emular el brillo de sus ojos dorados...

Pudo ser un simple fallo a la hora de retratar la iluminación, por lo que seguí mirando dibujo tras dibujo. Sin embargo, no fue hasta que observé con detalle como en cada retrato de Jasper, los ojos eran completamente diferentes cada vez, y jamás podría equivocarme retratando lo bellos que son. El color dorado penetrante de su mirada era una de esas características suyas que me fascinaban y me hacían desear pasar más tiempo a solas con el para poder contemplarlo sin ningún tipo de pudor. Aunque también recordaba lo profundos e inquietantes que estos se volvían cuando no reflejaban esa luz cautivadora, convirtiéndose en dos pozos de carbón que no pretendían revelarme el fondo de su alma.