ADELANTO - CAPÍTULO X

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AZRAEL

El Centro de Control de Habilidades siempre me había producido escalofríos.

Era un lugar frío, las paredes estaban cubiertas con un tipo de metal reforzado que evitaba que la energía se escapara, o entrara. Normalmente ya era un lugar silencioso pero por la noche, se volvía aún más siniestro.

El pasillo oeste estaba desierto. Y aunque las luces no tintineaban, estaba seguro que una enorme cosa mutante daría la vuelta en la esquina justo cuando todo se sumiera en la oscuridad.

Relájate Azrael, no seas paranoico.

4A.

¿Qué número me había dicho? Maldición. El zumbido de la estática que acompañaba mis pasos a lo largo del pasillo no me dejaba pensar.

El aire estaba tenso y ligero a la vez, perfectamente equilibrado pero peligrosamente impredecible. La soledad era inquietante y el maldito pasillo parecía interminable.

5B.

Me dije a mi mismo que este breve ataque de cobardía era culpa del cansancio y el estrés de la misión. Respiré hondo mientras revolvía los papeles, debía estar escrito en algún lado.

«Sala 7A».

Genial, sólo esperaba que la tarjeta funcionara.

Continué caminando. Jason me debería un favor después de esto.

—Finalmente. Aquí vamos.

La puerta era aparentemente igual que todas las otras, y seguramente también que el millón de puertas que parecían continuar después de esta. Quizás eso era lo escalofriante de este lugar.

Una luz verde iluminó el picaporte y el sonido de la tranca se ahogó en el pasillo.

Perfecto, dejaría los papeles y me largaría de ese lugar.

Sin embargo, lo que vi adentro me paralizó por completo.

Era ella. Era su cuerpo. Tendido en una mesa.

Maiara estaba recostada sobre una mesa y a su alrededor brillaba una pequeña cúpula de luces púrpuras que la encerraban, como una especie de ataúd tecnológico.

La puerta se cerró y el sonido metálico chirrió cuando trancó. Entonces, las luces púrpuras se apagaron y se incorporó sorprendida.

—Pero ¿qué... —se frotó los ojos—, ¿qué demonios haces aquí? —espetó.

El CCH estaba prohibido para los novatos.

—No puedes estar aquí. El CCH está prohibido para los novatos. —Se bajó de la mesa y se puso un buzo varias tallas más grandes por encima de su pijama. Los alrededores de la mesa estaban cubiertos con bolsos, ropa y... pantuflas. ¿Estaba durmiendo allí?

—Sí, bueno, tú tampoco, genio. —Tomó las pantuflas del suelo y las escondió debajo de un bolso. —¿Qué quieres?

La sala estaba fría, la mesa era de metal y no parecía para nada cómoda. Sin ser por su pequeño recinto, todo lo demás parecía en perfecto orden y pulcro, digno de un laboratorio. Porque eso era el CCH, un laboratorio, y nadie en su sano juicio entraría allí por su propia voluntad.

—¿Por qué estás aquí?

Ella se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—No es algo que te interese.

—¿Te están haciendo pruebas? —insistí.

—Te lo repito. No te incumbe.

Tomó varias prendas del suelo y las apiló en otro bolso. Se veía molesta e incómoda por haber invadido su espacio.

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