CAPÍTULO 3

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MAIARA

El maullido de Wonky me arrancó de mis sueños.

Debía haberme dormido porque el reloj marcaba casi las diez y la insistente bola de pelos negra maullaba desesperada frente a mi cara, como si estuviera al borde de la agonía. Claramente quería comida y no iba a parar hasta que se la diera. Había hecho un excelente trabajo malcriándolo.

Busqué entre la montaña de ropa algo decente y me calcé las zapatillas mientras alejaba la curiosa nariz de Wonky de la sudadera de Nickolas.

Suspiré. Después de tantos años, volvía a encontrarme con Nickolas Van Ghurd, el chico del que me había enamorado perdidamente en mi adolescencia y que me había roto el corazón. Recordé nuestro atípico encuentro, muriendo de vergüenza una vez más: cuando abrí los ojos, definitivamente no esperaba despertar en la cocina de mi antigua casa, o en cualquier otro lugar que no fuera mi cama. Pero sobre todo, no esperaba encontrarme atrapada bajo los ojos curiosos y confundidos de Nickolas, descalza y en pijama.

Todavía estaba intentando comprender cómo había terminado allí. Esa noche fue un enigma para mí. No lograba recordar cómo había salido de la casa o qué había pasado exactamente. Cuando intentaba recordar, mi cabeza daba vueltas y solo podía visualizar fragmentos confusos.

Quería creer que Nickolas tenía razón, que a causa del estrés había sufrido un episodio de sonambulismo, aunque la idea sonaba ridícula y parecía sacada de una película, no del mundo real. Sin embargo, esa tarde leí en internet que, aunque mayoritariamente se daba en niños, los adultos podrían padecerlo y, efectivamente, el estrés era una de sus causas. Además, ¿qué otra explicación podía haber?

Ese día, había estado dándole vueltas toda la tarde hasta que decidí que tendría que decírselo a Mikail. En realidad, no quería preocupar a nadie y me molestaba la idea de tener que pedirle ayuda, pero si había incluso manejado dormida, era mejor que alguien en la casa estuviera al tanto de la situación. A excepción de mi codo, afortunadamente no había resultado herida, pero la próxima vez podría no correr con la misma suerte, o podría incluso herir a alguien más.

—Creo que soy sonámbula —solté mientras merendábamos, aprovechando que Amanda no estaba en casa.

—¿Sonámbula? Lo que te faltaba para estar loca —comentó Mikail entre risas.

Contuve las ganas de golpearlo y asentí. Bebí un sorbo de jugo de naranja y me preparé para lo que seguía.

—Conduje un auto —Pensé mis siguientes palabras, pero no había forma de hacerlo sonar mejor—. Tu auto. Dormida.

Él continuaba mirándome de manera graciosa, como si creyera que todo era una broma. Sin embargo, cuando mi expresión se mantuvo seria, entendió que no lo era. Su risa se desvaneció al instante, y su expresión se volvió seria mientras me miraba fijamente.

—¿Estás diciendo que anoche, aún dormida, te levantaste de tu cama, saliste de tu habitación, tomaste mi auto y lo condujiste sin saber lo que hacías?

Asentí una vez más y procedí a disculparme inmediatamente, mientras trataba de explicarle que no entendía cómo había pasado, pero él parecía estar todavía procesando la información, hasta que, por fin, tras unos segundos de silencio mortal, habló.

—Vale... —Pareció pensar por un momento, analizando mi mirada y agregó—: ¿Y tú lo dejaste en... —esperando a que yo completara la frase.

—En Vellbook.

—¿Y dónde demonios es eso?

No le gustaría la respuesta.

—Donde vivía antes, saliendo de la ciudad.

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