CAPÍTULO 8

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EL HOMBRE DE NEGRO

Llevaba semanas siguiéndola, cuando empecé a preguntarme si podía verme. Sabía que no tenía la capacidad de hacerlo, pero la forma en cómo a veces se quedaba mirándome, me hacía cuestionarlo.

Por eso había empezado a ser más descuidado, a dejarme ver entre las sombras. Era un poco molesto al principio porque la gente pasaba de mí, pero también a través de mí, y cada vez que sucedía era como si alguien me atravesara el cuerpo, de manera literal y subrayando la parte de "literal".

Además, cada vez que lo hacía, me debilitaba y requería tiempo para recargar mis fuerzas otra vez, pero lo importante era que, efectivamente, durante todas aquellas ocasiones, sus ojos se posaban en los míos con confusión. Podía verme, no tenía dudas.

Así que empecé a acercarme más, intrigado por descubrir cómo era posible que me viera y qué más podría hacer. Sabía que no debía involucrarme demasiado y que simplemente tenía que ceñirme a la misión, pero cuando recordaba su mirada penetrante, no podía dejar de preguntarme quién era realmente Maiara Everson.

Esa noche, en el baile, la había incentivado a acercarse más de lo normal, incluso más de lo que debería permitir. Si alguien me descubría jugando con los límites entre nuestros mundos, podrían expulsarme de la academia o incluso peor, detenerme y someterme a juicio. Y todos sabíamos que los juicios del Consejo no tenían nunca un buen veredicto. Sin embargo, no podía resistirme.

Lo que no tuve en cuenta, fue que era demasiado fuerte, y pronto me encontré huyendo de ella con el corazón palpitando en mis oídos y el aire entrando a mis pulmones como una bocanada de fuego que quemaba mis entrañas. Durante nuestros encuentros, había empezado a desafiar al dolor, cautivado por esa extraña sensación que me producía su cercanía. Era como un torrente de energía embriagadora que me golpeaba de lleno la cara, asfixiándome, y aunque aún no lograba comprender cómo era posible que tuviera ese efecto en mí, no podía pensar en otra cosa que volver a sentirlo.

No obstante, esta vez fue distinto.

Después del baile, necesité de algunas horas para recomponerme y no fue hasta más tarde cuando la rastreé hasta la mansión. Así fue como me metí en este lío.

Claro que me pregunté qué hacía afuera a esa hora de la noche, y sí, se me hizo raro que estuviera en pijamas caminando por la calle, pero también me preguntaba qué le veía al rubio cursi con el que salía y nunca encontraba respuesta. Además, quería averiguar de qué era capaz, cuál era su potencial, qué la hacía tan especial, y pensaba que quizás de esa forma obtendría respuestas.

Entonces, sus ojos se posaron en los míos, pero no me vio. Me acerqué con cautela, conteniendo la respiración y evitando así el fuego abrasador, hasta que divisé en sus ojos cierta nebulosa blanca que los cubría por completo. No había iris ni pupila, sólo bruma blanca. Nunca había visto algo igual pero parecía estar en una especie de trance. Con el ceño fruncido, alcé la mano y la pasé frente a su cara, moviéndola de arriba abajo.

No hubo respuesta.

Ese fue el momento en el que debí darme cuenta que era una mala señal, pero no lo hice.

La novata parecía un robot, simplemente caminando por el medio de la calle, y yo seguí sus pasos, intrigado, ignorando el fuego que ya corría por mis venas y el temblor que amenazaba con desequilibrarme. Con los puños apretados, intenté desviar mi mente y me concentré en su comportamiento. Tenía que admitir que la situación era un tanto extraña y ridícula a la vez, pero no fue hasta que el viento me golpeó la cara cuando decidí que ya había sido demasiado. El aire olía a cobre oxidado.

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