NICKOLAS
La noche anterior había escuchado ruidos en la casa de al lado. Llevaba abandonada bastante tiempo así que no me sorprendía que, finalmente, alguien hubiese decidido vandalizarla. Busqué las llaves en el cajón y salí a revisar.
A pesar de que mi familia se encargaba de la limpieza del patio, hacía años que no entraba a la casa. Así que, una vez que atravesé el umbral, cuando el olor a humedad y encierro me invadieron las fosas nasales haciéndome estornudar, quedé sorprendido por el deterioro. El lugar estaba cubierto de polvo, los pocos muebles que quedaban estaban tapados con grandes sábanas y las vivaces pinturas que habían adornado un cálido hogar, estaban ahora prendidas de la pared con tristeza.
Tras un breve recorrido por el lugar, comprobé que todo estaba intacto y no parecía haber rastro de gente. Sin embargo, cuando me disponía a volver a casa, me encontré con la silueta de una chica que dormía en el suelo de la cocina, abrazándose a sí misma.
—¿Maiara?
Sus ojos se abrieron de golpe, asustada, y tan pronto como se movió, se quejó de dolor.
—¿Qué haces aquí? —pregunté estupefacto.
El corazón me latía con nerviosismo. Le dirigí una rápida mirada sin poder creer que estuviera frente a mí. Aún estaba en pijamas y sus pies descalzos lucían magulladuras.
—¿Pasaste la noche aquí? —Ella intentó incorporarse confundida, sin decir una palabra, pero su cuerpo se tambaleó—. ¿Estás borracha? —pregunté, tomándola del brazo para evitar que se cayera.
Entendía todo por lo que estaba pasando pero no me parecía que aquella fuera la mejor forma de afrontar los recientes acontecimientos en su vida. Mucho menos después de haber vivido las consecuencias de los episodios alcohólicos de su padre.
—No —logró decir.
Miré por la ventana que daba a la calle lateral y descubrí que un audi negro estaba metido dentro del jardín.
—¿Condujiste hasta aquí?
—No... —dudó unos segundos durante los cuales pareció pensar su respuesta y luego agregó—: No lo creo...ya no puedo conducir.
—Pues hay un audi negro aparcado afuera —señalé.
Maldiciendo, se acercó a la ventana y murmuró con preocupación algo que no llegué a oír.
Miré a mi alrededor analizando la situación. La ventana de la puerta trasera estaba rota, los vidrios estaban esparcidos por todo el piso y a juzgar por el frío en la habitación, el aire gélido había entrado toda la noche.
—¿Vandalizaste la puerta y dormiste aquí?
Ella siguió mi mirada con cautela.
—Eso creo —musitó.
Mientras ella mantenía la vista en la ventana rota, me atreví a observarla. Estaba completamente descalza y de su codo se desprendía un hilo de sangre que se había esparcido en su pijama. Llevaba puesto unos shorts azules y una remera de algodón del mismo color que dejaba al descubierto su abdomen cuando se retorcía sobre sus pies.
El corazón me latía con fuerza, nervioso ante su presencia, pero cuando se volteó, noté cómo una sombra de preocupación cruzaba su rostro.
—No sé cómo llegué aquí —admitió refregándose las manos en la cara.
Hacía unas semanas, en el funeral de su padre, había sentido su dolor, la había visto a los ojos varias veces y había tenido que contener el impulso de atravesar la multitud y abrazarla. La última vez que la había visto era un adolescente enamorado. De ella.
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Legado
FantasyLa onda se expandió por todo el lugar. Pude sentirla, la energía fluyendo a partir de mi. Ahogándome, casi asfixiándome. El tiempo se enlenteció y pronto perdí el equilibrio, cayendo sobre mis rodillas. Todo comenzó a oscurecerse y no tardé en caer...