MAIARA
Desperté sintiendo que me ahogaba. Abrí los ojos como platos y tomé una gran bocanada de aire que llenó mis pulmones con dolor. Entonces, me di cuenta de que estaba en el asiento trasero de un auto.
Me incorporé de repente, sin saber el terrible error que acababa de cometer. El cuerpo me dolía horriblemente, era cómo si hubiera tenido una ardua sesión en el gimnasio después de mucho tiempo de inactividad, y ahora cada músculo me ardía al más mínimo movimiento. Observé entre quejidos cómo, en el asiento del conductor, un sujeto permanecía inmóvil y en silencio, dedicándome una cauta mirada por el espejo retrovisor.
Era él. El tipo que había estado viendo entre las sombras, el que me seguía y se esfumaba cuando intentaba acercarme. Tenía un porte imponente que reconocí al instante; su altura y bien definida musculatura le daban una presencia dominante incluso sentado frente al volante.
Confundida, miré el asiento en el que estaba recostada para terminar posando mi mirada en mi adolorido cuerpo. Estaba en pijamas, ¿finalmente había decidido secuestrarme?
—No me mires a mí —se atajó. Su voz era firme y transmitía cierta autoridad y determinación, pero no parecía amenazante—. Ya estabas así cuando te encontré.
—Yo... estaba durmiendo —musité frunciendo el ceño, tratando de recordar qué había pasado.
—Pues si haces eso dormida, no quiero saber lo que puedes hacer despierta —comentó.
¿Hacer? ¿De qué estaba hablando? Traté de recordar qué pasó justo antes de dormirme, pero las únicas imágenes que vinieron a mi mente fueron las de Nickolas en aquel callejón y cómo toda nuestra mágica noche se había ido rápidamente al diablo.
—¿Quién eres? —espeté, recordando el enorme cuervo y la sangre en la pared.
—Soy el que ha estado cuidándote, y déjame decirte que ha sido un infierno —se quejó con cierto tono de superioridad y reproche en su voz.
¿Cómo que cuidarme? La cabeza me daba vueltas y no podía entender nada de lo que estaba pasando o las cosas que decía.
Miré hacia afuera por la ventanilla y divisé un viejo cartel que ponía «MOTEL» en luces de neón. Arqueé las cejas y le dirigí una intensa pero cuidadosa mirada, exigiendo una explicación.
—Fue lo primero que encontré —dijo alzando los hombros.
Lo pensé por un segundo. La puerta del coche estaba abierta. Quizás si corría podía llegar hasta alguna de las habitaciones y pedir ayuda. Y si me alcanzaba antes de lograrlo, podría gritar. Seguro alguien vendría a ayudarme.
Pero él pareció leerme los pensamientos, porque se giró y me dedicó una serena mirada antes incluso de que me moviera.
—Puedes correr si quieres, pero no voy a matarte. Además, si hubiera querido hacerlo, ya estarías muerta.
No era el comentario más amigable ni tranquilizador, pero tenía que admitir que tenía razón. No sabía cuánto tiempo había pasado inconsciente o qué me había sucedido, pero había tenido muchas oportunidades para hacerlo, incluso pudo haberlo hecho todas las noches anteriores, y aún así, estaba con vida.
Por algún motivo no estaba asustada, pero la situación me ponía nerviosa. Sabía que no podía confiar en él, pero al menos no parecía querer lastimarme. Entonces, se bajó del coche sin decir nada más y comenzó a caminar hacia el motel.
—¿A dónde vas? —pregunté al ver que no me esperó, pero tampoco me exigió seguirle.
Vestía unos jeans negros y una cazadora de cuero del mismo color y caminaba con paso firme y una postura erguida, proyectando confianza en sí mismo. Era evidente que no pasaba desapercibido en ningún lugar.
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Legado
FantasyLa onda se expandió por todo el lugar. Pude sentirla, la energía fluyendo a partir de mi. Ahogándome, casi asfixiándome. El tiempo se enlenteció y pronto perdí el equilibrio, cayendo sobre mis rodillas. Todo comenzó a oscurecerse y no tardé en caer...