Después de estar un rato en el sofá subí a la azotea a tomar un poco el aire. Estábamos teniendo suerte, un Abril en la isla con unas temperaturas perfectas, si seguíamos así el mes que viene ya podríamos bañarnos en el mar. El sábado pasado lo había intentado, pero sabiendo que los rayos del sol eran tenues y no hacía calor, sospechaba que el agua todavía iba a estar fría a mi gusto.
Me encantaba subir a la azotea, tenía puesta una tumbona y una mesita alta con su taburete correspondiente. La habíamos comprado con esa altura para poder ver el mar aún cuando estuviésemos sentados. Me senté en el taburete y me apoyé sobre los codos en el muro, con la mirada fija en las olas.
Le tenía pánico al mar abierto y a los tsunamis, pero me encantaba la playa y el agua. Me pasaba horas descalza paseando o corriendo por la orilla, respirando profundamente la brisa salada. Y lo que más me representaban eran los amaneceres y atardeceres, la paz que transmitía y toda esa explosión de colores.
Me relajé mientras pensaba en lo que había pasado. Al levantarme ese día habría dicho que odiaba a Juan y su grupo, sobre todo a Pedro, pero ahora estaba comprometida a ir a una fiesta con ellos. Me había metido en un juego al que no quería unirme, iba a salir, sí, pero nada más. Había hablado con ellos algunas veces en mi vida, normalmente para trabajos y tareas, nos habíamos ayudado en exámenes, pero nunca habíamos pasado de eso.
Y ahora, de repente, después de haberse reído de mí, se acercan y se interesan. Comencé a pensar como siempre hacía, me tiré horas, hasta que llegué a la conclusión de que todavía no podía averiguar nada de lo que estaban pensando ellos. Me iba a tener que esperar, por lo menos, hasta el viernes.
Cogí el móvil y le escribí a María para preguntarle cómo estaba, y minutos más tarde me llegó su respuesta, un audio:
—Mejor ya, tenía cuentitis aguda, creo que me puse mala de pensar tanto en el examen de hoy, que por cierto, ¿qué tal ha ido? Ana me ha contado lo que ha pasado con Juan y esos, no sé cómo pueden venir con esas después de lo del domingo pero me apunto a la fiesta y a las compras.
Sonreí al escuchar su risa final. María era la más graciosa y simpática del grupo, siempre tenía alguna tontería que decir para alegrarnos. La clase de filosofía había sido una mierda sin ella al lado, me había pasado toda la hora con mis ensoñaciones y pensando lo que había dicho Juan.
Le contesté que la había echado mucho de menos y que me alegraba de que estuviese ya mejor. Luego le conté a Rosa las novedades de María, pero como no le llegaban los mensajes la llamé. Respondió al quinto tono, cuando pensé que ya no lo iba a coger.
—Diga—dijo con voz pastosa.
—Arriba dormilona—le ordené con voz alegre.
Me la imaginé con todo su pelo rubio despeinado, sus ojos castaños con los párpados hinchados por la siesta y la camiseta blanca que llevaba esta mañana toda arrugada.
—¿Era necesario?—me consiguió preguntar uniendo dos palabras coherentes.
—Claro que sí, quedan menos de dos semanas para terminar el trimestre y ya no quedan más exámenes, ¿qué haces durmiendo?—le dije entusiasmada con el fin de transmitirle algo de energía.
—Es verdad—dijo, y por el tono de su voz pude saber que estaba sonriendo.
Sonreí yo también pensando en lo que se le podría ocurrir, miedo le tenía a esa cabecita tan fantasiosa. Rosa tenía la capacidad de crear mundos paralelos en su mente, de alejarse de la realidad envolviéndose en cualquier pensamiento.
—Venga mueve el culo—le ordené con la poca seriedad que tenía el asunto.
—¿Qué quieres tía?—se notaba que se estaba poniendo de mal humor nada más que al pensar que tenía que abandonar el cómodo sofá.
ESTÁS LEYENDO
Tan sólo un nosotros
Teen FictionLucía es una adolescente que tiene una historia por vivir que ni ella se imaginaría. Todo comenzó cuando tuvo que olvidarse de su crush e intentar no volver a caer en algún descuidado flechazo de Cupido, cosa que no es nada fácil a esa edad. Y por m...