Parte 14 - Rosa

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Me giré y me empecé a reír cuando vi junto a nosotros a Daniel con restos de mierda en la cabeza y la rodilla en carne viva, y a Lucía descojonándose a su lado. Marcos siguió mi mirada, y al final acabamos todos riéndonos.

Tessa estaba a mi lado con la mano sobre mi hombro, y Juan en frente, apoyado sobre sus rodillas entre carcajadas de Ana y María, que estaban junto a él.

Después de un rato, nos pusimos de pie con las mejillas rosadas y dolorosas de tanto reír. Le tendí una mano a Marcos para ayudarle a levantarse, él me agarró con su mano más grande cubriendo la mía, transmitiéndome una descarga que me recorrió todo el cuerpo, dejándome una sensación agradable en el cuerpo.

—No te quedes mojada, si quieres te acompaño a casa a cambiarte—me dijo Marcos pegado a mí.

Olía a los buenos recuerdos de la clase de mates, a perfume de hombre y champú. Le solté la mano lentamente y asentí sintiendo la camiseta pegada a mi cuerpo.

—Oye voy a acompañar a Rosa a cambiarse, ahora volvemos—le dijo Marcos a Daniel, que le sonrió mientras le recomendaba que no se volviese a desmayar.

Miré a Lucía, que me miraba feliz, hacía mucho que no la veía sonreír de esa manera y me alegraba muchísimo. Le sonreí y le lancé un beso mientras me giré con Marcos.

—¿Cómo sabías dónde vivo?—le pregunté cuando me di cuenta de que él me iba guiando entre las callejuelas.

—Te he visto varias veces volviendo del insti.

—¿Tú también vives por aquí?

—Sí, vivo aquí, el 4b—me dijo señalando un portal negro, el 6 de la perpendicular a mi calle.

Asentí y en nada llegamos a mi portal. Me quedé parada frente a la puerta, muda al recordar que no tenía llaves. Había pensado que iba a volver más tarde de las nueve, que es cuando volvían mis padres, y así no tenía que llevarme bolso.

—Si quieres te espero aquí abajo—me dijo Marcos detrás mía, malinterpretando mis inquietudes.

—No no eso no me importa—le aseguré girándome.—Es que no he cogido llaves.

Marcos me miró levantando una ceja, divertido por la situación.

—No tiene gracia, mira cómo estoy—me crucé de brazos mirando mi ropa.

Alcé la mirada cuando Marcos me pasó un brazo por los hombros y me condujo por la calle hasta su casa.

—Te dejo que abras tú para que te sientas mejor—me susurró mientras sentía su mano abriendo la mía y dejando las llaves frías en medio de tanto calor.

Me acompañó a la puerta e introduje la llave con mano insegura, y cuando la giré él empujó la puerta, soltándome y dejándome pasar a mí primero. Tardé un segundo en reaccionar, con gesto enfurruñando ante lo loco de la situación.

—¿Tienes frío?—me preguntó cuando al abrirse el ascensor entró una ráfaga de aire frío y me encogí.

Me dio la mano y tiró hasta su puerta, incitándome a abrir yo de nuevo. Pero no conseguí girar la llave con la mano entumecida, así que él alzó la mano hasta la mía y la abrazó, girando la llave y retirando nuestras manos de la cerradura. Me soltó de nuevo para empujarme dentro con suavidad, haciendo que mi piel ardiese bajo su mano en mi cintura.

Entré agitada en su salón y me senté en el sofá mientras esperaba a que él volviese. Me paré a pensar, Marcos estaba siendo demasiado bueno conmigo y era maravilloso. Por no hablar de sus gestos y sus manos, que siempre estaban ahí para hacerme temblar ante el contacto. No sé si para él era lo normal, pero para mí esto era mucho más que una clase de mates. De todas las veces que habíamos hablado, siempre me había sentido bien con él, hasta cuando intentó disculparse.

Tal vez él era diferente a sus amigos, porque ellos iban a su bola y diciendo cualquier grosería. Él era más dulce, servicial, atento, pero siempre poniendo por delante lo físico. Creía que le importaba más cualquier tía que estuviese buena que una sonrisa mía, tal vez fuese así y sólo me ayudaba en compensación por haberme preocupado por él, cuando hacía un rato le había preguntado si se encontraba bien y no me había quedado tranquila con un sí.

Pero allí estaban otra vez esos ojos profundos asomándose dentro de mí y atravesándome, dejándome completamente a su merced con una sonrisa y un gesto nervioso. Se acercó a mí con una toalla que me tendió al sentarse a mi lado.

—¿Quieres ducharte?

—Que va, me seco y nos vamos—dije mirando la toalla, aunque con eso no iba a arreglar mi camiseta.—Aunque pensándolo bien, ¿me dejas un secador para la camiseta?

—Mierda, ayer se le estropeó a mi madre—se quedó cabizbajo pensando mientras se revolvía el pelo.—Yo te dejo una camiseta mía si quieres.

La idea me pareció tan graciosa y descabellada que me abrumé con todo lo que estaba pasando en tan sólo unas horas.

—Vale gracias.

Se levantó y se fue, pero apareció al segundo asomando la cabeza por la puerta.

—Ven y la eliges.

Me levanté envuelta en la toalla y lo seguí por el pasillo. La segunda habitación a la derecha era su cuarto, deduje cuando entramos. Estaba pintada de un azul claro y estaba recubierta de luces led, que me permitieron fijarme en los marcos que habían sobre la repisa que había colocada junto al escritorio. Allí se veía a Marcos de pequeño, en la playa jugando con la arena, con una sonrisa de oreja a oreja. Me fijé también en los posters de surfistas famosos, debían de ser sus ídolos, o simplemente los tenía como decoración de "summer vibes".

De repente noté la mirada de Marcos fija en mí y lo miré sintiendo que me ardía la cara. Debía de haber sido muy descarada observando todo, seguramente con admiración.

—Me encanta tu habitación—le justifiqué mirando a través de la ventana.

—Gracias—dijo sonriéndome con dulzura.—Ven.

Me acerqué a él hasta que sentí el calor que desprendía su brazo junto a mí, y contemplé el armario. Me sacó unas pocas y al final me decanté por una azul lisa que tenía un logo de surf por la espalda. Salió de la habitación y me cambié. Era grande, pero me encantaba, me quedaba justo por debajo de la cadera, y si extendía los brazos me sobraba manga y ancho de la camiseta. Deduje que a él le debía de quedar ajustada.

Abrí la puerta y me lo encontré en la pared de enfrente recostado, con el móvil en la mano. En cuanto escuchó el picaporte alzó la mirada y miró su camiseta. Se le escapó una sonrisa, nunca debía de haber visto a alguien con su ropa.

—Estás preciosa.

En ese momento sentí muchas ganas de abrazarlo y no lo dudé, me acerqué a él y le pasé los brazos por la espalda, apoyando mi cabeza en su pecho.

—Gracias—le murmuré.

Me envolvió con sus brazos y me acarició la espalda. Me provocó escalofríos pero me sentí muy protegida, querida y agradecida.

Tan sólo un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora