Ⅻ.

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El viaje a Pilar fue mucho más rápido de lo que a Kyungsoo le habría gustado. Antes de que se diera cuenta, estaban recorriendo el largo camino que llevaba a la mansión de los Kim.

El corazón se le aceleró y notó que se le revolvía el estómago, y le dio miedo vomitar.

«No vomites, no vomites, no vomites», se repitió a sí mismo, respirando hondo y rezando por que el mantra surgiera efecto.

JongIn freno delante de la enorme puerta de garaje y, unos segundos después, apareció un joven que abrió la puerta del copiloto y le tendió una mano a Kyungsoo para ayudarlo a salir. ¿Que, era una chica acaso?

Luego abrió la puerta trasera para que ésta pudiera ver a Jongsoo. Era
evidente que JongIn había llamado para avisar a su familia de su llegada. JongIn fue a la parte trasera del auto y abrió la maletera, luego le dio las llaves al chico.

–Trajimos muchas cosas –le dijo, sonriendo de lado–. Súbelo todo a
mi habitación.

Kyungsoo abrió la boca para corregirlo. JongIn sólo había llevado un maletín y el resto de cosas que había en el auto eran de Jongsoo y de Kyungsoo. Y no tenían nada que hacer en las habitaciones de JongIn. Pero éste debió de verlo venir, porque le puso el dedo índice en los labios para que no dijera nada.

–A mi habitación –repitió en voz baja, para que sólo Kyungsoo pudiese
escucharlo–. Jongsoo y tú se quedarán conmigo mientras estemos aquí. Y no voy a aceptar un no.

Kyungsoo volvió a abrir la boca para hacer precisamente eso, negarse,
pero JongIn se lo impidió con un rápido beso.

–No digas nada –dijo con firmeza–. Será mejor para todos. Confía en mí, ¿está bien?

Pero, desde su divorcio, Kyungsoo no quería confiar en él ni escucharlo
ni tampoco creer lo que le decía. Pero lo cierto era que confiaba en él.

Estaría incómodo compartiendo habitación con él, pero teniendo en
cuenta dónde estaban dichas habitaciones, en la temida mansión de
los Kim, tal vez fuera más seguro que estar solo en otra habitación.

Además, como durante su matrimonio habían vivido en las mismas
habitaciones, al menos el lugar le resultaría familiar.

–Está bien –murmuró.

–Buenísimo –respondió él contento antes de sacar a Jongsoo de la sillita y apretarlo contra su pecho–. Ahora vamos a presentarle a nuestro hijo al resto de su familia.

Kyungsoo volvió a sentir náuseas al oír aquellas palabras, pero JongIn lo
agarró de la mano y el calor de sus dedos lo tranquilizó. O casi.

Todavía estaba muy nervioso cuando entraron en la casa.

El suelo de la entrada principal brillaba como el de la recepción de un gran hotel. La lámpara de araña estaba encendida y, en el centro, encima de una mesa de mármol, había un enorme arreglo de flores.

Detrás estaba la escalera que llevaba al segundo piso.

Todo estaba igual que cuando Kyungsoo se había ido. Incluso las flores eran las mismas. Eran otras, por supuesto, porque la señora Kim las hacía
cambiar todos los días, pero se trataba del mismo tipo de flores, de los
mismos colores, del mismo arreglo.

Había estado lejos de esa casa por un año. Un año en el que toda su vida había cambiado, pero si en aquella casa no habían cambiado ni las flores, no cabía ni la mínima esperanza de que nada, ni nadie, lo hubiera hecho en aquel lugar.
No tenían abrigos, así que el mayordomo que les había abierto la puerta fue hacia un lado de la escalera, probablemente a
avisar a la señora de su llegada. Unos segundos después, el hombre volvió para
ayudar al joven que estaba subiendo el equipaje a las habitaciones de JongIn.

 El Amor Que Perdimos[Kaisoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora