2

136 11 7
                                    

Tachihara

Estaba mareado incluso dormido. En plena inconsciencia el dolor de cabeza me azotaba y el frío me hacía tiritar. Me dolía todo el cuerpo, especialmente la garganta, irritada, como la sentía cuando lloraba. ¿Había estado llorando? No lo recordaba. 

-Tiene mucha fiebre, quizás debería llevarlo al hospital. – oí la voz suave y preocupada de mi mamá, un poco lejana, como en otra realidad.

-No le pasará nada por un poco de fiebre. Será gripe o algo por el estilo, no te preocupes. Yo cuidaré de él. – esa voz ya era más difícil de situar. ¿Sería Ougai?

-No se si debería, ¿Y si empeora? 

-Puedo llevarlo yo al hospital si llegara a pasar, pero… no lo creo. 

-Hum… 

-¿No confías en mí? – su tonó imponente varió a uno lastimero.

-¡Oh, claro que si, Ryu! Sólo estoy preocupada… ¿Seguro que podrás cuidar de él tú sólo? 

-Claro. 

-De acuerdo, entonces te lo dejo a tu cargo. Si llegara a empeorar, llámame a mi celular. Está apuntado en el refrigerador, junto a los números de emergencia. Tachihara es tan olvidadizo que de pequeño tenía que apuntárselos con rotulador en el brazo. –Eso era mentira. Me los apuntaba en mi suéter.

-¿Se enferma seguido?

-No, quizás es que yo soy demasiado sobreprotectora. Bueno, me voy a trabajar. Si pasa algo, llámame. 

-Adiós… mamá. - ¿mamá? En el momento en el que oí el portazo de la puerta de la calle al cerrarse, abrí los ojos que había mantenido entrecerrados hasta ese momento.

No era Ougai, ¿Quién…?

-¡Ah! – me sobresalte sobre la cama, deshaciéndome del exceso de sábanas que tenía encima. La toalla mojada que había sobre mi frente cayó al suelo y todo empezó a darme vueltas y vueltas hasta que volví a desplomarme sobre la cama, mareado y con un dolor de cabeza horrible. Tenía la nariz entaponada por los mocos, que asco. 

Tenía que salir de allí, buscar a mi madre y… no, no, mejor a Jouno. Lo mataría con un bate de béisbol, si. Tenía que llamar a Jouno y… 

La puerta se abrió cuando agarré el móvil, dispuesto a marcar. Él se detuvo en el umbral, mirándome con una ceja alzada. 

-¿Ya te has despertado? 

-No, soy sonámbulo, ¿estas ciego? ¡Ni te me acerques! – grité, con voz congestionada, blandiendo mi celular como arma homicida. 

Se empezó a reír en mi cara. 

-¿Qué mierda haces? Vamos, suelta el celular a ver si te lo vas a comer. – cerró la puerta lentamente tras él, sonriente. Mi primera reacción fue coger la almohada y tirársela a la cabeza. – Cuidado, no vaya ser que me desmayé. – cogí el cuaderno de matemáticas que había sobre la mesa y se lo lancé. Lo cogió al vuelo y lo tiró al suelo, pisoteándolo. Mis apuntes a la mierda. Lo próximo fue arrancar el teclado del ordenador y tirárselo a la cara. - ¿Pero que haces? – lo esquivó, cogiéndolo con cuidado, junto a la pantalla, eso le impidió moverse lo suficientemente rápido como para esquivar el escritorio. Aproveché que tal vez le había roto una costilla para abrir la ventana y precipitarme por ella para saltar al jardín. Demasiada altura, me rompería una pierna… o las dos. 

Marqué a una velocidad increible el número de Jouno, pensándome mejor si saltar o no al verlo correr hacía a mí con expresión asesina. ¿Matarme o quedarme a merced de mi malvado hermano mayor que, por lo pronto, ya se había llevado consigo mi santísima virginidad trasera? Matarme, si, matarme. 

Tuyo para jugar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora