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Tachihara

El frío volvió a mi cuerpo de golpe en el momento en el que sus ojos se clavaron en los míos. Un tremendo escalofrío me recorrió de arriba abajo, haciendo que se me erizara la piel.

-Te estaba esperando, mi muñeco… - la respiración se me aceleró de manera incontrolable, igual que la cantidad de sangre que corría por mis venas se disparó por el bombeo alocado de mi corazón.

Sólo habían pasado dos días, sólo dos y cuanto había pensado en él, a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, buscando la manera de encontrar la excusa perfecta para Tecchou, buscando la manera de conseguir el dinero para su guitarra, arreglándome para él, sólo para él, porque me importaba una mierda haber aparecido en bata delante de mis tíos y mis primos. No lo había hecho por ellos, no, sólo para él. ¿Le había echado de menos? Hasta lo inimaginable, hasta llegar a dormir sólo escasas horas pensando en él, en Ryunosuke, pensando en llamarle, en nuestras conversaciones, en nuestros besos, en nuestra manera de tocarnos, en la manera en la que me había poseído el último día, con tanta fuerza. Había pensado mucho en eso y me había tocado, acariciado y masturbado con la foto que me había enviado por el móvil. Había gastado su nombre entre gemidos incontables veces, como no lo había hecho pensando en ninguna otra persona.

Ahora que lo tenía delante, me daba cuenta de cuanto había deseado que volviera.

Me acerqué, a paso lento. Me recordó al paso de una novia camino del altar y sonreí estúpidamente, avergonzado por semejante ocurrencia. Ryunosuke soltó esa risita divertida tan característica, acercándose el cigarrillo a la boca y dándole una calada rápida.

-Un poco más despacio y me convierto en una estatua de hielo. – bromeó y sorprendentemente, lo primero que hice en vez de tirarme a su boca fue apartar el cigarrillo de sus labios con brusquedad, llevándomelo a los míos, saboreando el sabor de la boca de Ryunosuke impregnado. Le di una calada profunda y le miré a los ojos, expulsando el humo en su rostro consumido por la sorpresa. – Vaya, así que el bueno del Muñeco también sabe hacer cosas malas y estúpidas.

-Me acuesto contigo, ¿No es eso lo suficientemente malo y estúpido? – le di otra calada. A la mierda eso de dejarlo. Necesitaba ahogarme entre cigarrillos en ese momento.

-Dos días sin vernos, muñeco, dos días y lo primero que haces cuando aparezco es robarme mi tabaco y ponerte a fumar. Ahora sí que soy una estatua de hielo. Que frío, muñeco. Me esperaba algo más…

-¿Más…? – me incliné sobre él, haciendo que se le escapara una sonrisita divertida. Me agarró bruscamente del brazo, obligándome a alzar la mano frente a su cara con el cigarrillo entre mis dedos y le dio una última calada, sin apartar los ojos de mí, acariciando mi mano con sus labios. Me tembló el brazo entero cuando me quitó el cigarrillo de las manos y lo tiró, lejos, dejándose de rodeos, agarrándome de la cintura con sus manos y tirando de mí contra su cuerpo. Pegó su frente a la mía y yo me agarré firmemente a su espalda, pasando mis brazos por debajo de los suyos, pegándonos aún más.

-¿Me extrañaste, muñeco? – suspiré contra su boca. Mi vapor se mezclaba con el suyo mientras acariciaba su nariz con la mía melosamente.

-No, para nada. – un beso casto y suave, sin profundizar, totalmente limpio en los labios, para sentirlo, para asegurarme de que estaba frente a mí, abrazándome, haciendo desaparecer el intenso frío que se había apoderado de mi cuerpo hacía unos minutos. Me apoyó contra la puerta del piloto, situándose entre mis piernas, sin despegar su frente de la mía, bajándome la cremallera de la chaqueta hasta poder meter las manos dentro de ella, pasándolas por mi pecho.

-Y ahora es cuando el hielo se derrite… - me besó, rozándome el cuello con los labios. Reposé la cabeza contra el coche, dejándole total acceso a su lengua sobre mi piel. - … Y se evapora… - la sentí sobre mi mejilla, buscando mi boca segundos antes de penetrar en ella ávidamente, con ganas de mí, de mi lengua, de mi saliva, de mis labios, atrapándolos entre los suyos, presionando, lamiéndolos, moviéndolos sobre los míos lentamente, disfrutando del roce de su lengua con la mía dentro, haciendo un sonido húmedo cada vez que nos separábamos sin romper todo el contacto, volviendo a comernos, a devorarnos con muchas más ganas, abriendo la boca todo lo posible, dejándosela, toda suya. Que la hiciera toda suya, como quisiera, de la forma más sucia que le pareciera, de la manera más bestia que le permitiera su lengua. Quería más…

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