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Tachihara

-Oh… ¿Pero que es esto? – no podía pronunciar palabra para satisfacer la duda de mi novio al ver todo aquello, el ambiente de esa fiesta organizada a las afueras de la ciudad en la enorme mansión de Naomi dónde yo había pasado tardes y mañanas con mi ex pelinegra y dulce, manoseándonos, hablando simplemente o viendo películas en su pantalla de plasma de cincuenta pulgadas tan grande como la pantalla de un cine, escuchando música a través de los altavoces de su cuarto que ahora parecían formar parte del decorado y hacían retumbar las paredes con la alocada música.

Apenas podía dar dos pasos sin chocar con algún tipo creído con camisa de algodón o con alguna chica con botas de tacón de aguja, minifalda con una buena vista de un trasero fino y escotes que dejaban ver casi toda la totalidad de las enormes tetas de silicona que se habían puesto de moda.

No entendía que hacía Naomi dando semejante fiesta. Observaba desde gente medianamente normal bebiéndose a chorros jarras enteras de un licor rojo del que prefería no saber el nombre, a hombres y mujeres medio follando encima de la mesa del salón. Lo que más me sorprendió fue ver a dos chicas de poco más de veinte metiéndose la lengua hasta la garganta en plena galería y acariciándose los pechos e incluso la entrepierna con las manos, la una a la otra.

Había estado en fiestas antes, pero eso era el caos total. Me alegraba de no ser yo quien tuviera que recoger semejante estropicio luego.

-Carajo, si me hubieras dicho que esto era una orgía, me hubiera traído condones. – se burló Ryunosuke. Le di un codazo suave en el estómago y empezó a reírse en mi cara.

-¿Dónde mierda estará Naomi? – murmuré, intentando caminar por entre los desconocidos que me rodeaban. ¡Si casi nadie era de la universidad!

Sentí un azote en el trasero y me volví rápidamente, escandalizado.

-¡Eh, guapo! ¿Quieres bailar? – me quedé a cuadros observando a aquel tipo con cara de borracho total que me guiñaba descaradamente un ojo.

-¿Eh? – de un tirón, Ryunosuke me apartó de la trayectoria de ese hombre, porque perfectamente podía considerarse ya un hombre en toda regla. Me rodeó con sus brazos y le lanzó una mirada divertida y prepotente.

-Lo siento, él es mío. – y volvió a tirar de mí, adentrándonos más en aquel lugar alocado carente de orden. – Estupendo, no falta de nada. Putas, puteros, lesbianas, maricones, alcohol… - capté en ese momento totalmente asombrado, como un coro de chicos inhalando de una vez todo el polvo blanco que había esparcido a un lado de la mesa de la cocina y vociferaban llenos de gozo. - … Drogas y música mala. ¡Me siento como en casa! – no me lo podía creer. ¡Eso era el infierno!

-Ryu, vámonos.

-¿Qué? – preguntó, alzando la voz. No se oía nada por culpa de la maldita música.

-¡Que volvamos a casa! ¡Quiero irme a casa!

-¿Tan pronto? ¡No, ni hablar! ¡Me has arrastrado a la fiesta y fiesta vas a tener! – vale, eso sí que no me lo esperaba. Ryunosuke dio una vuelta sobre sí mismo, quitándoles descaradamente de las manos a una pareja de chico y chica los vasos repletos del líquido rojo que había visto siendo engullido por un coro de tipos más atrás. Me lo ofreció. Negué con la cabeza frenéticamente.

-¡No quiero, no sé lo que es! – le grité, llevándome las manos a los oídos, intentando detener el torrente de gritos y molestos ruidos que fluían por todas partes.

-¡No seas idiota! ¡Es ponche, lo que se sirve en todas las fiestas! ¡No te vas a morir por beber un poco! – giré la cabeza de un lado a otro. Todo el mundo parecía divertirse pero… de una forma tan sumamente absurda. Daba vergüenza ajena. - ¡¿Vas a ser el raro que se queda de brazos cruzados solo en una esquina?! – me mordí el labio inferior y le arranqué el vaso de las manos de un tirón.

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