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Tachihara

-Tú… - Ryunosuke alzó la vista con los ojos entornados. Se levantó enseguida de las escaleras que daban a la puerta de casa, bostezando y estirando los brazos con despreocupación, me miró con somnolencia.

-Ya era hora. Me iba a quedar helado aquí con este frío.

-¿Qué hacías ahí tirado? – se encogió de hombros.

-No tengo llaves aún. – Si lo hubiera sabido me hubiera quedado a dormir en casa de Jouno. ¡Que se jodiera toda la noche ahí, muerto de frío! ¡Se lo merecía por desgraciado! – ¿Por qué has tardado tanto? – caminé hasta la puerta de casa sin parar a mirarle. Estaba tan enojado que no pensaba hablarle más de lo necesario, no pensaba dejar que me tocara.

Llevaba todo el regreso en bus mentalizándome. Ryunosuke se arrepentiría de haberme humillado de esa manera frente a toda la universidad, ¡Frente a Naomi! ¿Quién mierda se creía que era? ¡Por lo menos podía haber pensado en las consecuencias que A MÍ, me iban a tocar cargar! Se merecía lo peor, se merecía la peor de las humillaciones, se merecía que lo mataran una pandilla de vagabundos y lo encontraran en un contenedor de basura descuartizado y putrefacto como una manzana podrida. – Fui a buscarte después de clase para volver a casa juntos, pero ya te habías ido.

-¡Mierda! – pateé la puerta con los dientes apretados. Ya no podía contener mi rabia. ¡Y el mamón me seguía hablando como si nada!

-¿Qué pasa?

-No encuentro las jodidas llaves.

-Ay vamos. No puedes ser tan estúpido como para perderlas.

-Te las tiré. Hubiera merecido la pena perderlas si te hubieran dado en la cabeza y haberla roto. – se situó a mi lado, riéndose y yo lo miré de reojo con expresión asesina. - ¿Por qué no te mueres, Ryunosuke?

-¿Qué pasa? ¿Soy demasiado para ti?

-Si. Una mierda demasiado incordiante y apestosa. – le di una patada a la puerta después de buscar las llaves inútilmente en mis bolsillos traseros, sin resultado. ¿Y ahora que? ¿A esperar a mi madre? ¡A saber cuando vendría, me congelaría en la puerta! - ¡Ryunosuke! ¿¡Que mierda haces!? – me revolví entre su asfixiante abrazo. Me agarró por la espalda y me rodeó con su camiseta, cubriéndome el cuerpo con ella, pegándome a él por completo rodeándome los hombros con sus brazos. Se me erizó el vello de la nuca al sentir su aliento.

-Muñeco... – no esperé ni a que empezara la frase. Le pegué un codazo y lo eché para atrás, quitándomelo de encima bruscamente.

-¿¡Que putas te pasa!? ¿¡Crees que porque me halla acostado contigo siete veces y te deje tocarme más allá de lo fraternal tienes algún derecho sobre mí!? ¿¡Te crees que me puedes tratar como una puta y humillarme así delante de cientos de personas!? ¡No eres nadie para hacerlo, Ryunosuke, nadie! ¡Ni yo tampoco soy nada tuyo! – por un momento, vi como mi hermano se encogía antes de fruncir el ceño levemente, pero no en actitud amenazante, sino pensativo, frustrado. Apreté los puños frente a él, esperando una respuesta y la más mínima provocación para golpearle. Estaba dispuesto hasta pelearme con él, de hecho, quería pelearme y hacerme respetar, lo deseaba. Venganza.

Ryunosuke se quedó callado, mirando al suelo.

-¿Qué? ¿Ahora no dices nada?

-Si… - ladeó la cabeza, muy serio. – Han sido nueve veces, no siete.

-¿¡Ah!? ¡Serás imbécil! – le tiré el bolso donde llevaba todos los libros de la universidad a la cara y de un manotazo, Ryunosuke lo tiró al suelo como si fuera una molesta mosca, desperdigando todos los libros sobre las escaleras. Respiré hondo. – No… te acerques… a mí.

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