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Tachihara

-No quería ir pero me ha provocado. “En toda relación homo siempre hay alguien que domina y el otro el que lleva la correa” ¡Buag! – había empezado a fumar otra vez, aunque con menos ansia que antes. Dos o tres cigarros al día, como mucho cinco y casi siempre, después del buen sexo con la idiota con patas de Ryunosuke, como en ese momento. Estaba quejándome boca abajo sobre el sofá, desnudo y con el cigarrillo en la boca. Ryunosuke disfrutaba de la comodidad del nuevo sillón de mi madre, de los que se abren y te dejan tumbado como si fuera una cama más. Ryunosuke fumaba algo más que yo, más o menos diez al día, pero de ahí no pasaba. Estaba medio amorronado, con los ojos medio cerrados sobre el sofá y casi desnudo, sólo con los boxers negros puestos, como siempre que no andaba mamá cerca.

-En eso tiene razón la puta.

-¿Qué? – soltó el humo del cigarro por la nariz, de lo más tranquilo.

-Quien domina es quien da, quien tiene la correa, quien recibe. Así que aquí domino yo. – me quedé con la boca abierta por la indignación. – Y tú eres el perro que lleva la correa. – se rió.

-Ryu… ¿Sabes una cosa? Me das asco.

-Eso me ha dolido, nene.

Giré la cara ante los ladridos. Rash me miraba fijamente en el umbral de la puerta, con la lengua fuera, moviendo la cola de aquí para allí.

-¡Rash! – le grité con tono meloso y corrió hasta mí, pegando un salto enorme y subiéndose a mis piernas, lamiéndome toda la cara, revolviéndose como un loco con su cuerpo peludo acariciándome el pecho. – ¡No lamas, que asco, no, sucio! – Reí. Aún era un cachorrito de no más de 35 centímetros. Dentro de cinco meses mediría más de un metro.

Jugueteé con él, tapándole el hocico con la mano. Él sacudía la cabeza, gruñendo y me mordía o lo intentaba, sin hacerme el menor daño con sus pequeños dientes. Ryunosuke me miraba juguetear con su regalo con una medio sonrisa de las que ahora acostumbraba a soltar. De las tiernas, de las que dejaban ver algo más que malicia o rabia.

-Ya está, Rashomon, ya. Mira la pelota, ¿Quieres la pelota? ¡Ve a por ella! – arrojé fuera del salón la pelota pequeña de Rashomon, la que utilizaba de mordedor por las noches y él salió de un salto de mi regazo, corriendo por ella con tanta velocidad, que se resbaló en la esquina y chocó contra la puerta, haciéndola temblar. - ¡Rash! – el perro se sacudió y salió de nuevo como un loco a buscar la pelota.

-Eso de que los perros se parecen a los dueños es verdad. Mira que torpe salió ese saco de pelos.

-Ja-ja-ja… - solté con ironía. Apagué el cigarrillo sobre el cenicero que escondía en uno de los cajones de mi habitación junto con el tabaco y el mechero. Si mamá se enteraba de que fumaba, pondría el grito en el cielo. Me apoyé sobre el posabrazos del sofá y medio salté al sillón sobre el que estaba Ryunosuke, sentándome a horcajadas sobre su duro abdomen. Ryunosuke tosió y se encogió un poco por lo brusco de mi aterrizaje. Le puse un dedo en el pecho, presionando, impidiendo que se levantara. – Esta noche vas a ser bueno. – hablé, con un tono de voz que pretendía ser amenazante, pero sin embargo, él se rió.

-¿Bueno yo? ¿En una fiesta de niños creídos? ¿Con una tipa que no soporto rondando a mi muñeco? Vas a tener que poner en práctica tus mejores técnicas de persuasión para convencerme de ello. – me incliné sobre él, rozando mi nariz con la suya.

-Lo harás. Vas a llegar y vas a estar conmigo, beberemos algo, intentaremos pasarlo bien y luego, nos iremos, como sino hubiéramos estado allí.

-¿Y para eso me vas a sacar de aquí? Que buena broma. – sus labios viajaron por mi cuello, acariciándolo con la lengua, abarcándolo con su boca. Me estiré sobre él, cerrando los ojos y dejándome hacer con gusto. - ¿Prefieres ir a esa estúpida fiesta con esa estúpida anfitriona y con esos estúpidos invitados a quedarte conmigo, disfrutando?

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