23 (Final)

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El sol estaba comenzando a caer cuando descendió del auto de aquel hombre que había aceptado sus servicios, consiguiendo así algo de dinero, pero no lo suficiente para poder cubrir los gastos de siquiera uno de aquellos paquetitos de reluciente aluminio. El valor era cada vez más elevado, pues la demanda había crecido debido a la escasez y los altos precios de los otros polvos blancos que solía consumir casi un año atrás. Por ese motivo, esas últimas semanas tenía que atender a más de una persona para verse capaz de cubrir sus necesidades momentáneas, sobreviviendo el día a día.

Algunos eran peores que otros, en ocasiones le llevaba incluso horas conseguir un monto digno y la abstinencia parecía estar siempre ahí, acechando desde el fondo a pesar de que el consumo haya sido hace poco tiempo.

La euforia y el bienestar eran efímeros. Aquellos momentos donde su cuerpo no sufría de espasmos, temblores o sudoración cada vez duraban menos. El pliegue de su brazo tenía unos cuantos pinchazos inflamados, los cuales tornaban lentamente a un color entre rojizo y violáceo que debería preocuparlo, pero la única preocupación que cabía en su cabeza era cuándo podría volver a picarse antes de sentir dolor.

Se acercó a la estación para continuar con su búsqueda de otro coche que frene para ofrecerse a cambio de dinero y, en cuanto estaba por cruzar la calle para ubicarse en su esquina habitual, oyó aquella voz que tantas veces llenó su estómago de ratas en patines que se movían alegremente dentro suyo. Sonrió brevemente ante tal pensamiento, recordando fugazmente esos momentos donde compartía con su pareja, pero se esfumó en cuanto la realidad volvió a su mente. San ya no estaba a su lado todos los días, y las ratas habían perdido sus patines y lo arañaron desde el interior hasta finalmente morir, quedando nada más que unos cuantos cadáveres putrefactos que extendían su peste hacia él también. Se estaba deteriorando desde dentro.

— ¡Woonie! —el pelinegro llamó con un tono alegre.

El mencionado finalmente volteó hacia el origen del sonido y, previo a poder entusiasmarse, notó la presencia no deseada de ese hombre que se lo había quitado ante sus ojos, justo al lado de su novio. La seriedad inundó su rostro y una mezcla confusa de sentimientos se plantó en su pecho con agresividad. Quería correr hacia los brazos del mayor y llevarlo lejos de ese lugar, pero también se sentía resentido y frágil ante esa persona.

Sin embargo, no tuvo que pensar mucho qué hacer pues Choi se acercó a él, solo, y envolvió su cintura en un abrazo débil mientras que se tomaba el tiempo de recorrer cada detalle de su cara con sus pupilas.

— Woonie, bebé... —continuó ante la seriedad del menor— Siento haber tardado tanto. —dijo sin separar sus ojos de los de su pareja, intentando leerlo.

— Creí que ya te habías olvidado de mí. —respondió corriendo su mirada luego de un suspiro, con un nudo creciente en su garganta.

En realidad, ninguno de los dos sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde su último encuentro, disparado por el trágico fallecimiento de Yunho. Podrían haber sido meses o solo algunas semanas que se sintieron como tales. En su mundo, la noche y el día ya no tenían el mismo peso que cuando estaban sobrios. Las segundos podían detenerse por horas, y no lo notarían. En lo que ambos concordaban es que, poco o mucho, se habían sentido como años.

— No podría hacerlo, mi amor. —reconfortó San, realmente creyendo en sus palabras y angustiándose en el proceso— ¿Cómo has estado? —preguntó finalmente, inspeccionando su figura de forma cuidadosa con ambas manos.

Wooyoung se encogió de hombros y negó suavemente con la cabeza sin saber exactamente qué responder a eso, abriendo una grieta silenciosa entre ellos por unos instantes hasta que pudo hablar. — Estoy vivo, así que bien, supongo.

Under the Influence - SanWooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora