Capítulo 7: Escuchando a Alex Parte IV

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Pasados unos meses fue que conocí a la siguiente persona que me marcaría el alma de por vida...Abril, conocí a este hermoso ser cuando Clark nos realizó un examen de asignación para poder clasificarnos en el área que más nos interesara y así recibir tutorías relacionadas con la profesión que deseáramos estudiar en un futuro.

Para mi suerte coincidimos en la capacitación de higiene y salud comunitaria. Terminamos en ese grupo Abril, Ainhoa y yo.

Cuando conocí a Abril, me cayó como una patada en el trasero, porque no nos conocíamos de ningún momento atrás y ella era en pocas palabras todo lo opuesto a mí. Lo único que nos unía era el enorme deseo por competir en la clase de literatura, pues a ambas nos encantaba la lectura.

Conforme la conocía me agradaba más, hasta convertirse en mi mejor amiga. Era como si ella fuese el rayo brillante en una tormenta y yo el trueno que dejaba eco a su llegada.

Abril tenía esa gentil sonrisa que muy pocas personas en el mundo pueden brindarte, tenía la tez color vainilla, pecas en todo el rostro, el cabello rizado y muy negro, el cual solía peinar en una trenza o coletas, una de las cosas que distinguía a Abril era su gran timidez, pero era demasiado brillante con los estudios.

Me inspiraba a querer confiar en la gente, era demasiado diferente a todas las demás personas que había conocido en toda mi vida y se había convertido en alguien muy especial para mí.

Así que me propuse ayudarla a que poco tomase mayor confianza de sí misma y de lo que hacía, sentía que se lo debía por haberme traído nuevamente el deseo de querer confiar plenamente en alguien.

Llegó a conocer lo más profundo de mi ser, los secretos que nunca nadie hubiese imaginado de mí, sabía de mi familia y cada detalle que había vivido con ella desde mi infancia. Abril había llegado a mi vida para abrir nuevamente mis más ocultos sentimientos.

Desde que ella era mi amiga jamás volví a sentirme sola.

No me daba cuenta del impacto que podía tener en la vida de otras personas ni lo mucho que esto podría afectarme más adelante.

Hasta que una mañana lo conocí a él...

Es jueves por la mañana, se me ha hecho bastante tarde por quedarme viendo la pantera rosa mientras esperaba a mi padre, sí, hoy está libre para llevarme al instituto, pero se está demorando en cambiarse.

Estoy sentada en el sofá de la sala, con mi mochila en mis piernas y mi licuado de fresa en mi mano. Volteo constantemente a ver el reloj de mi móvil y después echo un vistazo al ventanal que está al lado mío.

—Ya está amaneciendo papá, ¿seguro que podrás llevarme?—Le informo mientras le doy un gran trago a mi licuado rosado.

—Aún tenemos 25 minutos y yo ya estoy casi listo—Me informa apurado. —Mientras busca las llaves de la camioneta y enciéndela para que el motor vaya calentándose, hoy amaneció helando—Al escucharlo decir esto último me sube el estado de ánimo y corro en busca de las llaves.

Cuando salgo a la cochera veo por la rendija transparente del techo que mi padre no mentía, hay restos de hielo en el techo y el frío se siente abrazador esta mañana, probablemente estemos a unos 3 grados Celsius o quizás menos.

Enciendo la camioneta dejando mi mochila en el asiento de copiloto y me dirijo nuevamente a mi habitación. Tomo un abrigo de gabardina, uno color gris claro y enseguida busco un gorro en mi armario y tomo el que aparenta ser el más abrigador.

Es un gorro de lana color gris claro, es bastante grueso y calientito, llega a cubrirme perfectamente ambas orejas y la mayor parte de mi frente, pero tiene la cara de un mapache feliz. Espero no vayan a hacerme bullying al verme llegar con mi gorrito.

Me coloco un poco de labial rojo sin exagerar y salgo corriendo de la casa cuando escucho que mi padre ha sacado la camioneta de la cochera. Cierro la casa y observo emocionada que todo mi alrededor se cubre perfectamente de blanco, haciendo que las calles se vean demasiado brillantes por los copos de hielo que comienzan a caer.

Me encantaban los días que mi padre podía llevarme a la escuela, me llenaba de energía tener su compañía desde temprano, sentía que me entendía perfectamente. Teníamos el mismo carácter y el mismo sentido del humor.

Era de las personas más amables que había conocido en mi vida, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás y constantemente nos repetía a mí y a Lucas lo orgulloso que se sentía de ser nuestro padre.

Cuando me llevaba al instituto me dejaba elegir la música para el viaje, pero yo optaba por poner la mitad del trayecto sus canciones favoritas y el resto ponía las mías.

Cuando llegamos a la parte más alta puedo observar de un lado el sol que comienza a iluminar la carretera y del lado opuesto veo cómo las luces de los autos que van y vienen del instituto, se mueven rápidamente en distintas direcciones y con distintos colores saliendo de la oscuridad.

Comenzamos a subir la pequeña colina donde se encontraba el Chastain y enseguida mi padre estaciona la camioneta frente a la entrada.


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