Capitulo 7

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Hurrem beso a su esposo con todo el amor, ternura, y deseo que tenia almacenado en su alma desde hace mucho tiempo.
La lengua codiciosa de la mujer siguió jugando, provocando, seduciendo, irrumpió entre los dientes de su hombre y volvió a sumergirse en las cálidas profundidades de su boca. En el beso, mordió ligeramente sus labios, lo que encendió aun mas el torrente de pasión en ambos.

-Suleiman... - este susurro abrupto salió de ella involuntariamente y fue mas una suplica silenciosa que una protesta.

El sultán levanto la cabeza, la confusión y la pasión brillaban en sus ojos, mirando su rostro sonrojado y sudoroso. -¿Quieres que me detenga? dijo con voz ronca.

Hurrem negó con la cabeza de forma vigorosa. No, eso no, lo que ella quería estaba mas allá de las palabras.

Suleiman se aparto lentamente de ella y comenzó a quitarle las mangas del camisón, que comenzó a caer lentamente. Por un momento, se demoro en las caderas de la sultana, convirtiéndola en una estatua viviente, cuyas piernas estaban envueltas en tela.

El Padishah la observo, moviendo la mirada de arriba hacia bajo, sin dejar de lado una sola curva de su cuerpo, que brillaba, reflejando el resplandor de las llamas de la chimenea.

La admiraba, no podía quitarle los ojos de encima por lo hermosa que era. '' Las suaves líneas de sus caderas son tan asombrosas que es imposible describirlas con palabras, Su cintura es elegante, como los bordes de un diamante. ¿ Como puede ser tan hermoso el cuerpo de su mujer a su edad ?... Cuando la toco, mi corazón comienza a latir mas rápido. Es imposible de describir, lo que me pasa cuando la pongo en mis brazos o siento el dulce sabor de sus labios. Junto a ella, pierdo la noción del tiempo y el control sobre mi mismo... Sigue siendo tan hermosa como antes. Ella no es una mujer, es una diosa.'' - pensó el Soberano y recorriendo a la sultana, puso sus manos sobre sus hombros.

De sus hombros se deslizaron hacia sus pecho, luego hacia su esbelta cintura, agarraron sus seductoras caderas y junto con el camisón bajaron por sus piernas hasta el suelo, El camisón cayo con un crujido y cubrió los tobillos de la belleza pelirroja. Si, la sultana lo quería, quería hacer lo que añoraba. En ese momento se apodero de ella el deseo de entregarse incondicionalmente a su marido, después de todo esta era la única manera de saciar el hambre de su cuerpo y alma ¿Cuánto tiempo había soñado con esto...

El sultán se aferro al cuello de su amada y comenzó a cubrirla de besos, luego se enterró en el valle de los pechos de su Haseki, los que comenzó a acariciar con sus labios y la punta de su lengua. Sus dedos insistentes agarraron sus glúteos con exigencia mientras el Padishah descendía lentamente sobre sus rodillas y la atraía hacia el.
Poniendo sus manos sobre sus hombros y cerrando los ojos la sultana echo la cabeza hacia atrás y una brillante ola de cabello rojo cubrió su espalda recta. El toque húmedo y caliente de su lengua circulando por la parte inferior de su abdomen le quito el aliento a la mujer. Sintió su aliento y el mundo entero al revés. Sus piernas temblaban.

Una ola de placer recorrió los músculos del vientre plano de Hurrem, y la llevaron a un lugar lejano, aun pais que no figura en ningún mapa, donde reinan las pasiones y los sentimientos. Con mucho cuidado sin detenerse ni un segundo en su ocupación, El Padishah palpo con sus labios y con la lengua los pliegues de su intimidad como delicados pétalos, absorbiendo su esencia. Exigió su repuesta la insto, rogándole que respondiera. Finalmente el sultán llego a la fuente mas secreta del placer y comenzó a acariciarla con cuidado. Su larga barba canosa le hizo cosquillas, pero del pecho de la sultana no se escapo una risa, sino un delicioso gemido de placer silencioso y prolongado. Involuntariamente clavo sus largas uñas en su piel, pero al darse cuenta de esto abrió los dedos. En repuesta a este movimiento involuntario el soberano presiono sus caderas aun mas fuerte, como si quisiera que sus palmas se fundieran en su redondez elásticas.

Luego su mano se movió hacia su monte de venus, Separando sus pliegues húmedos continuo con sus sofisticadas caricias. El placer que se apodero de Hurrem fue tan agudo y frenético que su voz, y su aliento esta noche se fusionaron y la sumergieron en los años de su juventud.

Ahora no se sentía como una sultana, sino como la esposa de su marido, solo una mujer deseada y amada, y el no es el sultán de tres continentes, sino un hombre común, amado y deseado, su esposo.

No e existian títulos ni reglamentos ni tradiciones, solo un hombre y una mujer, solo dos esposos que se amaban más que la vida misma, solo el y ella.

El le pertenecía solo a ella, y ella solo a el....

NUESTRO AMOR NO TIENE LIMITESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora