Enamorado tuyo

La fábrika - Combo Calada

Secco debió haberse esperado que no viniera.

En el banco del parque, estaba jugando al poker en lo que Zero venía. Lo que era una partida rápida se había convertido en una hora. Iba a anochecer, y Zero no había contestado a sus mensajes, una vez más. Iba a levantarse cuando escuchó una voz conocida.

—Hola, Secco.

Secco se giró (por un segundo, ilusionado), para ver a Cessare. Secco murmulló algo en voz baja.

—¿Eh?

—He dicho hola.

—Ah. ¿Qué haces aquí?

—Jugar al poker.

—¿Tú solo?

Secco no respondió.

—¿Puedo sentarme?

Secco le miró de arriba a abajo. Tenía la mano vendada y una expresión preocupada.

—Si no quieres, me voy.

—No hace falta que pidas permiso, tío.

—Ya, bueno. —Cessare se sentó. —¿Qué te cuentas?

—Na, tirando. ¿Tú?

—Ahí vamos.

—¿Qué te ha pasao en la mano?

—De la pelea. Me jodí algo.

—Ah. ¿Y lo otro?

—Está bien. Curando.

—¿Te duele?

—No.

Secco estaba demasiado acostumbrado a los silencios. Cualquiera que le conociera sabe que no necesitaba hacer conversación constantemente para pasar el rato con alguien. Al contrario, le frustraba la gente que hablaba por hablar. Por las manos inquietas de Cessare, pensó que no era su caso.

—¿Y qué tal Zero?

—Creo que bien.

—Le intenté llamar hoy, pero no me lo ha cogido.

—Es un cabrón.

—Lo mismo está ocupado. No me extrañaría, ese pringao no hace otra cosa que trabajar.

—Ese pringao también gana en un mes lo que tú en un año.

Secco era borde, pero temió haberse pasado al escucharse decir eso.

—Je. Y que tú, gilipollas.

Secco respiró aliviado.

—Touché.

—¿Has hablado con él hoy?

—Le he mandao unos mensajes pero pasa de contestar.

—Ah. Me siento mejor sabiendo que nos ignora a ambos.

—Ya.

Cessare rió, pero a Secco no le hacía ni puta gracia estar manteniendo esta conversación. Bastante rayado estaba con Zero, como para que avivase el ex nazi sus celos.

—¿Cuánto ganas con el poker?

—No mucho, pero da pa vivir. Tampoco tengo que trabajar mucho.

—¿Qué haces si tienes mala suerte?

—Acabar en la calle, como todos.

Volvió a reírse, y Secco pensó que no había cambiado desde que eran críos en ese aspecto.