Cumuli - 883

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Zero estaba intranquilo. Estaba sentado, saboreando el agua (como haría un idiota) que le había ofrecido su anfitrión, que suspiraba y se ponía cómodo en la silla, como si fuera a ir para largo. El tick tack del reloj del horno parecía una cuenta atrás. En cualquier momento, podría recibir un golpe. En cualquier momento. Cualquier momento.

Cessare estaba callado. Retumbaba los dedos en la mesa, y nada quedaba de la sonrisa que tenía antes. Solo era un ceño fruncido y unos labios apretados. Abrió la boca, un segundo, y volvió a cerrarla. "Escupe", pensó Zero. "Escupe de una vez".

—Zero, me disculpo por haberme aliado con los nazis.

Zero le miró como a un cubo de rubik. ¿Qué cojones tenía que responder a eso?

—No, a ver, no quería decirlo así. No tengo que disculparme de eso. ¡No a ti, quiero decir! Bueno, en parte sí. Supongo que me disculpo por los problemas que te ha acarreado mi asociación. Con los nazis. Lo siento muchísimo.

—Ehh... No sé qué responder. —Eso estaba claro, por su gesto de ciervo al que habían dado las largas. —Tienes razón, no tienes que pedirme disculpas a mí, se las debes a los refugiados.

—Lo sé, lo sé. Estoy ayudando con lo que puedo. Como no tengo trabajo, me paso todos los días a limpiar o cocinar o lo que necesiten.

—Oh, eso está muy bien.

—Mi madre también. No está en casa por eso, va a cocinar la cena.

—Oh. Qué-qué concienciados.

—Es lo mínimo.

Zero dió otro sorbo. ¿Había hecho algo él por los refugiados, aparte de quitar carteles? Solo habló con ellos una vez. El ex-nazi había sido de más utilidad que él. Recordó que la revolución no se hace sirviendo sopa a las víctimas, e intentó convencerse mentalmente, metiéndose la cabeza más y más adentro de su propio culo (como diría el armadillo). Algo sí que le agradaba de todo esto: saber que no se equivocó con Cessare. Siempre fue lo que él ya sabía, alguien confundido, dolido y engañado con promesas de un mundo más justo.

—¿Te molestan mucho, ahora que te has desentendido?

—Desde el día de la protesta. Tengo que tener cuidado por la calle. Si uno me ve y es tan tonto como para buscar bulla, no me importa. Pero les veo pasar con el coche todos los días. Y vivo con mi madre. No la dejo salir sola, por lo que pueda pasar. Aún así, no me ha pasao nada, más allá de un par de gritos y unas hostias.

—Ya, ya. —Zero asintió. —Escucha, si tienes problemas, puedes hablar con mi amiga pterodáctilo. Ella puede hablar con los suyos, y no digo que te vayan a recibir con los brazos abiertos, ni que tú quieras eso. Pero si te ven con los nazis no les va a extrañar, a menos que sepan que ya no te asocias con ellos. Y con tu madre lo mismo.

—Preferiría no hablar con nadie de esto. No me fío ni de mi sombra. Sé que son tus amigos, y que no son gente mala, pero creo que hay gente mala en tos laos, y me he ganao enemigos. Solo eso.

—Como veas. Te entiendo. Creo que no tendrías que preocuparte de eso, pero yo tampoco puedo estar seguro.

—Zero, escuchame. No puedo estar más agradecido contigo de lo que estoy ahora. Después de tanto tiempo, tanta mierda, que hayas venío significa mucho pa mí...

Cessare suspiró y hundió la cara en sus manos. Parecía que sollozaba. Jamás Zero le había visto tan vulnerable. Y eso él no lo lleva nada bien. ¿Qué debía hacer, darle un abrazo? No lo sabía. La vulnerabilidad era algo con lo que no podía lidiar, pero si encima era un hombre el que se la mostraba, pues peor. Tal vez no estuviera emocionalmente listo para ello, o eso pensaba. Tímidamente, le puso la mano en el brazo.

Enamorado tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora