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Tenía ese moretón enorme ocupando toda su mejilla izquierda, y también otro en su brazo del mismo lugar, dónde esa bestia la había agarrado y sacudido.

Increíble que la trataran de ese modo siendo su hija, y más aún, por una razón tan absurda, que ni siquiera era justificable.

Ahora la rubia estaba acostada en la cama de él, luciendo más tranquila luego de descansar.

—¿Cómo te sientes? —le inquirió sentándose junto a ella.

—Un poco mejor, gracias por dejarme quedar aquí.

—Puedes quedarte todo el tiempo que lo necesites.

—Será sólo hasta que el señor Amancio regrese al pueblo.

—Ah sí, me dijo que se iría a visitar a su hermana.

—¿Tú lo sabías?

—Sí, él me lo dijo antes de irse. Es más, me trajo todo para construir esta cabaña y luego de verla hecha, se fue.

—Que bueno saber que te trajo algo mucho más cómodo dónde puedas vivir. Te quedó muy bonita —sonrió levemente.

—Te duele mucho ¿Verdad?

Lo miró a los ojos y asintió con la cabeza.

—No regreses con ellos ¿De acuerdo?

—No tengo muchas opciones aquí —le dijo afligida—. Si el señor Amancio no puede ayudarme, tendré que volver y enfrentarlos.

—Quédate aquí conmigo, y cuando yo me vaya, cuida tú de estas tierras. Aquí nadie va a molestarte.

—¿A ti no te molesta?

—No, creo que a ti te molestará más tener que vivir conmigo, que yo contigo.

—Por supuesto que no.

—¿Por qué no volviste entonces?

—Porque creí que tú no querías verme más. Cuando llegamos hasta aquí, tú te comportaste indiferente.

—Yo no entiendo de sentimientos y emociones humanas, estoy aprendiendo a controlarlo. Quizás a veces actúo de un modo indiferente, pero no es intencional.

—¿Cómo son en Kerlak?

—No puedo hablarte de mi planeta, ni de nosotros, lo siento.

Ella lo miró y luego lo pensó por un momento.

—¿Puedes contarme como eras tú?

Él respiró profundo y luego asintió con la cabeza.

—Nuestro aspecto físico tiene cierta similitud al de ustedes, lo digo en el sentido que tenemos el mismo número de miembros, y de órganos también, quizás exista algunas variantes, pero físicamente, tenemos lo mismo.

—¿Cómo te veías en tu cuerpo? —sonrió, recostándose sobre la almohada, sin dejar de mirarlo.

—Yo pertenezco a los guerreros, somos mucho más altos que los habitantes normales. Mido tres metro quince, tengo-

—E-Espera —lo interrumpió aturdida—. ¿Mides más de tres metro?

—Sí.

¿Cuánto... Cuánto entonces le medía "eso"? ¿De qué tamaño sería?

—¿Estás bien? —le preguntó confundido, al ver que el rostro de ella se ponía rojo de repente.

—S-Sí, sólo... M-Me subió un poco de c-calor. Sígueme contando, por favor.

***

Lo observó sentada desde la galería de la cabaña, mientras el rubio trabajaba la tierra. Ya que ella había prometido quedarse allí, a cuidar el campo de Amancio, Garrelk quería dejarle un sustento, que tuviera al menos algo que comer.

El sol estaba muy fuerte, por lo que el rubio sólo estaba trabajando con un pantalón corto, sin camiseta arriba.

Nunca imaginó ver en persona a un hombre con ese cuerpo, y no es que viera cuerpos masculinos tampoco, más que en lo que salían en revistas, pero él parecía irreal.

Habían músculos en lugares que ni siquiera sabía que existían.
Su abdomen no se veía como el de él, con todos esos cuadraditos y triángulitos a su alrededor.

¿Cómo... Cómo se sentiría abrazarlo?

Garrelk se giró al sentirse observado y se encontró con la mirada perdida de la rubia. ¿Qué tanto lo estaba mirando?

Dejó la pala de lado y se pasó una mano por el rostro, intentando secar un poco del sudor que le estaba cayendo por todo el cuerpo.

—Mujer ¿Qué te pasa? En serio te pregunto, estás con esa expresión estúpida en tu rostro.

La rubia frunció el ceño y rodó los ojos, entrando a la casa, seguida por él.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—No digas nada cuando no es así. ¿Qué tanto me miras? —le inquirió tomando una camisa vieja para secarse el rostro y cuello.

—Nada —repitió con molestia.

—Te lo preguntaré una última vez, Bárbara, no soy un tipo con paciencia, ¿Qué diablos pasa contigo?

Lo miró a los ojos y luego desvió la mirada.

—Yo... Sólo...

Garllek suspiró y se sentó en una silla, mirándola pacientemente.

—¿Qué?

—Es la p-primera vez que veo a un hombre sin... Camisa —murmuró.

—¿Eh? Tienes a tu padre, dudo que nunca lo hayas visto sin camisa con estos calores que hay aquí.

—No es lo mismo.

—¿Entonces?

Bárbara apretó sus labios entre sí, antes de cerrar los ojos con molestia.

—Nunca vi a un hombre joven con... Un cuerpo como el tuyo ¿Feliz? —pronunció molesta, dándole la espalda para irse a la cocina.

El general la miró con cierta diversión y arqueó una ceja.

—Ven.

—No.

—Que vengas, mujer —le dijo tomándola de la muñeca, jalándola hacia él.

—¿Q-Qué quieres? —le inquirió intentando mantenerse con una expresión molesta.

Cuando lo cierto, es que estaba muy avergonzada y al borde de tener un colapso nervioso por la cercanía de ambos.

—¿Tú quieres ver cómo me veo? —le inquirió soltándola.

—¡¿Q-Qué?! ¡No! ¡Yo sólo decía q-que-!

Antes la mirada atónita de ella, se bajó el pantalón, quedando completamente desnudo ante sus ojos, dejándola sin habla y con el rostro rojo de la vergüenza.

No era muy difícil ponerla roja, ella era tan blanca.

—Así, es como se ve un hombre joven —le dijo mientras se terminaba de quitar el pantalón y se alejaba un poco de ella para que lo viera mejor—. ¿Duda resuelta?

Miró su cuerpo, luego a él y se giró para marcharse de allí, dejándolo aún más confundido.

¿Pero qué le pasaba? Encima que la ayudaba a quitarse las dudas ¿Reaccionaba de ese modo?

—Humanos —murmuró rodando los ojos, tomando el pantalón para ponérselo de nuevo y continuar con el campo—. Oye, seguiré trabajando afuera, si necesitas algo, ya sabes.

...

GarrelkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora