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Desde que lo había visto sin ropa el día anterior, Bárbara se había negado a volver a mirarlo a los ojos. Ni siquiera le hablaba a menos que él lo hiciera, y eso lo estaba molestando bastante, porque no sabía que demonios le pasaba o porqué estaba actuando de ese modo.

—Mujer ¿Qué te pasa? Habla de una maldita vez, porque yo no estoy dentro de tu cabeza, no puedo saberlo.

Bárbara lo observó por un momento, antes de desvíar la mirada y que Garrelk la tomara del rostro, para lo mirara a los ojos.

—Habla, Bárbara.

—S-Sólo... Me siento avergonzada de m-mirarte a los ojos —pronunció bajo, casi temblando.

—¿Avergonzada? ¿Por qué? —le inquirió confundido.

—¿Cómo que por qué? ¡T-Tú te desnudaste frente a mi!

—Ah, eso —expresó despreocupado, soltándola—. No entiendo que te avergüenza si es que tú querías verme.

—¡C-Claro que no! Yo sólo d-dije que nunca había visto el cuerpo de un hombre... Así.

—Y por eso mismo te lo terminé de enseñar ¿Qué tiene de malo?

—¿En serio me lo estás preguntando, Garrelk?

—Evidentemente sí, porque no entiendo que tiene de malo.

—¿En Kerlak andan desnudo?

—No.

—Exacto, no es normal ver a una persona desnuda. Y mucho menos a un desconocido.

—No es normal, pero tampoco es algo malo.

—¡Lo es! No puedes estar d-desnudándote frente a cualquiera porque sí.

—Am no, no fue porque sí, fue porque tú querías verme.

—¡Y-Yo nunca dije eso! —exclamó con el rostro completamente rojo.

—Sí querías, y no tiene nada de malo.

—Dios, no tiene caso hablar contigo —pronunció molesta.

—Entonces, si yo quisiera verte desnuda ¿Tú no me enseñarías tu cuerpo?

—¡Por supuesto que no!

—Mm, okay —murmuró, buscando las herramientas para continuar con el cerco que estaba armando afuera—. Entonces, tendré que pedírselo a alguien más.

Lo miró desconcertada, y cuando él salió de la casa, lo siguió por detrás.

—¿Por qué querrías ver el cuerpo de una mujer?

—Porque como tú, yo también tengo curiosidad.

—¿Me vas a decir que nunca estuviste con una mujer?

—Humana no, y yo quiero saber cómo se ven —pronunció indiferente, tomando unos troncos sin esfuerzo alguno.

La rubia lo observó insegura.

—¿Cómo son tus mujeres? ¿En qué se diferencian de nosotras?

Garrelk se giró por un momento para mirarla, antes de sonreír.

—Ustedes tienen mamas, ellas no.

—¿C-Cómo que no?

—Nop, nosotros no somos mamíferos como ustedes —explicó acomodando unos tablones para comenzar a clavarlos—. Y no preguntes más, porque no puedo hablar de nosotros.

—P-Pero-

—No te puedo decir más nada —la interrumpió.

Bárbara miró hacia abajo un momento, a sus pechos, y luego a él. ¿En serio nunca había visto pechos? ¿O sólo quería aprovecharse de su ignorancia?

***

Se colocó una camisa de Garrelk, que le quedaba grande, muy grande, y la abotonó. Ya llevaba viviendo con el una semana, y aún no habían señales del señor Amancio.

Ella no tenía ropa, más que con la que había llegado aquel día a la cabaña, es por eso que debía usar la ropa de él, que el anciano le había regalado.

Pero lamentablemente, todo le quedaba enorme a ella, ya que toda la ropa estaba diseñada para un hombre como Garrelk, un tipo que media dos metros, y pesaba alrededor de cien kilos... No sólo era más de cuarenta centímetros más alto que ella, sino que pesaba cuarenta kilos más.

El rubio entro a la casa, y la observó divertido, antes de sonreír.

—Mujer, te pierdes en esa camisa, te queda enorme.

—Lavé mi ropa, y aún no se seca.

—Iré al pueblo y te traeré algo, mañana a primera hora —le dijo dirigiéndose a la cocina—. Vamos a comer que ya es tarde.

—Pero yo no tengo dinero.

—El viejo me dejó dinero a mí.

—No puedo aceptarlo, gracias de todo modos, Garrelk, pero cuando-

—Te traeré igual ropa ¿Por qué no quieres aceptarla?

—Porque no tengo dinero para pagarte.

—Yo no te estoy pidiendo que me pagues nada, es un regalo, tómalo como eso.

—No me sentiría cómoda con eso.

—Okay, mujer, sigue usando esos trapos que te quedan enormes entonces —le dijo con molestia ya, perdiendo la paciencia—. Siéntate a comer.

La mesa ya estaba puesta y la comida sobre la misma, sólo debían servirse en sus platos lo que quisieran.

—Ya terminé el corral, mañana iré a comprar unas gallinas y pollos al pueblo. Ustedes qué los criaban ¿Qué necesito?

—¿Quieres que te acompañe? Podría ayudarte.

—Creí que no querías ir al pueblo, pero sí, sería mucho mejor que vinieras conmigo, así me ayudas a escoger unas buenas gallinas.

—De acuerdo —sonrió, sintiéndose realmente útil por primera vez desde que había llegado—. También podemos comprar unos granos, para comenzar la siembra.

—Yo estaba esperando que el viejo regresara, pero si tú sabes de eso, los compraremos también.

—Mejor espera al señor Amancio entonces.

—No, confío en ti, así que compraremos todo mañana.

...

GarrelkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora